La amenaza y el fracaso del 'brexit'
La posibilidad de que el referéndum convocado en Reino Unido el próximo 23 de junio termine en un brexit –salida del país de la UE– ha colocado no solo a Londres, sino a toda Europa, ante una suerte de iceberg gigantesco que avanza a toda velocidad. La avalancha de nuevos electores registrados durante los últimos días en el censo británico, que se cerró la pasada medianoche, ha reforzado las esperanzas de que la consulta se incline del lado de los europeistas, pero los sondeos revelan que el número de partidarios de la salida ha crecido también en esta recta final del referéndum.
Lo que está fuera de dudas, quizá la única certeza en todo este proceso, es que la UE se halla ante el mayor peligro político de sus casi 60 años de historia por la posible deserción de una de las economías más fuertes del club europeo, cuya incorporación se produjo a principios de la década de los setenta. La vieja y particularísima idiosincrasia británica, clásicamente formulada en materia de política exterior con el splendid isolation que mantuvo (relativamente) el país a finales del XIX, hace de estos comicios un fenómeno netamente anglosajón y sociológicamente inteligible en esos parámetros, aunque no por ello deje de ser extremadamente grave política y económicamente.
Londres y Bruselas se han visto obligadas a estudiar alternativas que puedan minimizar los daños directos y colaterales que el brexit puede traer a ambas partes. Cinco modelos –ninguno de ellos con garantías de ser aceptable por una, por otra o por ambas partes– se perfilan como alternativas. Desde el regreso de Reino Unido a la EFTA, una asociación de libre comercio fundada por Londres en 1960 que salvaría el papel de la City como mayor pulmón financiero europeo, pero mantendría al país sometido a Bruselas, hasta el modelo suizo, que plantea problemas similares al anterior. Se baraja también el diseño de un traje a medida en forma de acuerdo bilateral, similar al realizado para Groenlandia, la canalización de las relaciones a través de la OMC o incluso el denominado flexit, que consistiría en no solicitar de forma inmediata la salida, sino realizarla en dos años para suavizar sus efectos, algo que no parece aceptable para Bruselas.
Más allá de esos precarios planes B y más allá también del escepticismo europeista tan arraigado en la sociedad británica, el referéndum que afronta Reino Unido constituye una evidencia del fracaso de la UE en su intento por crear un nexo común capaz de aglutinar a las economías europeas. Buena parte de esa derrota es coyuntural –la crisis ha hecho evidentes los graves defectos de esa frágil cohesión– pero otros son estructurales. El más evidente, la ausencia de un liderazgo político claro y la abdicación gubernativa en una organización cuyo espíritu fundacional quiso ir bastante más allá de un gran mercado único.