Una solución al Brexit que cause el menor daño posible a todos
Pese al ruido y la presión política, Londres debe apelar a la reflexión, la responsabilidad y el sentido de Estado
La moción de censura superada ayer por Theresa May en el Parlamento británico no ha sido una sorpresa. Tampoco servirá para enderezar una crisis política que va más allá de su persona y de su Gobierno, y que ha sumido en el desconcierto al conjunto de la sociedad y la economía británicas y en la más absoluta perplejidad al resto de Europa. Tras la abrumadora derrota que la Premier sufrió el martes en el Parlamento, en una humillante votación que tumbó sin miramientos su acuerdo para la salida de Reino Unido de la UE, la incertidumbre sobre el futuro de Londres y de sus relaciones con Europa ha crecido de forma exponencial, como también las apuestas sobre cuál puede ser la mejor forma de gestionar el endiablado callejón en que se ha metido Reino Unido.
Pese al resultado de la votación de ayer, que expresa más el temor de los conservadores a unas elecciones generales que no desean afrontar que la confianza en su líder, Theresa May parece haber consumido en esta infructuosa batalla todo su rédito político. Tras casi dos años de arduas y fatigosas negociaciones con Bruselas y a solo dos meses de expirar el plazo para que Reino Unido deje la UE, la primera ministra británica tiene de nuevo las manos vacías y un abanico de decisiones personales que incluyen ciertamente la posibilidad de aferrarse al poder y seguir adelante en un clima político de división, bloqueo y enfrentamiento, pero también el gesto de reconocer su incapacidad para resolver esta crisis y de dejar paso a quién pueda hacerlo.
Sea cual sea el camino elegido, es importante recordar que la tormenta del Brexit es un conflicto generado de forma unilateral por Reino Unido, cuyas nefastas consecuencias recaerán principalmente, aunque no solo, en el Reino Unido, y que debe ser resuelto por el Gobierno británico. Aunque las negociaciones con Europa se hayan saldado con un acuerdo que no ha logrado el apoyo de Westminster, este resume lo que Bruselas considera que debe concederse en un divorcio que la UE no inició, pero cuyas cicatrices económicas y sociales padecerán todos sus miembros. Desde el Tribunal de la UE se ha dado incluso la posibilidad al Ejecutivo británico de cancelar la salida; también existe, en el otro extremo, la opción de una ruptura sin acuerdo. Pero a nadie se le escapa que esto último perjudicaría gravemente los intereses británicos y dañaría seriamente los intercambios entre ambos lados del Canal de la Mancha. Pese al ruido y la presión política, Londres debe apelar a la reflexión, la responsabilidad y el sentido de Estado para poder hallar una solución que cause el menor daño posible a todos.