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El Foco
Tribuna
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EE UU: la importancia del punto de partida

La política económica que está por llegar no ayudará a dar el impulso necesario a la productividad

Thinkstock

El punto de partida siempre marca las posibilidades de lo que se puede hacer, incluida la política fiscal estadounidense. En esta línea, incidía el presidente de la Fed de Dallas, quien condicionaba reformas, como la esbozada del impuesto sobre sociedades, a sus efectos sobre una deuda pública que considera insosteniblemente alta.

Los últimos datos de la Oficina Presupuestaria del Congreso de los EE UU (CBO) apuntan que la deuda federal neta terminará 2016 en el 76,6% del PIB (la mayor cifra desde 1950) y se situará en el 85,5% en 2026. Estas cifras contrastan con los actuales niveles inferiores al 70% en la zona euro y la senda descendente que estima el FMI para la misma. Las diferencias expuestas muestran que las preocupaciones no son infundadas y hay que tener muy presente que estamos ante el dato clave para analizar la sostenibilidad de la deuda y los riesgos fiscales, pues las mencionadas cifras netas descuentan los activos financieros atesorados por los Gobiernos en forma de instrumentos de deuda.

La deuda neta ya demanda cautela hacia los riesgos fiscales y, en el futuro, el empuje del gasto ligado al envejecimiento de la población estadounidense exigirá reforzarla. En EE UU, la población mayor de 65 años ha doblado su número en los últimos 50 años y aumentará en más de un tercio en los próximos 10, lo cual conllevará más gasto de la Seguridad Social y programas como Medicare. En el primer caso, se estima un aumento de los recursos consumidos, desde el 5% del PIB en 2016 al 6% en 2026, mientras que el porcentaje de gasto de los principales programas de atención médica sumará 1,2 puntos en dicho periodo, hasta alcanzar el 6,7% del PIB.

El envejecimiento de la población implica un gran problema para las finanzas públicas, dado que repercute en el incremento del gasto social y diluye la base que lo sostiene. De hecho, los efectos adversos sobre la población activa deben ser motivo de inquietud al depender la capacidad de crecimiento de su evolución. La permeabilidad a la inmigración aliviaría este problema, pero el rumbo marcado por las próximas autoridades estadounidenses es bien distinto. Así, la gran solución sería compensar el viento en contra de la población activa con más productividad.

Sin embargo, la política económica que está por llegar en EE UU no ayudará a dar el impulso necesario a la productividad que, medida por hora trabajada, solo ha aumentado a un ritmo promedio del 0,5% anual desde 2011 frente a la media del 2,1% anual cosechada desde 1948. Las causas de este deterioro son motivo de debate, pero la presidenta de la Reserva Federal señalaba como posibles motivos: la menor difusión de los avances tecnológicos, la caída en el nivel de educación y el menor dinamismo empresarial (resaltando el freno de la creación de empresas).

"Los últimos datos apuntan que la deuda federal neta terminará 2016 en el 76,6%, la mayor cifra desde 1950"

La postura de Trump, acorde con mayores barreras al comercio, hace temer por la difusión de la tecnología, dado que dicho comercio es una pieza fundamental para este fin a escala global. Por otra parte, respecto al futuro del dinamismo empresarial, se dan cuestiones contrapuestas ya que la estrategia de desregulación incentivará la actividad en el corto plazo, pero el gran problema son las perspectivas de moderado crecimiento en el largo plazo. Estas limitan la creación de empresas y son el gran lastre para la inversión y, por ende, de la productividad.

EE UU también necesita el empuje decisivo de las reformas estructurales cuyos frutos traspasan el horizonte de los mandatos presidenciales. En líneas generales, las grandes medidas propuestas servirán para dar un empujón adicional al ciclo expansivo y no para afrontar los problemas de fondo. Una situación resumida por otro miembro de la Fed, Charles Evans, quien señalaba que los estímulos podrían llevar el crecimiento de EE UU hasta el 4%, para después “poner el dedo en la llaga” e indicar que sería durante un breve periodo de tiempo, de no afrontarse los problemas estructurales existentes.

Ahora bien, incluso el estímulo cortoplacista del crecimiento mediante la política fiscal se antoja complejo, si se desea cumplir el compromiso republicano de mantener la deuda pública bajo control y no agravar los déficits esperados. El gasto federal se sitúa en el 21,1% del PIB y la Oficina Presupuestaria del Congreso prevé su avance hasta el 23,1% en 2026, afectado por el ya mencionado impacto del envejecimiento de la población y el repunte del pago de intereses ocasionado por el aumento de la deuda y el endurecimiento de los tipos, capítulo en el que los riesgos son alza. Luego, aunque se deroguen los programas asistenciales promovidos por Obama, no existe mucho margen para la reducción del gasto, sobre todo, cuando también es esperable que el destinado a Defensa aumente después de su reducción en las últimas décadas.

El margen también es reducido desde la perspectiva de los ingresos federales, al situarse en el 17,8% del PIB y esperarse una mejora muy comedida de los mismos. La recaudación impositiva es de por sí baja y, ahora, se plantean rebajas significativas del impuesto de sociedades, que proporciona ingresos por valor del 1,6% del PIB, o la eliminación del impuesto de sucesiones, entre otras medidas. Luego, las presiones sobre el déficit federal tomarán fuerza respecto al escenario base de la CBO, acorde con su incremento desde el 3,2% en 2016 hasta 4,6% en 2026.

"No existe mucho margen para reducir el gasto, sobre todo cuando se espera que aumente el de Defensa"

El hecho de que las anteriores previsiones sean caducas por naturaleza al realizarse bajo el supuesto del mantenimiento de las leyes actuales, cuestión que no ocurrirá, tampoco impide que hagan presente lo estrecho del margen fiscal. Sin embargo, los partidarios de los estímulos defenderán lo contrario, amparándose en el efecto positivo del revulsivo económico en forma de reducción del gasto social y el aumento de los ingresos más allá del corto plazo.

El error desde la anterior perspectiva radica en que la supuesta aceleración de la actividad no contrarresta el incremento del gasto ligado al envejecimiento y, más importante, obvia que se promueve una aceleración cíclica y no un cambio estructural. Esta circunstancia lleva a dar por bueno el supuesto base del escenario de la CBO, consistente en un crecimiento medio de EE UU del 2% en los próximos 10 años. La próxima Administración estadounidense dará un último empujón a la actividad, pero será incapaz de evitar la inexorable realidad de los ciclos económicos que acabará por compensar dicho empuje mediante un episodio recesivo.

El acento debería ponerse en lo estructural frente a los estímulos cortoplacistas, chocando estos con el estrecho margen fiscal existente. La primera prueba real de ello llegará en marzo, cuando las condiciones de la reactivación del techo de la deuda nos permitirá conocer hasta qué punto llegarán los estímulos fiscales prometidos en EEUU. El futuro de las cuentas públicas es gris y el músculo para articular promesas como la inversión en infraestructuras, bastante limitado.

Francisco Vidal es jefe del departamento de Análisis de Intermoney.

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