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La ilusión de normalidad.

Entramos ya en la última semana de noviembre y nos acercamos a los acontecimientos claves de este último mes del año. El primero de ellos será el referéndum en Italia sobre la reforma constitucional el próximo domingo en la que está empeñado el futuro de Renzi, actual Primer Ministro italiano. Los sondeos de opinión, que últimamente acumulan enormes errores a nivel mundial, indican que Renzi será derrotado: el apoyo al "NO" a la reforma se sitúa entre un 49-55%, mientras que el "SI" se encuentra entre un 45-51%. Como salvedad los propios sondeos anticipan que sólo el 36% de los italianos ya ha decidido que acudirá a votar, y a favor de quién lo hará. Por el contrario, otro 36% ha decidido que no irá a votar. Lo que decida, en caso de finalmente acuda a las urnas, ese 28% restante es clave y, a la vez, muy sensible al contagio de "cabreo" que se ha venido observando en las últimas citas electorales en Occidente.

Se necesita todavía mantener la ilusión de normalidad.

El gran peligro es que gran parte de los italianos realmente desconocen de qué va la reforma, alimentado con un texto sumamente complejo y un creciente desinterés (cuando no animadversión) por la política tradicional. Todo ello representa el perfecto caldo de cultivo para la protesta popular (y el populismo) contra un sistema que, en el mejor de los casos, se desentiende de los problemas de la población, y en el peor, ya no controlan ya que se está derrumbando por el efecto de la carcoma que lo anida.

De perder el referéndum, es posible que el Primer Ministro Renzi presente su dimisión ante el presidente de la República. Pero muchos apuntan a la posibilidad de que éste último la rechace. Nadie tienen ganas de que Italia se sumerja en un nuevo proceso electoral de resultado incierto y haga la situación a nivel global, ya de por sí endeble, reciba un nuevo varapalo que lo muestre ante todos tal y como esta: en su etapa final de descomposición. Pero no sé si es peor el remedio que la enfermedad.

Unas nuevas elecciones generales en Italia en 2017 se sumarian a un calendario electoral en Europa ya completamente cargado ya que habrá también comicios en Francia y Alemania.

Este acontecimiento se convertiría en un problema adicional ya que, contra todo pronóstico, se ha debilitado fuertemente con la victoria de Trump. El peregrino argumento de que la inflación en los EEUU subiría, y con ello los tipos de interés, mientras el BCE se vería obligado, por su baja inflación, a mantener los programas de expansión monetaria. Lo califico de peregrino por el sencillo hecho de que una inflación baja siempre ha sido un garante de un tipo de cambio fuerte. Un tipo de cambio no es más que la relación de intercambio de una divisa por otra. La pérdida de valor de una (una inflación mayor) con respecto a otra (con inflación menor) debería dar lugar a un cambio favorable de la última con respecto a la primera. No al revés.

Otra cosa son los flujos de fondos (la salida de capitales de los países emergente que retornan a su origen-no como refugio) u otros factores como la intervención de las autoridades de un país en el establecimiento del tipo de cambio que les interesa. Estos sí que puede que estén siendo determinantes a la hora de establecer el tipo de cambio que observamos ahora. Pero debemos saber que contravenir una lógica económica básica tiene sus costes a nivel de economía real. Nada es gratis.

En este sentido, la reunión del Consejo Rector del BCE el próximo 9 de diciembre, tendrá que tomar la decisión final sobre la ampliación de su actual programa de compra de bonos. Recordemos que el actual programa tiene como plazo de vigencia hasta marzo del 2017. este fue desde siempre un plazo movible ya que la institución monetaria se comprometió a mantener las medidas por el tiempo necesario hasta que hubiera claros signos de una vuelta hacia la estabilidad de precios (2,0%). Si bien el presidente del BCE, Mario Draghi, no parece sentirse satisfecho con los logros obtenidos en la inflación, la verdad es que las expectativas de inflación han repuntado considerablemente al situarse en el 1,62% desde el 1,25% de principio de septiembre.

Pero no nos engañemos, el objetivo real del programa de compra de deuda soberana ha sido debilitar el tipo de cambio y en ello ha sido tremendamente efectivo. Con ello se habría logrado estabilizar al tipo de cambio en el rango 1,08-1,12. Solo una expectativa de subida de tipos de interés agresiva por parte de la FED podrá romper el rango hacia la paridad y un abandono del programa de QE daría un empuje del EUR al alza. Pero como he venido anticipando, el efecto de una ampliación del €-QE está ya prácticamente agotado y los rebotes a la zona de los 1,14 se estaban convirtiendo en habituales, que se debían parar con intervenciones verbales de las autoridades.

Si el BCE se siente cómodo con el actual rango de 1,08-1,12 ya de por sí muy lejos de su verdadero valor (en la zona de los 1,25-1,35 USD/EUR) la extraña reacción del mercado a la victoria de Trump y los temores sobre el referéndum italiano (amplificado todo ello por las elecciones en Francia y Alemania) suponen un gran alivio para el mismo. Con todo ello, no tiene ya la urgencia de desvelar una ampliación de su plan de compra de títulos como nuevo “conejo” que se saca de la chistera y comprobar que, a lo mejor, ya no funciona como antes y, encima, genera tensiones dentro del seno de la UME.

La siguiente pregunta sería, ¿es posible que al FED cumpla su plan de subida de tipos, más allá de la que todos anticipan de diciembre? Si es así el BCE respirará tranquilo en caso contrario volverán los nervios. Apuesto por los nervios. A la larga, siempre se acaba imponiendo la lógica (económica).

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