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Tribuna
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La psicología del miedo en los entornos laborales

Es positivo plantearse constantemente estrategias creativas e innovadoras que motiven a los empleados y les ayuden a alcanzar los objetivos

¿Es la evitación del castigo el mejor incentivo para lograr que los equipos de trabajo funcionen correctamente? ¿Es el miedo el recurso más adecuado para promover ecosistemas profesionales emocionalmente sostenibles y atractivos? La comunidad científica lleva ya un tiempo arrojando respuestas y concluyendo que existen innumerables estrategias de liderazgo mucho más rentables y productivas que el miedo. A corto plazo, este puede contribuir a alcanzar los objetivos esperados, pero... ¿qué sucede a medio y largo plazo?, ¿cuál es el peaje de esta práctica cuando forma parte inseparable de un estilo de liderazgo, la cultura o el clima organizacional?

El miedo es una emoción necesaria que sirve para garantizar la supervivencia en entornos potencialmente hostiles para el individuo y alejarnos de todo aquello que pueda resultar peligroso para nuestra integridad... a quedarnos quietos hasta que la amenaza desaparezca o a plantarle cara como último recurso cuando no existe otra alternativa. Su función adaptativa posee un valor innegable para las distintas especies.

Dicha emoción cuenta con aliados naturales como el desasosiego que provoca la incertidumbre, la desconfianza innata ante el cambio o la anticipación figurada de un castigo que pueda modificar nuestra trayectoria vital. Nuestros sueños y anhelos suelen ser pasto de los miedos más irracionales, al igual que la creatividad o aquellos comportamientos que nos convierten en la mejor versión de nosotros mismos.

Desde un punto de vista motivacional, todo aquello que viene instigado por el miedo desemboca en una reacción inmediata tendente a conservar el equilibrio previo y a minimizar cualquier viso de amenaza. La mayor parte de las veces a cualquier precio, incluso a costa de nuestra propia autoestima.

"La psicología del terror convierte la esencia de las organizaciones en reactiva, en lugar de proactiva"

El miedo, entre otros muchos efectos, contribuye a levantar grandes barreras en la comunicación, coartando aquellos intercambios espontáneos que aportan valor a la mejora y el crecimiento de las compañías. Un ejemplo de ello es el conocido Síndrome del CEO o de la Moncloa, mediante el cual se evita trasladar aquellas cosas que poseen un cariz negativo por temor a las represalias. Por sortear un castigo similar al impuesto al cuervo blanco que llevó el mensaje al dios Apolo acerca de la infidelidad de su amada Coronis, este fue condenado a portar eternamente, desde entonces, el negro carbón de su plumaje como signo de mal agüero. Es lo que se conoce coloquialmente como matar al mensajero o ponerle el cascabel al gato.

La psicología del temor convierte la esencia de las organizaciones en reactiva, en lugar de proactiva. El modo supervivencia se convierte en el común denominador de cualquier actividad profesional, desembocando en un espíritu falto de autocrítica y de asunción de responsabilidades. El continuo afectivo que se genera va desde la hostilidad encubierta hasta la animadversión más profunda y abiertamente declarada. El círculo vicioso de la ansiedad y el estrés sostenido hunde sus raíces en la indefensión aprendida, pudiendo llegar a hacer mella en el equilibrio mental y la salud física de los profesionales. Además de, por descontado, en las creencias y los valores tanto individuales como colectivos. La esperanza queda así arrinconada en el mostrador de objetos perdidos, mientras el talento migra y se oscurece cualquier atisbo de proyección hacia el futuro.

A nivel humano, solo existe una vivencia más incapacitante que el miedo y es el miedo al propio miedo. Cuando somos capaces de romper la espiral del temor, advertimos que la mayor parte de aquello que nos preocupa solo tiene lugar en nuestra mente. El psicoterapeuta alemán Fritz Perls concluyó que solo el 8% de aquello que nos preocupa es digno de concederle nuestra atención. El 92% restante es incompatible entre sí, ya ha sucedido o no llegará a ocurrir nunca. Así funciona la dinámica del miedo. Igual que un laberinto de espejos que se retroalimentan mutuamente, perpetuando una terrorífica imagen ad infinitum fundamentalmente irreal y difusa.

Conviene pensar que lo cierto es que aquello que nos provoca alarma no suele resultar casi nunca como lo imaginamos, al final del camino. Aprender a convivir con lo que nos asusta y desenmascararlo requiere de elevadas dosis de autoconocimiento, perspectiva, humildad, valentía y mucha acción. Así, en las organizaciones es positivo plantearse constantemente estrategias creativas e innovadoras que motiven a los empleados y les ayuden a alcanzar los objetivos estratégicos. Por el contrario, los costes que el influjo del miedo produce sobre los equipos profesionales son elevados y poco eficientes. Básicamente, esta emoción debería ocupar un lugar irrelevante de cara a liderar cualquier plan de acción pues está demostrado que a corto plazo puede contribuir a alcanzar los objetivos esperados, pero a medio y largo sus efectos son demasiado negativos y costosos para la organización. En consecuencia, lo mejor es que en lugar de la utilización del temor, las organizaciones sean conscientes de la existencia y la posibilidad de emplear otras alternativas que, al contrario del miedo, pueden fomentar picos de tensión saludables, capaces de conducir los proyectos a buen puerto y motivar y orientar a los equipos de trabajo en la dirección adecuada.

Marcos Martínez Jurado. Departamento de Formación y Desarrollo de Euroforum.

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