El gran reto de gobernar
La actitud dialogante y la voluntad no cerril de llegar a acuerdos será el oxígeno de esta legislatura si todos quieren
Cuando se diluyan las palabras como las generalidades discursivas en el recuerdo de un hemiciclo, poco acostumbrado a la dialéctica de la confrontación inútil, como algunos se aferran entre términos grandilocuentes, insultos y alegatos a la protesta, el foco no se pondrá ya en la investidura. Lograda esta, se derrumba un primer obstáculo. El gran reto es la gobernabilidad, gobernar día a día, gestionar lo público tras el larguísimo paréntesis político, sinónimo de incapacidad e impotencia de los mismos que, ahora, se disponen a desbloquear técnicamente el absurdo callejón donde nos han conducido.
Se acaba un primer tiempo de cierta zozobra. Arranca otro distinto, divergente, de conflictos entre partidos, con la mano aparentemente tendida al diálogo, al consenso, al acuerdo, pero de enorme incertidumbre. Despejada la niebla de la investidura, llega un nimbo tan grisáceo como ignoto, nadie sabe cómo será la gobernabilidad. Y el decir gobernabilidad significa dos cosas, cintura flexible en política y, coronando esta sin duda, pero siendo cimiento, además, la estabilidad. Ningún Gobierno sin estabilidad perdura. Al contrario, es efímero. La actitud dialogante, una vez marcado el compás de Gobierno, la voluntad no cerril de llegar a acuerdos que acometan las reformas que no se acometieron ni tampoco se consolidaron en estos últimos años, será el oxígeno de esta legislatura si todos quieren. Pero no solo se gobierna con diálogo. Hace falta partitura, guión, decisión y llegar a acuerdos, unos básicos y puntuales, no menos urgentes, otros de mayor trascendencia, de más negociación, cesiones y con altura de miras. Medidas que trascienden la inmediatez del gobierno y que necesitan luces largas, distancias medias, prontitud de reflejos.
El socialismo se debate entre sobrevivir o sobrevivir, sin más errores, sin más cuitas y rencillas autodestructivas. El papelón de Antonio Hernando, que defendió otrora el no y ahora la abstención, escenificó la tragedia interna que viven, esquivando el abrazo del oso con que el candidato a presidente culminó su intervención. Cada guiño al socialismo del presidente es aliento en la alforja de un Podemos decididamente empeñado en la protesta, el ruido, la alharaca y la poca voluntad de edificar. Solo insulto, arrogancia y altanería irónica de Pablo Iglesias, que se autoinviste de líder de la oposición. Albert Rivera, con clara chaqueta de centrista, necesita reivindicarse cuanto antes, consciente del alambre en que ha caminado estos meses, quiere pactos, busca acuerdos, ya sea condenando toda amnistía fiscal como inquiriendo una nueva y más eficaz reforma fiscal, educativa, sanitaria y también política. El recado queda mandado, no a la burbuja política periférica. Sí a presupuestos sin recortes en educación y sanidad.
"El PSOE debe cambiar si no quiere verse condenado a la irrelevancia por el PP y noqueado por la izquierda radical”
El nacionalismo catalán sigue en su impenitente elipsis buscando titulares y escenificando su ruptura oportunistas, negando diálogos y acuerdos salvo uno, referéndum o referéndum. El resto importa solo para las conversaciones o reuniones privadas.
Gobernar o gobernar. Responsabilidad propia y específica del próximo presidente que deberá cambiar no pocas actitudes, formas y discursos si anhela estabilidad y perdurabilidad que haga que esta legislatura no fracase antes de tiempo. Tiempos que nadie aventura fáciles, al contrario, pero que pueden ser esenciales para asentar, edificar y restañar un país, una sociedad y una política fracturados. Todos son responsables de la inestabilidad institucional que han creado, así lo reconocieron en el hemiciclo sus señorías, pero más lo serían si no son capaces de llegar a acuerdos, a pactos. La gran baza de esta legislatura. Grandes reformas, grandes cuestionamientos, en todos los campos, desde el fiscal con un cambio en ciertos impuestos, laborales (algo que el Gobierno no quiere ni escuchar precisamente en el día donde el paro bajó por fin del 20%), educativos (guiño significativo del presidente que paraliza la reválida de momento), copagos, sanidad, y toda una plétora que debe repensar el marco de financiación autonómico e incluso una reforma constitucional.
Mal haría Gobierno y oposición si se lanzan a la indolencia autocomplaciente, a la indiferencia hedonista, en el secuestro mismo de los intereses de un país supeditado a la intestina lucha por el poder económico y político. Voltajes y amperios de desconfianza que han de laminarse por la acción de gobierno y la acción de un Parlamento.
Mal haría el Partido Popular en no tomar unas cuantas y serias lecciones de todo lo que ha ocurrido, desde el fortísimo castigo recibido en diciembre, varapalo sin parangón desde los tiempos de la ruina de UCD, y el poco o indisimulado pecado de la soberbia de la negación de la comunicación, la pedagogía y la desconexión con la realidad. Ya no es el momento de enderezar el rumbo gris de 2011, se trata de levantar una nueva estructura de país, de cincelar una nueva cara, un nuevo sistema político, basamentos a un sistema económico pendiente en exceso de los mismos sectores de siempre y continuista en negarse así mismo una modernidad urgente, necesaria pero a la vez, reinventada y regenerada. Esta es la tarea hercúlea que tiene por delante un presidente de Gobierno que ha de ser diametralmente distinto a como lo ha sido estos cinco años. Arranca un Gobierno presidido por la necesidad de hacer reformas, de seriedad, de proyectos, de políticas con luces largas, y donde es necesaria la palabra, el diálogo, el compromiso, la renuncia parcial y la búsqueda del acuerdo. Dialogar sin llegar a acuerdos es palabrería, es acercamiento, pero también vana retórica improductiva. Mejor dialogar que agitar, hablar que rodear un Parlamento, atropello sin igual de algunos que solo defienden como legítimo lo que a ellos interesa. Veleidad caprichosa, cínica, arrogante y mezquina.
"Todos son responsables de la inestabilidad creada, pero más lo serían si no son capaces de llegar a pactos"
Empieza una etapa difícil, angosta, decisiva, donde veremos si los políticos están o no, de nuevo, a la altura de las circunstancias. Hizo falta una revuelta interna en el socialismo para defenestrar a su secretario general y aplacar apelando a la disciplina y al castigo, el voto por la abstención. Nadie sabe qué sucederá, pero mucho debe cambiar el PSOE si no quiere verse condenado a la irrelevancia por el Partido Popular y verse superado y noqueado por la izquierda radical que a partir de ahora meterá en el mismo saco a populares, socialistas y ciudadanos. Empieza un tiempo de enorme voltaje político. Enorme. Saltarán chispas. Pero, ¿y España? La otra incógnita entre luces cortas. La incertidumbre es total. Pero aquí es donde se forjan los liderazgos. Ni unos ni otros, salvo Podemos, quieren ahora elecciones.
Abel Veiga es profesor de Derecho de Comillas Icade.