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Tribuna
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Una economía ética del conocimiento

En pleno debate sobre de protección de datos, las buenas prácticas son indispensables y han de defenderse

Pixabay

En un contexto financiero global altamente especulativo y volátil, el mundo digital parece haber encontrado la piedra filosofal de su propia era económica: los datos. Que son descritos como el petróleo del siglo XXI desde Wall Street a Moscú pasando por Dubái. Y se han convertido en eje axial en lo que se ha dado en llamar Economía del Conocimiento.

De hecho, la Inteligencia Artificial (IA) representa pasar de la economía de los datos a la economía del conocimiento, propiciando un contexto dinámico, colaborativo y de innovación tecnológica, cuyo fin último es una economía global hiperconectada, una economía del bien común.

En un símil naturalista, podríamos decir que los datos son el polen que permite fabricar la miel de la colmena, pero el agente determinante del proceso sigue siendo la abeja y los 3.500 millones de años de evolución de su ADN. Gracias al cual, las abejas exploradoras llaman o no llaman al resto según la calidad del polen encontrado. Lo mismo pasa con la calidad de los datos.

En la colmena digital son los robots y la IA los encargados de gestionar la complejidad del mundo de los contenidos, sometidos a un cambio continuo. De ahí la necesidad de avanzar en IA mediante la aplicación de la Inteligencia Colectiva (IC), un algoritmo multiplicador del conocimiento que se nutre de la información que aporta cada individuo de manera específica: “Es todo lo que los demás saben y yo no sé, sumado a lo que yo sé que los demás no saben”.

El poder de los contenidos inteligentes e interactivos es mucho mayor de lo que cabría imaginarse, y la Inteligencia Artificial ha desvelado que los contenidos no se pueden considerar de forma aislada, sino que dependen del entorno; de quiénes y cómo los usen. Gracias a las tecnologías cognitivas y a más de seis años de I+D+i, hemos detectado que la interacción individual con los contenidos cambia la definición de los mismos.

Al aplicar Inteligencia Colectiva a la Inteligencia Artificial no sólo se tienen cuenta los datos del usuario, sus gustos y preferencias, sino también las de sus amigos y el contexto donde está. De este modo se puede predecir el contenido más afín y ayudar a la optimización de decisiones, que en un contexto de compras, lleva a una mayor conversión.

Este hallazgo confiere una nueva dimensión de futuro a la economía del conocimiento, también llamada del bien común, puesto que su principal aportación es el impulso del crecimiento económico sin la necesidad de que existan burbujas sectoriales que lo sustenten. Justo lo contrario de lo que ocurre en una economía abierta, según Joseph Stiglitz, para quien los mercados sin trabas no sólo no alcanzan la justicia social, sino que ni siquiera producen resultados eficientes.

Cada individuo toma más de 35.000 decisiones al día, la gran mayoría influidas por las audiencias y personas de las que dependen. Con un algoritmo basado en IC, este conocimiento abierto, este Big Data cambiante, es accesible para todos. Las bondades de este algoritmo son ya un hecho comprobable, por ejemplo en Buaala, que recomienda contenidos en función de los intereses del usuario y los de sus amigos, y permite tomar decisiones en tiempo real.

Este algoritmo, cuyas aplicaciones empresariales y comerciales dan en la diana de la economía del bien común, sitúa a España en la vanguardia del I+D+i en Inteligencia Artificial e Inteligencia Colectiva. Entre otras razones, por el hallazgo de un nuevo espacio disruptor: Content & Context x Sales. Un espacio económico que elimina artificios y se centra en la monetización de la IA.

Gracias al C&CxS, los datos, modificados por el contexto, aportan información precisa –no especulativa– focalizada en el éxito multiplicador de las ventas. Pura economía del conocimiento. Un puente entre lo viejo y lo nuevo. Y sus posibilidades se extienden a cualquier sector de actividad, en el que los datos suponen nuevas oportunidades de negocio y de monetización.

Pero en pleno debate sobre la protección de datos, la economía del conocimiento requiere el ejercicio de buenas prácticas como condición “sine qua non” para poder medir con fiabilidad lo que se conoce como “el balance del bien común”.

Felipe García Knowler es CEO de Knowdle Media Group

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