La revolución tributaria iniciada con el SII
Al enviar la información entre máquinas, los datos tienen que se expide la factura
Los economistas solemos insistir en la importancia que tiene la tecnología en el desarrollo económico. Los economistas clásicos como Marx, David Ricardo, Adam Smith, Schumpeter y, posteriormente, Solow o Schultz nos han trasladado la transcendencia que los cambios tecnológicos han supuesto en la comprensión, en la explicación del crecimiento de las sociedades modernas, las que se han colocado en los últimos siglos al frente de las economías avanzadas. Examinando la evolución de los factores esenciales de este desarrollo económico, como han sido el capital humano y la tecnología, esta última va a ser imprescindible para mantener a estas economías a la cabeza de las colectividades avanzadas social y económicamente, o desplazará de ese puesto de privilegio a aquellas que pierdan el ritmo de su aplicación y desarrollo. La tecnología es, sin duda, el futuro.
La productividad de una empresa, competir con ventaja en los mercados, ahora descansa principalmente en la utilización de la tecnología de última generación, la más vanguardista. En todos los sectores, aquellas empresas que quieren ser referencia en cuanto a su eficacia, dinamismo, presencia, prestigio, etc, han de embarcarse en una continua inversión tecnológica.
Si miramos al mundo tributario, no solo en España, sino en todos los países con tradición democrática, donde el pago de los impuestos es un deber de convivencia, la tecnología también ha revolucionado tanto la declaración y pago de los distintos tributos como su control. Si la presentación de los tributos por el sistema de autoliquidación y el envío de declaraciones con información de terceros con trascendencia tributaria, y de manera periódica, ha supuesto un cambio sin precedentes en la gestión tributaria, la aplicación de los avances tecnológicos, fundamentalmente los provenientes de la informática, ya ha cambiado, y cambiará más, el actual sistema de relaciones entre los contribuyentes y las Haciendas, así como el modo de trabajo interno, tanto en las administraciones tributarias como en las empresas.
En este sentido, la llevanza de los libros registro de IVA a través de la sede electrónica de la AEAT, el famoso Suministro Inmediato de Información tributaria (SII), es una muestra clara de cómo nos vamos a desenvolver en este ámbito. Enviar a la AEAT los datos fundamentales de las transacciones mercantiles entre los distintos intervinientes de la actividad económica en cuatro días –ocho en lo que resta de 2017– implica no solo imprimir una gran rapidez al envío de información tributaria a la Administración, sino que, además, conlleva una consecuencia, y yo así lo entiendo, que trasciende del mundo tributario y afecta a la limitada productividad –es lo que dicen los analistas económicos al respecto– del sistema económico del país en su conjunto, al obligar a las empresas, en general, a modernizar sus sistemas contables, tanto de facturación como de registro de operaciones.
En este caso, en buena parte a costa del esfuerzo y la inversión de empresas y despachos, la AEAT ha marcado una pauta de modernidad y de productividad que, ya sea por obligación o porque los tiempos no tienen pausa, está suponiendo un revulsivo para la evolución en la gestión empresarial de aquellos con tendencia a tomarse las innovaciones con cierta calma. Hay que darse cuenta de que se trata de transmitir la información, al menos en las grandes empresas, de máquina a máquina, sin que prácticamente intervenga la mano del hombre, por lo que los datos tienen que ser válidos de raíz, cuando se expide la factura, la nuestra o la que recibimos.
Esta mentalidad de cambio, de avance en este ámbito, presenta, sin embargo, ciertas lagunas que chocan con la deseada racionalidad, con las deseadas economías de escala y con el sentido común del sensato administrador público. A nadie se le escapa que en estos momentos nuestro país tiene tres administraciones con capacidad tributaria: la estatal, la autonómica y la local. Y tampoco pasa inadvertido, por lo menos en nuestro sector, que cada una de esas administraciones, y dentro de ellas, las de cada autonomía o Ayuntamiento, ha desarrollado plataformas distintas para la presentación de declaraciones, la gestión o la recaudación de los distintos tributos que controlan, aunque en algunos casos la información que se obtiene es básica para la recaudación de otras administraciones.
Mientras esto sucede aquí, en algunos impuestos ya se trascienden fronteras, ya se legisla para que, en las transacciones internacionales, cada país pueda ingresar lo que corresponde a su territorio y se intercambien información multilateralmente.
Lo que se está poniendo de relieve es que en unos ámbitos avanzamos a saltos y en otros vamos a gatas. Y si no, díganme, ¿cómo es posible que los pequeños y medianos Ayuntamientos no hayan desarrollado o implementado un sistema de recaudación de sus recursos, cuando se sabe la gran bolsa de recaudación que está en el limbo de los justos?; ¿cómo puede ser que haya que firmar un convenio con cada una de las autonomías, y diferente al que se ha de suscribir con la AEAT, para presentar declaraciones de tributos propios y cedidos de terceros en las diferentes comunidades autónomas?; ¿cómo podemos tener que seguir utilizando programas de ayuda diferentes para la presentación del impuesto sobre sociedades y para el depósito de cuentas anuales en el Registro Mercantil, cuando el núcleo de la información que necesitan ambos organismos es el mismo?; ¿o cómo puede ser que la autoliquidación del impuesto especial sobre determinados medios de transporte solo pueda ser presentada electrónicamente a través de una plataforma privada o hacer una cola del siglo pasado?
En definitiva, que los cambios tecnológicos están cambiando las relaciones tributarias y en este proceso, seguramente por su rapidez, se producen asimetrías y desajustes que sufren contribuyentes y asesores.
¿Y el futuro? Casi no podemos vislumbrarlo. Si nos sorprenden los cambios que se han producido en los últimos 20 años, qué será de lo que resulte del big data, de la inteligencia artificial o de la computación cuántica. Si hablamos de las aplicaciones de la inteligencia artificial y de los robots en la industria o en los servicios médicos, ¿qué nos depararán en el trabajo de los despachos o en el control de los tributos? La verdad es que siendo t@d@s Hacienda, a t@d@s nos da vértigo.
Jesús Sanmartín es presidente del REAF-REGAF del Consejo General de Economistas.