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El Foco
Tribuna
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(Contra las) posverdades demográficas

El envejecimiento debe considerarse un éxito, aunque plantea retos de tipo sanitario y social

Pablo Monge

La demografía cobra cada vez mayor importancia. Temas como el envejecimiento de la población, las migraciones internacionales, la movilidad, la caída de la fecundidad y, sobre todo, de la natalidad, los efectos del y sobre- el mercado laboral, la evolución de los servicios educativos, sanitarios y sociales, la desigual velocidad de las transformaciones demográficas en relación a la de los cambios culturales, económicos, sociales y hasta legislativos, ocupan a los científicos sociales, preocupan a la población y deberían de estar en el centro del debate político, no tanto por la situación actual –que también– como por la futura a corto y medio plazo. Pero se hace necesario salir al paso de tantos errores, verdades a medias o posverdades demográficas como corren a la velocidad que la red y los mass media proporcionan y posibilitan.

La primera posverdad tiene que ver con la natalidad y la fecundidad. En España, a lo largo de este siglo, ambos indicadores crecieron hasta la gran crisis de 2008 para posteriormente decrecer con la misma intensidad. Pues bien, hemos de irnos acostumbrando a fecundidades bajas y en edades tardías (en España el grupo de modal es el de 30 a 34 años) que responden al retraso en el calendario de la maternidad, mayor cuanto más alto es el nivel de formación de las mujeres. Esto se traduce en un progresivo desajuste entre el reloj biológico y el reloj social de la maternidad. ¿Cuáles son las razones de tan baja fecundidad? La primera es el excesivo coste que recae sobre las familias por más que los hijos son un beneficio para la sociedad. La segunda causa fundamental es el empleo y el paro femeninos. En España, importa la situación laboral de las mujeres en mucha mayor medida que la de los hombres, pues nosotros estamos lejos aún del compromiso compartido en la crianza de los hijos: el número de padres cuidadores ocasionales es bastante mayor que el de cuidadores secundarios y el de este sobrepasa con mucho al de cuidadores comprometidos.

La segunda posverdad, ligada a la anterior, tiene que ver con el envejecimiento en sí mismo y con el envejecimiento como problema. España no está situada en el tan traído y llevado invierno demográfico; si hay que utilizar una metáfora, que sea la del otoño demográfico, un otoño, por cierto, en sus primeros compases. Nuestra estructura de población por edad y sexo no da lugar a una pirámide invertida, pues si alguna forma presenta es la de rombo: en la actualidad contamos con muchos más jóvenes de los que vamos a contar en las próximas décadas y con un número de mayores que va a ser mucho menor que el del futuro y, asimismo, contabilizamos un volumen y porcentaje de población potencialmente activa en edades centrales y altamente productivas y un alto grado de formación (25-55 años) mayor del que vamos a contabilizar nunca. El problema no es nuestra estructura demográfica envejecida (segunda posverdad), sino no haber aprovechado –y no estar aprovechando– la favorable situación demográfica actual, como consecuencia de la crisis, de la precariedad laboral y del enrarecido mercado laboral.

De otra parte, el envejecimiento demográfico no debe ser considerado un problema ni una amenaza, sino un éxito: la esperanza de vida se incrementa en nuestro país 2,5 años por década y la eficiencia reproductiva nunca ha sido mayor. Además, el envejecimiento es un fenómeno que no afecta ni solo ni singularmente a España, el mundo –no solo el desarrollado– envejece también. El avance demográfico en cuanto a longevidad y salud de las últimas décadas nos plantea la posibilidad de cambiar el umbral que da paso a la edad adulta y al envejecimiento. La adolescencia, llamémosla funcional, se prolonga mucho más allá de los 15 años, la emancipación sobrepasa los 30 y la vejez empieza mucho más allá de la mágica cifra de 65 años, instituida por el emperador prusiano Guillermo II y su canciller Bismarck cuando ellos cumplían los 70 años. Pero de entonces a ahora ha transcurrido una centuria y, entre tanto, la esperanza de vida casi se ha triplicado.

Este envejecimiento plantea importantes retos. El primero es de orden sanitario: hemos de hacer frente al creciente número de personas con enfermedades crónicas en hospitales que están diseñados para enfermos agudos, no crónicos, y entre tanto, en los centros de salud hay pediatras, pero no geriatras. El segundo reto es de orden social: hemos de hacer frente a los cuidados de salud de larga duración. El tercero es de orden psicológico: hemos de fomentar el envejecimiento activo, en el que España es referencia internacional, todo ello en un contexto sociodemográfico de unos mayores que van a ser muy distintos a los actuales: en 2030, seremos mayores los actuales adultos, una generación mucho más formada, mucho más sofisticada, más saludable y más exigente. El cuarto reto es de orden demográfico: debemos conseguir más esperanza de vida, pero libre de discapacidad. Finalmente, el quinto reto es económico: debemos luchar por unas jubilaciones sostenible, eficientes y equitativas.

La tercera posverdad es de orden territorial. Su formulación podría ser: dejemos que la economía liberal haga su trabajo y los mecanismos del mercado tenderán, después de unas fases de intensos y crecientes desequilibrios, a equilibrar los territorios en el plano económico y socio-demográfico. El análisis empírico parece demostrar lo contrario: las desigualdades entre territorios crecen y se reproducen, cual crueles fractales, a todas las escalas, desde la mundial a la local, si bien se constata que van a ser las grandes áreas metropolitanas los motores de cambio. En este sentido importa saber dónde nos situamos y qué papel vamos a jugar –o nos van a dejar jugar– en un mundo cada vez más plano y globalizado, en el que importarán más las conexiones que el territorio en sentido absoluto, más la distancia-coste y la distancia-tiempo que la distancia geográfica, más las infraestructuras (de transporte o la fibra óptica) que las fronteras, más la movilidad que las migraciones: la conectografía se abre paso como nuevo enfoque en las ciencias sociales.

Pedro Reques Velasco es catedrático de Geografía Humana de la Universidad de Cantabria.

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