¿Es hora de apostar por las pensiones?
Una cuestión pendiente muy relacionada con este problema es la reforma laboral
Acabo de hacer una apuesta con mi amigo Juan (su nombre real no es este; le dará más rabia cuando lo lea). Me he jugado una cena en un restaurante de mi elección si vivo más allá de los 79 años. Si lo piensan bien, es una apuesta que no puedo perder: vivo en uno de los países con mayor longevidad del mundo, en casa comemos sano y la herencia genética (un abuelo era de Aragón) me hará suficientemente tozudo como para aguantar un día más si me lo propongo. A favor de Juan, duermo pocas horas, apenas hago ejercicio (salvo correr por estaciones y aeropuertos) y no recuerdo la última vez que fui al médico. Viéndolo en positivo, si gano lo celebraré. Si pierdo tampoco me va a importar mucho.
Según todos los indicios, la probabilidad de que cualquiera nacido a finales de los setenta gane una apuesta similar es alta. El último informe de proyecciones de población del INE sitúa la esperanza media de vida al nacer en España en 2018 por encima de los 80 años para los hombres.
Las mujeres superan esta cifra en casi 6 años, diferencia sin duda merecida por la paciencia de aguantarnos a sus semejantes masculinos durante tanto tiempo. Debido a esta realidad demográfica, nuestra pirámide de población se asemeja hoy más a un botijo castellano que a la típica construcción egipcia.
Con estos datos y teniendo en cuenta la evolución de los índices de natalidad a la baja, tasas de crecimiento vegetativo negativas y un balance de inmigración neta ligeramente positivo, el INE calcula para 2033 una cifra de mayores de 64 años superior al 25% de la población. Comparado con el 19,2% de octubre de este año es un incremento de casi el 40%.
Extendiendo la proyección, las personas en edad de jubilación representarán el 40% de la población en 2064, situando a España como uno de los países con la población activa más envejecida del mundo. Aunque se debate la precisión de estas expectativas (por ejemplo, la inmigración podría estar infravalorada), no es descabellado pensar que otros factores como la evolución de la medicina podrían también contribuir a alargarlas aún más.
Si pensamos en las implicaciones económicas de este posible devenir vital del país, resulta muy obvio que la presión sobre los sistemas de previsión social irá en aumento. El Banco de España, por ejemplo, calcula que la sobrecarga del sistema público en las próximas tres décadas equivaldrá a un aumento del gasto de entre el 1,5% y el 2% del PIB anual, o un 21% del PIB de 2050.
Mantener el sistema actual es caro. El gasto en pensiones supone el 10% del PIB y más del 40% de los presupuestos públicos. Tenemos una de las tasas de reemplazo (porcentaje de sus ingresos que mantiene un pensionista respecto a los que tenía cuando estaba activo) más altas de la Unión Europea. Si como se prevé en 2050 habrá más de 7 jubilados por cada 10 habitantes en edad de trabajar, la presión sobre los sistemas de previsión conforme nos vayamos acercando a esa fecha va a ser cada vez más insostenible.
Debido a todo esto, hay quien no duda en comparar el sistema de pensiones con un gran esquema de Ponzi: los ingresos de los que salen hoy del sistema solo pueden mantenerse a costa de captar y retener a nuevos cotizantes incautos. Esta apreciación es cuestionable, pero no es menos cierto que si la cantidad de pensionistas aumenta y la de contribuyentes disminuye, al final los números no acaban de salir.
La vía más evidente para amortiguar el problema la podría deducir un alumno de primaria: trabajar más años y cobrar menos pensión. Otras posibilidades conocidas son desincentivar el retiro anticipado, flexibilizar más el sistema para compatibilizar pensiones con trabajo, o ajustar edad de jubilación y prestaciones según la esperanza de vida. Parece también realista pensar que más tarde o más temprano habrá que descargar el sistema por la parte de sus gastos. Posiblemente habrá que reabrir el debate sobre el copago de la sanidad y en general promover medidas orientadas hacia una asistencia sanitaria adecuada pero también sostenible.
Otra cuestión pendiente muy relacionada con este problema es la reforma del mercado laboral El desempleo en España se ha mantenido endémicamente en tasas de doble dígito (el doble que la media europea), cuando hay países desarrollados como Estados Unidos donde con mayor flexibilidad se alcanzan tasas de pleno empleo. Es otro debate incómodo, pero está claro que un 16% de paro no ayuda a mantener la hucha de las pensiones. Con más cotizantes activos el sistema podría gestionarse con mayores márgenes de maniobra.
Las soluciones concretas pueden ser difíciles de poner en práctica a nivel político. No hay que esperar que otorguen gran popularidad a quien las plantee. Su estudio no debe aplazarse demasiado: este próximo año 2019 se jubilan ya los primeros babyboomers y el problema será cada vez más visible.
La alternativa es no hacer nada, esperar que la inmigración, la imaginación o las colonias marcianas del señor Elon Musk resuelvan el problema de forma espontánea. O bien darnos de bruces con la realidad y tener que implantar medidas más amargas: congelación de pensiones, reducción de las prestaciones y limitación en los criterios para ser perceptor. Menos para todos y todo para menos.
Por si acaso, no apuesten demasiado. No vaya a ser que ganen.
Pedro Nueno es Socio director de InterBen