2007-2017: lo que la crisis se llevó... y trajo
Diez años han cambiado la economía Las reformas antirrecesión han funcionado, pero queda trabajo por hacer
Decía Gardel que veinte años no es nada, pero si miramos solo diez años atrás, comprobamos lo mucho que hemos cambiado. En el año 2007 salió el primer iPhone, que cambiaría nuestro concepto de la telefonía; Rosa Díez abandonaba el PSOE para fundar el hoy maltrecho UPyD;nuestro rey emérito, oscurecido públicamente la pasada semana, brillaba en los medios con una de sus frases que pasará a la historia: su “por qué no te callas”; mientras la revista Forbes proclamaba a Angela Merkel como la mujer más poderosa del mundo, lo único que quizá siga vigente en 2017. George W. Bush empezaba a encontrarse incómodo en su propia telaraña iraquí y en España nos revolvíamos inquietos con los malos resultados de la selección española de fútbol, sin sospechar que estábamos a punto de iniciar nuestra mejor racha de triunfos.
Más allá de la preocupación futbolística, algunos analistas vaticinaban ya el inesperado y sorprendente descenso del precio de la vivienda. Alertaban de una posible crisis económica, derivada de una mala gestión de las hipotecas de alto riesgo y del contagio de la recesión en EE UU, la crisis de las subprime. José Luis Rodríguez Zapatero iniciaba su último año de la primera legislatura y trataba de sostener un mensaje de crecimiento y bonanza, mientras su ministro de economía, Pedro Solbes, le contradecía.
El resto de la historia, que desembocó en la pasada crisis, aún sigue escribiéndose y, tras diez años, seguimos revisando qué nos llevó a esa situación y cómo estamos saliendo adelante. Es evidente que las reformas estructurales acometidas han contribuido a la recuperación económica y a la mejora de la competitividad, pero no están terminadas. Hay aspectos pendientes, como la finalización de la reforma bancaria, la revisión fiscal, el incremento de la deuda pública, la sostenibilidad del sistema de pensiones, la abultada tasa de desempleo y la mejora de la calidad de la enseñanza que parecen enfermedades crónicas, inmunes a los tratamientos aplicados en la última década.
Entrando en detalles, el salario mínimo español en 2007 se situaba en 570 euros, frente a los 1.570 del salario mínimo francés, y el salario medio español era de 22.000 euros. En 2017, el salario mínimo español ha subido hasta 707 euros, y el medio hasta los 27.000. A cambio, los precios han ascendido en los últimos diez años un 18%, lo que indica un estancamiento salarial en términos reales: lo que hemos ganado en sueldo se nos va en pagar más caro. Sin embargo, el nivel de desempleo ha empeorado ostensiblemente. La actual sensación de recuperación del mercado laboral se minimiza cuando comprobamos que hoy la tasa de paro duplica a la existente en 2007: 16,9% frente al 8,6% de entonces.
Los datos de los últimos trimestres son alentadores, pero el mercado laboral español ha sufrido una de las reformas más duras de los últimos 40 años y, a pesar de ello, no hemos logrado dinamizarlo. Nuestros socios de la Unión Europea muestran por término medio la mitad de tasa de desempleo, tanto en épocas de bonanza económica como de crisis. Haber llegado a superar un desempleo del 25% en 2012 evidencia un problema estructural, que seguimos sin resolver.
El endeudamiento es otro de los indicadores que nos muestra el cambio de la última década. Así como en 2007 la deuda de los hogares y empresas, la deuda privada, suponía un 130% del PIB, mientras que la deuda del Estado, la deuda pública, era del 40% del PIB, diez años después han cambiado las tornas. Las familias y las empresas han reducido considerablemente su endeudamiento, atemorizadas por los efectos que han generado los incumplimientos de pagos, por ejemplo, los desahucios, y marcan un mínimo de deuda privada. A cambio, la deuda pública no solo no se ha moderado, si no que se ha disparado hasta el 100% del PIB. La deuda pública ha sustituido en buena medida la actuación prudente de las familias y las empresas, que han renunciado parcialmente a financiarse con deuda. Se ha reducido la tendencia a financiar el coche nuevo o las vacaciones con créditos para dar paso a un consumo basado en la capacidad de pago al contado.
