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La lucha contra el cambio climático impulsa la globalización

El mundo está transitando hacia un modelo económico basado en la sostenibilidad

La crisis económica y financiera que se desencadenó en 2008 tuvo un impacto tan profundo que diez años después las cicatrices todavía no se han cerrado. Aunque la actividad económica global durante 2017 y la primera parte de 2018 parecía mostrar síntomas de robustez, la incertidumbre generada por el Brexit, la gestión política en la Unión Europea que avanza con lentitud en el diseño de algunos de sus pilares (presupuesto comunitario, la unión bancaria, el mercado único de capitales, etc) y, sobre todo, el sesgo proteccionista planteado por el Presidente Trump, han afectado al comercio mundial y han puesto en entredicho la solidez de la recuperación.

Como señala el último informe del Fondo Monetario Internacional, la actividad económica global reducirá su ritmo de crecimiento del 3,6% en 2018 al 3,3% en 2019. Pero quizá, como ha puesto de manifiesto la OCDE, el trasfondo global sigue siendo el mismo que en años anteriores: una clase media deprimida en los países más avanzados que afronta temerosa un futuro incierto frente a la transformación digital y la globalización, así como una población, en general, que en los países emergentes sigue expuesta a los avatares del ciclo monetario dirigido por los bancos centrales de los países más avanzados.

Un entorno excesivamente complejo en el que acontecimientos puntuales pueden suponer un cambio en el ciclo económico de cierta envergadura. Ha ocurrido, por ejemplo, en Alemania donde la producción de automóviles se vio interrumpida por la introducción de nuevas normas de emisiones de CO2; en Francia, donde los chalecos amarillos han puesto en jaque el avance económico y el programa de reformas, mientras en Italia la inversión se redujo a medida que se ampliaban los diferenciales soberanos.

Este contexto, sin embargo, podría empeorar si tenemos en cuenta el impacto de la digitalización sobre el mercado laboral, el reducido crecimiento de la productividad, los elevados niveles de deuda o el envejecimiento de la población. Unas tendencias que al no gestionarse adecuadamente están dando paso a una continua aparición de líderes populistas. Unos líderes que emergen con propuestas proteccionistas para dar respuesta a la frustración de la depauperada clase media. Este escenario tiene el riesgo de debilitar el modelo económico sobre el que se ha construido la prosperidad en Occidente y, lo que es más grave, obstaculiza los mecanismos de cooperación entre países. Una situación que añade una nueva dosis de enfriamiento en la expansión del comercio mundial y entorpece las bases sobre las que ha pivotado la globalización, lo que puede frenar el desarrollo de una sociedad más próspera y justa.

Sin embargo, desde los Acuerdos de París sobre el cambio climático se ha ido creando una conciencia global acerca de las crisis ambientales hasta el punto de que el Foro Económico Mundial ha reconocido que el cambio climático es uno de los riesgos más probables y de mayor impacto al que nos enfrentamos. El resultado no solo ha provocado que la sensibilidad ciudadana haya ido en aumento, sino que, de acuerdo con un reciente estudio de Allianz Global Investor, el 84% de los inversores financieros en la Unión Europea tiende a contemplar el cambio declimático y los objetivos de desarrollo sostenible de las Naciones Unidas como un factor fundamental en sus estrategias de inversión.

Asimismo, ya hay 190 países comprometidos en reducir el aumento de la temperatura global 2º por debajo de los niveles preindustriales en el marco de una senda de cambio justa, ordenada y efectiva. De hecho, en la última cumbre de primavera del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, los ministros de Economía de más de veinte países han lanzado una nueva coalición que se adhiere a los Principios de Helsinki para promover acciones nacionales contra los efectos adversos del cambio climático a través de instrumentos fiscales y el uso de las finanzas públicas. Es decir, se han comprometido a gestionar la transición hacia una economía baja en el consumo de carbón, conscientes de que se trata de un desafío global que requiere respuestas globales.

Es evidente que en la agenda para la acción de cambio climático, aún en fase de mejora, la comunidad internacional ha plasmado su propósito firme de cooperar para mitigar el riesgo, capturar las oportunidades y aumentar el bienestar de la sociedad. La cooperación multilateral ha renacido en paralelo al desafío climático, lo que debe ser contemplado como un elemento de optimismo ya que el multilateralismo, a lo largo de la historia económica reciente, siempre ha propiciado etapas de crecimiento y bienestar.

Desde luego, en el ámbito del cambio climático y la transición energética queda mucho por hacer. Para avanzar de acuerdo con el protocolo firmado en París, se necesita más información, una manera de informar sólida, creíble y transparente; se precisan mejores herramientas técnicas y analíticas para medir el avance de nuestros esfuerzos, así como nuevas técnicas de gestión del riesgo para no frenar la financiación que esta transición requiere. Pero el mundo no se ha quedado paralizado. La Comisión Europea está trabajando con determinación y velocidad en cada uno de estos frentes y ha definido un Plan de Acción muy exigente. Los bancos centrales y los organismos de supervisión han decidido crear conciencia y avanzar con firmeza para hacer partícipe de esta transición al sistema financiero que, sin duda, debe ser una parte importante de la solución. Las entidades bancarias así lo han entendido y se han comprometido a gestionar una financiación sostenible y responsable. Este compromiso se ha formalizado en la adhesión de 49 bancos a los Principios de Banca Responsable definidos por la Naciones Unidas, incluyendo algunas de las entidades españolas más representativas.

En suma, a pesar de lo mucho que queda por avanzar, la respuesta multilateral puede dar, lo está haciendo ya, un nuevo impulso a la globalización. Una globalización con propósito: luchar contra los efectos adversos del cambio climático mediante la adopción de medidas innovadoras, socialmente justas y sostenibles. El mundo está transitando desde un concepto de globalización comercial en los noventa hacia un tipo de globalización basada en la noción de sostenibilidad. Un cambio conceptual que no solo servirá para mitigar los riesgos derivados del calentamiento global, sino para capturar las oportunidades intrínsecas de esta transición con el propósito de generar empleo y, sobre todo, asegurar un crecimiento más sólido y de mayor calidad en el mundo.

Juan Carlos Delrieu es Director de Estrategia y Sostenibilidad de la Asociación Española de Banca (AEB)

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