Es hora de que el BCE acabe con el dinero fácil
Los estímulos monetarios han blindado la economía financiera hasta llegar a una situación enfermiza
La profunda y transversal crisis económico-financiera que hemos vivido como consecuencia, fundamentalmente, de la fiduciarización de la economía, tuvo una respuesta insólita, o al menos heterodoxa desde el punto de vista del pensamiento económico liberal, por parte del BCE. Si bien con un cierto decalaje con respecto a la Reserva Federal, esta respuesta, de raigambre estrictamente monetaria, responde a un esquema financiero denominado quantitative easing (QE), que se ha basado fundamentalmente en la compra masiva de deuda pública y privada, inundando de liquidez los mercados financieros, y, por lo tanto, manteniendo artificialmente su pulso, y estimulando el sobreapalancamiento del tejido productivo y del sector público.
Este esquema de facilidad y exuberancia monetarias se ha producido en economías devaluadas por la crisis, como ha sido la española, en la que la política fiscal y la política de rentas han estimulado de forma decidida y sinérgica la desigualdad económica y la desprotección de las clases más vulnerables, así como el empobrecimiento de las clases medias.
Además, la mayor parte de los recursos monetarios generados, que no han respondido sino a una estrategia de sustitución de deuda por dinero, es decir, de deuda por deuda (no hay que olvidar que el dinero es deuda) para ganar tiempo y trasladar el problema hacia el futuro, ha tenido como destino los mercados financieros.
Dichos recursos no han supuesto una transformación eficaz en instrumentos de crédito para el tejido productivo que permita acortar la distancia entre la dimensión de la economía financiera y la economía real, una economía esta última que hace tiempo dejó de ser subyacente de aquella: el subyacente de la economía financiera, hoy, es la economía financiera (por cada euro que se mueve en mundo en términos de transacciones económicas reales se pueden estar moviendo 100 euros en economía financiera).
En efecto, la economía financiera ya no vive sino mediante su imagen en el espejo, es decir, mediante su imagen especular (especulación) y sus reglas de crecimiento exponencial (ley capitalización compuesta). Y el esquema de facilidad monetaria (QE) propiciado hasta la fecha ha permitido blindarla, hasta el punto de llegar, para evitar que sufra el coste de la crisis, a una situación enfermiza y al margen de la racionalidad económica cuyo principal síntoma han sido los tipos de interés negativos.
El coste de la crisis ya lo han asumido los ciudadanos a través de la devaluación de sus salarios, las políticas de desprotección social, e, indirecta y subrepticiamente, a través del sobreendeudamiento público, que afecta tanto a las generaciones presentes como afectará a las generaciones futuras.
Ahora toca retirar la ventilación asistida a una economía que muestra signos de recuperación macroconvencionales, pero con muchas debilidades que pueden anticipar una crisis más profunda que la que hemos vivido.
Con este modelo que hemos creado de sustitución de deuda por deuda, nos aproximamos a una economía mucho más especulativa, más arbitrajista, más inflacionaria, más incierta, y, sobre todo, en la que habrá que gestionar nuevos riesgos derivados del proceso de fiduriarización de la economía.
Bajo el proceso subyace la sustitución sin paliativos de riesgos específicos por riesgos sistémicos, es decir, por riesgos no diversificables. Y, no lo olvidemos, la probabilidad de que un riesgo no diversificable lo acaben asumiendo los ciudadanos es muy alta.
El efecto a corto plazo de la retirada de la ventilación asistida va a depender de los tiempos y las pautas de dicha retirada, pero a largo plazo los problemas de las economías de nuestro entorno persistirán de forma larvaria.
Francisco Cortés García es profesor de finanzas de la Universidad Internacional de La Rioja