El crecimiento de la deuda pública es síntoma de dificultades para cuadrar el presupuesto público año tras año. Desde 2007, España ha mostrado crecientes problemas para equilibrar los gastos públicos frente a los ingresos. El peor año, sin duda, fue 2012, cuando el déficit público se descuadró en un 10,5%. Gastar más de lo que ingresas un año es un desajuste, pero repetir el desajuste a lo largo de muchos más años genera deuda. En la actualidad, y tras el déficit público mostrado en 2016, del 4,6%, nos vamos acercando al equilibrio, pero saber que los planes del Gobierno prevén un 3% para 2018 no es tranquilizador. La deuda pública se ha de pagar, y generarla tiene el coste adicional de los intereses de mantenerla.
También hemos cambiado en los impuestos. En 2007, el IVA general era del 16%, frente al 21% de hoy. A pesar de ello, la OCDE sostiene que nuestro impuesto sobre el valor añadido es de bajo rendimiento. El sistema de reducciones y exenciones, diseñado para proteger a los más desfavorecidos, por ejemplo en la compra de alimentos frescos, tiende a beneficiar, en mayor medida, a los hogares más favorecidos, y a la vez diluye la capacidad de recaudación eficiente del impuesto. Algo similar nos indica la OCDE sobre el IRPF. Sugiere que la inacabable cantidad de reducciones, exenciones y créditos fiscales lo convierten en impuesto farragoso y con mucha menor eficiencia de la deseable. Por otra parte, en esta década se ha reducido y unificado el tipo general del impuesto de sociedades a pagar por las empresas, del 30% al 25%, y se avanzan medidas que pretenden recaudar más a las empresas de mayor tamaño. Queda mucho por mejorar en materia impositiva porque si nos parece que pagamos mucho pero nos cunde poco, algo no funciona.
Técnicamente hace años que salimos de la crisis, pero no podemos negar que la sensación es la de habernos debilitado en nuestra economía personal. Hemos aprendido a gastar menos, y a administrar mejor (huyendo del endeudamiento excesivo, controlando mejor el gasto privado, pero no solo por haber aprendido la lección de la crisis económica, también porque nuestros salarios son menores), la seguridad laboral se ha reducido, se ha disparado la temporalidad de los contratos, nos hemos situado a la cola en la transición al empleo indefinido, y se ha incrementado la pobreza relativa hasta el 15%, tres puntos por encima de la media de la OCDE.
Numerosos desempleados han agotado sus ayudas y se sitúan al borde la pobreza, tratando de subsistir, muchos de ellos con sus familias, con apenas 400 euros. Nos hemos acostumbrado a ver desempleados crónicos que han dejado de alertarnos, pero no solo siguen ahí, siguen peor.
El turismo se nos presenta como la tabla de salvación económica, con un importante 11% del PIB, ofreciendo crecimiento en empleos e incrementando año a año la llegada de turistas. Tanto crece el sector que se empieza a cuestionar la cifra de visitantes, el modelo turístico de algunas zonas, o el ingreso que nos reportan. En 2007, 59 millones de personas nos visitaron y hoy esperamos superar los 83. Más allá de los debates sobre el tipo de turismo, y la actual moda de cuestionarlo, sean bienvenidos los que nos quieren conocer y contribuir a nuestra renta.
En cualquier caso, los últimos diez años nos han aportado novedades más que interesantes a nuestra vida. Vivimos una apasionante transformación digital de los entornos, nos hemos acostumbrado a comprar por internet, asumiendo con naturalidad que en poco tiempo nos llegarán los paquetes a casa a bordo de drones. Estudiamos sin salir de la pantalla de nuestra tablet, que por cierto era una rareza prácticamente inexistente en 2007. Conducimos coches eléctricos que no son nuestros, son de alquiler compartido. Entendemos que la lucha contra la contaminación nos impida acceder al centro de las ciudades en función de la matrícula de nuestro coche. La robótica ha llegado para quedarse. No nos sorprende poder vivir 120 años, pero somos incapaces de acabar con el hambre que mata niños cada segundo. Nos hemos instalado en la contradicción, pero lo aceptamos.
Quizá diez años no es nada, pero asombra repasar la cantidad de acontecimientos sucedidos desde 2007 que nos revelan un mundo más líquido, más volátil, más inseguro e incierto, pero lleno de oportunidades. Agotador en la necesidad de actualizarse, pero que nos permite vivir más intensamente todo lo que nos rodea y hasta lo que no nos rodea. Es bueno echar la vista atrás y hacer balance, sobre todo para valorar lo mucho que hemos hecho y para ser conscientes de lo mucho que nos queda por mejorar.
Fernando Tomé, decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nebrija.