Seguridad nacional, tema estrella de la campaña electoral
Con la economía encauzada, por primera vez en décadas, lo que más preocupa es el terrorismo y que haya ataques en EE UU
"Tempus fugit", “Sic transit gloria mundi", “Tempus breve est"… Un domingo vine a Estados Unidos y un domingo vuelvo a España, donde parece complicado formar Gobierno. Aquí, en Washington, no ven difícil crear Gobierno, si acaso les sorprende lo rápido que pasa el tiempo: parece que fue ayer cuando comenzó la campaña electoral, en la primavera de 2015; también, cuán breves son los triunfos en campaña electoral. Hace dos días, Trump superaba en las encuestas a Clinton por el 2%, causando pavor en las filas demócratas y, hoy, 11 de septiembre, las tornas han cambiado, porque Hillary vuelve a coger la delantera y pasa por la izquierda –nunca mejor dicho– a Trump por un 2,8%. Por último, en alusión a esas frases en latín que me vienen a la cabeza, aquí y a dos meses de que se celebren las elecciones, les entra a todos, demócratas y republicanos, un sentimiento fuerte de urgencia, de necesidad de que esta larga campaña electoral se acabe. Que gane quien sea, pero que se acabe la campaña.
Para los expertos en política –por ejemplo, los 3.000 lobistas que habitan en “K Street", aquí en Washington– lo que está sucediendo en la campaña electoral se parece a la ficción de la serie de televisión “House of Cards", donde la pareja protagonizada por Kevin Spacey y Robin Wright está dispuesta a todo para alcanzar el poder. Salvando las obvias diferencias entre la televisión, donde se reflejan todas las pasiones humanas, especialmente las más bajas y viles, y la realidad, lo cierto es que la campaña electoral ha adoptado un tinte un tanto surrealista. Y la gente normal no sale de su asombro y se enfada cada vez más con los candidatos. Ejemplos no faltan.
El principal tema de la campaña electoral es la seguridad nacional, por vez primera en décadas. Siempre había sido la economía la cuestión dominante. Pero ésta está encauzada y preocupa más el terrorismo, ISIS, Siria y que haya ataques en suelo americano. Así que Hillary, que ha empleado el último mes en atacar a Trump, dejando claro que piensa que no está preparado para ser presidente, se dispone ahora a tomar la iniciativa de exponer, de manera positiva, su visión del país, de su potencial presidencia y, por lo tanto, de la seguridad nacional.
Inteligentemente, dice que usará más y mejor los servicios de inteligencia, que utilizará la diplomacia para conseguir el apoyo de los aliados y combatir el terrorismo, que se coordinará con las empresas tecnológicas del Silicon Valley –siempre vinculadas a la Seguridad Nacional–, etc. Sin embargo, no le resulta fácil trasladar su elevado mensaje al pueblo fiel que la ve en la televisión: la gente se pregunta –y le pregunta– por cuestiones mucho más mundanas, del estilo: “¿dónde están los 13 dispositivos que dice el FBI usted utilizó cuando fue secretaria de Estado?, ¿es cierto que los destrozó con un martillo? ¿Cómo podemos confiarle a usted la seguridad nacional si ha perdido 30.000 emails? ¿Es posible que usted, tan culta e inteligente, con 40 años de experiencia en política, no supiera que la letra C, en sus emails, significaba Confidencial?”...; y así, durante una hora, ciudadanos normales y corrientes interrogan a Clinton en la cadena NBC, en un programa sobre seguridad nacional, que ya he dicho es el tema estrella en este ciclo electoral. Clinton, con su portentosa inteligencia, sale bien parada del interrogatorio, pero deja la sombra de la duda –que siempre le ha acompañado– sobre si realmente ha dicho la verdad, o no.
El caso de Trump, honestamente, no sé si decir que es más complejo o más sencillo. Porque, desde que tiene un nuevo equipo electoral que, aparentemente, le ha metido en vereda para dar el pego de la verosimilitud o apariencia de verdad acerca de su sensatez, sus posturas cambian como la dirección del viento. El Papa Francisco hacía poco que dejó claro que no pensaba que Trump fuera cristiano, basándose en sus declaraciones. El Papa confrontaba las fuertes afirmaciones de Trump sobre mujeres, hispanos, inmigrantes, musulmanes, pobres, afroamericanos –en otras palabras, todo aquel que no sea WASP: blanco, anglosajón, rico y protestante– con las palabras de Jesús en el Evangelio y, ciertamente, no encontraba ninguna similitud. La cadena Fox, no sospechosa de ser de izquierdas, entrevista a Trump sobre su declaración de que “mi libro El arte de negociar, es el más vendido de la historia, incluso más que la Biblia". El periodista aprovecha para preguntar a Trump si es capaz de recordar algún pasaje de la Biblia, Antiguo y Nuevo Testamento: la respuesta de Trump provoca la risa del periodista: “son tantas las citas que tengo en la cabeza, que no soy capaz de elegir una en este momento".
Es obvio que Trump desconoce el contenido de la Biblia y, sin embargo, hace unos días, Donald da un sermón –que no discurso– sobre el amor, ante una congregación de afroamericanos que sí recuerda al hipócrita personaje que representa Kevin Spacey en “House of Cards": el mismo hombre que escupe en la cara a Cristo por la noche, al día siguiente, cita la Sagrada Escritura de memoria. A católicos y evangélicos, protestantes y calvinistas, viendo o escuchando a Trump, bien tienen desprendimiento de retina o les estallan los oídos: Trump quiere parecerse a San Pablo en su famoso pasaje sobre el amor, pero no resulta creíble.
De hecho, en la NBC, Trump vuelve a ser él mismo: “Putin es un tipo estupendo que gestiona una democracia perfecta como la rusa" –donde se persigue a disidentes y periodistas desafectos desaparecen para siempre–, "¿para qué tenemos armas nucleares si no es para usarlas?" “nuestros generales no tienen ni idea: yo sí tengo conocimientos y asesores para acabar con ISIS. Tenemos que reconstruir nuestro ejército". Lo dije una vez y lo repito: la cabra tira al monte, dice el refrán.
Washington es ciudad fantasma en domingo. El lunes volverá el tempus fugit y el fragor de la batalla electoral, que, con los debates, promete ser intensa, dura e interesante.