¿Qué modelo de Europa queremos?
La lucha de fuerzas para situar a Guindos en el BCE muestra que la UE sigue siendo solo una unión de Estados
El reciente nombramiento de Luis de Guindos como vice-presidente del Banco Central Europeo es un ejemplo de la encrucijada esencial en que se encuentra la Unión Europea. Quizás ni el más relevante ni el más trascendente, pero muy revelador por su simplicidad. Y es que una decisión que podría ser casi rutinaria pone de manifiesto la verdadera crisis de paradigma de la UE.
La cuestión no está en el quién, sino en el cómo. Según nos iban explicando las fuentes bien informadas, en las últimas fases la decisión se circunscribía a dos candidatos: de Guindos y el irlandés Lane. Según esas fuentes, Lane era el favorito del Parlamento Europeo por su cualificación técnica, pero se sabía que de Guindos iba a contar con el apoyo de los ministros de economía de los estados miembros, que son quienes toman la decisión. Aunque el Parlamento se había manifestado de forma expresa en favor de Lane, su opinión no es vinculante, y ante las certezas obtenidas entre bastidores éste se retiró de la contienda antes de escenificar un enfrentamiento. En el marco de análisis estatal veríamos el problema como un choque entre los poderes legislativo y ejecutivo. Pero en el marco de análisis UE las cosas son aún más complejas, porque lo que podríamos llamar ejecutivo es en realidad una yuxtaposición de voluntades de casi una treintena de Estados, que intentan priorizar sus intereses nacionales de manera no disimulada. Es lo que los más correctos llaman negociación entre Estados, los más críticos lobbying nacional, y los menos técnicos intercambio de cromos.
Vayamos a la teoría. La Unión Europea puede ser una de dos cosas. La primera es un instrumento de Derecho Internacional clásico. Es decir, un acuerdo entre Estados soberanos, que expresan su simple intención de proteger y expandir sus intereses nacionales. Así es cómo el orden internacional se ha configurado durante más de dos siglos, desde la paz de Westfalia. El acuerdo puede ser para garantizar la no agresión, o para mejorar el comercio retirando aranceles, etcétera. Lo que caracterizaría a la Unión Europea sería que cubre estos y muchos otros objetivos, es un mega-acuerdo. Pero nada más. Es el modelo Europa de los Estados.
La segunda cosa que puede ser la Unión Europea es algo distinto, más difícil de definir a priori, pero más acorde con el mundo globalizado en el que parece ya inadecuado concebir las relaciones internacionales según el modelo clásico. Ese algo distinto implica avanzar hacia una democracia supra o transnacional, en la que el Estado sea un órgano de decisión entre otros y no supremo, y en la que Europa se consolide como la unidad política original, plural y sofisticada que ha ido fraguándose a través de sangrantes conflictos durante tantos siglos.
El enfrentamiento entre estos dos modelos es la cuestión más fundamental que encara Europa hoy. En el asunto del BCE se ha resuelto una vez más a favor del primero, de la Europa de los Estados. Si no, pensemos en qué nivel se mueve la alta geopolítica europea. En cuanto se supo la noticia del nombramiento de de Guindos como vice-presidente, los entendidos pronosticaron (así lo hacía un artículo de Financial Times) que aumentaban las posibilidades de que el próximo Presidente del BCE sea un candidato de un país del Norte de Europa. Para compensar el carácter latino, se entiende. El mismo medio aseguraba que Irlanda había retirado a su candidato para no crear un conflicto en este momento y así ganar puntos con vistas a colocarlo en el puesto de economista en jefe del propio BCE, que también quedará libre en breve. Y así una larga y compleja cadena de apoyos, alianzas, rencillas y favores debidos. Esto es el intercambio de cromos. Entre el cinismo al uso, la realpolitik, y el resurgimiento de los nacionalismos que, como dice Juncker, son la principal amenaza del proyecto europeo, nada de esto debería sorprendernos. Como tampoco nos debería sorprender la escasísima atracción que las elecciones al Parlamento Europeo generan entre los votantes. Esto es, quizás, la más clara manifestación de la falta de arraigo democrático del proyecto europeo, y el indicativo más alarmante de su crisis de legitimidad. Los ciudadanos europeos, es decir, los ciudadanos de los Estados europeos, siguen pensando que las elecciones que de verdad cuentan son las nacionales, no las europeas. Ver cómo se ha decidido un asunto como éste no ayuda a revertir la situación. Más bien la confirma.
César Arjona es Profesor ESADE Law School y Doctor en Derecho por la Universidad de Cornell