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El Foco
Tribuna
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La trilogía de la inmigración

El problema migratorio debe ser tratado desde una dimensión económica, política y ética

Rescate de 60 inmigrantes en aguas del Estrecho de Gibraltar.
Rescate de 60 inmigrantes en aguas del Estrecho de Gibraltar.EFE

Las políticas vigentes en materia de inmigración a nivel global son incapaces de responder a la dramática situación que vivimos. Asistimos a una polarización en la redistribución de la riqueza sin precedentes: las diferencias importantes en los niveles de desarrollo entre las diferentes zonas económicas conllevan movimientos de población de los países menos desarrollados hacia los más prósperos, de tal modo que la inequidad socioeconómica se erige como el único filtro que da valor a nuestras vidas. Ni siquiera el acceso a una economía de subsistencia está garantizado para una proporción cada vez mayor de la población mundial que lo necesita. Todo esto se ve agravado en ocasiones por los numerosos conflictos cuyas consecuencias son siempre el sufrimiento humano.

A nivel internacional, 2015 constituye un año récord para las migraciones internacionales con un máximo histórico, pues más de 250 millones de personas han abandonado su país de origen (incluidos los demandantes de asilo), y han transferido más de 600.000 millones de dólares a sus familias, sobre todo, a países en desarrollo.

El problema de la inmigración así como la gestión de la política migratoria debe ser tratado desde una triple dimensión.

En primer lugar, la dimensión económica. El capital humano foráneo debe formar parte de los activos del país de destino como lo es el capital financiero o el conocimiento y ser conscientes de su contribución potencial al crecimiento económico. Debemos utilizar los flujos migratorios para compensar desequilibrios económicos y añadirlo a la cadena de valor como uno de los motores del desarrollo. Así, los beneficios de unas políticas expansivas son innumerables: ayudan al sostenimiento del sector primario y secundario, contribuyen al crecimiento económico, incentivan la demanda, fomentan la internacionalización empresarial, reducen las diferencias salariales en los países de recepción entre los trabajadores que más ganan y los que menos, aumentan el número de emprendedores, aportan conocimiento para la investigación en el caso de la mano de obra cualificada y contribuyen a la sostenibilidad financiera de las pensiones.

Numerosos estudios concluyen que las migraciones de trabajadores cualificados o poco cualificados tienen efectos positivos sobre el crecimiento y la economía en su conjunto, tanto para los países de origen como para los países de acogida. En Alemania, por ejemplo, la acogida de 1,1 millones de emigrantes en 2015 y 2016 ha tenido sobre la economía el efecto de un verdadero plan de relanzamiento, según el Instituto Federal de Estadísticas. El alza de los gastos del Estado y el aumento del consumo ha tenido efectos positivos sobre el crecimiento económico.

Abrimos las fronteras a diario para que circulen con total libertad materias primas, petróleo, minerales y energía provenientes de países pobres o en vías de desarrollo, pero en cambio cercenamos el tránsito de aquellas personas que con su esfuerzo los han creado. Podemos afirmar que los muros pueden matar pero la indiferencia ayuda a morir.

La segunda dimensión es la política. Se requiere un firme compromiso por parte de las autoridades para poner en práctica las actuaciones vinculantes entre los Estados miembros mediante medidas proactivas de alcance global. Es necesaria una profunda modificación de los planes vigentes a largo plazo que permita el establecimiento de objetivos claros y cuantificables para su posterior medición; así como la aplicación de políticas orientadas a su consecución a un nivel táctico; y, por último, que garanticen su viabilidad mediante los fondos financieros necesarios a un nivel operativo, pues pretender que el actual mercado de trabajo se autorregule resulta un tanto anacrónico e ineficiente.

Por otra parte, es fundamental una coordinación más estrecha entre las políticas generales de la Unión Europea, por un lado, y las actuaciones a nivel nacional y autonómico, por otro. Sin olvidar la necesidad de delimitar los diferentes niveles estratégicos y de minimizar sus costes, así como la aplicación de indicadores específicos de integración que nos devuelvan la información que necesitamos para evaluar el éxito de estas políticas.

La tercera y última dimensión se refiere a la ética y es la que nos debe permitir modificar todos aquellos parámetros que nos impidan concebir y mantener un sistema social equilibrado y digno para todos, fundamentado en valores universales y en donde impere la solidaridad y el respeto a la dignidad humana. Debemos de apelar a la responsabilidad ciudadana y establecer programas educativos desde las edades más tempranas que combatan las desigualdades, respeten la diversidad y toleren la diferencia.

Resulta paradójico que aquellos países que con más vehemencia defendieron a ultranza la globalización se erijan ahora en adalides de una cruzada internacional contra la circulación regulada de las personas. Los prejuicios sociales, la intolerancia y el miedo levantan barreras, al igual que la libertad, la educación y el conocimiento las destruyen.

En nuestra opinión, el modelo actual está obsoleto y la gestión eficaz de los flujos migratorios requerirá compromiso, visión estratégica y un enfoque global que permita afrontar uno de los desafíos más importantes del siglo XXI. Las migraciones no tienen solamente consecuencias económicas. Los emigrantes aportan diversidad y dinamismo, y enriquecen los valores presentes y futuros de cualquier nación, así como su manera de apreciar a los extranjeros.

Vicente Castelló es profesor de la Universidad Jaume Iy miembro del InstitutoInteruniversitario de Desarrollo Local. José Manuel Vicent es profesor de la Universidad Jaume I.

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