Los refugiados le cuestan a Merkel su primera derrota
Ayer entró en vigor el acuerdo de la UE con Turquía firmado el pasado viernes para expulsar a todos los emigrantes o aspirantes al asilo que entren de manera irregular en Europa desde territorio turco.
Si se cumple el calendario previsto, el 4 de abril se producirán las primeras devoluciones. Y, por cada sirio retornado, la UE trasladará a otra persona de la misma nacionalidad desde Turquía a suelo europeo, con una previsión inicial de 72.000 plazas, de las que unas 8.100, corresponderían a España.
La UE, además, se compromete a poner en marcha un plan masivo de reasentamiento (se habla de hasta 300.000 refugiados de los 2,9 millones instalados en Turquía) si Ankara cumple su promesa de cerrar la frontera y contener el flujo migratorio hacia Grecia.
El pacto aspira a poner fin al peregrinaje de cientos de miles de refugiados a la búsqueda de un país donde pedir asilo, la mayoría de ellos, con intención de llegar a Alemania. Pero supone, sobre todo, el final de la ruta seguida por la canciller alemana, Angela Merkel, para imponer una mutualización obligatoria y permanente del reparto de refugiados. Por primera vez en muchos años, Merkel no ha logrado imponer su voluntad en Bruselas.
Contra todo pronóstico, la hasta ahora omnipotente canciller no ha sido derrotada por un enemigo correoso, como Grecia, ni por rivales de su talla, como Francia o Italia. Merkel se ha estrellado contra Hungría y Turquía, dos países hacia los que había mostrado hasta ahora poco más que indiferencia y displicencia, respectivamente.
El batacazo ha desestabilizado a Merkel, que se ha tambaleado por primera vez desde su llegada al poder en 2005. El desafío del primer ministro húngaro, Viktor Orbán, y el chantaje del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, han sacado a la luz una Merkel vulnerable que ha perdido su halo de invencible ante propios y extraños.
“Hoy [por el viernes], Europa ha hecho lo correcto”, cantó victoria Orbán, nada más cerrarse el acuerdo para obligar a los refugiados a esperar en Grecia o en Turquía la concesión del asilo. “No es de buen gusto echarse flores a uno mismo”, añadió Orbán, “pero se ha pactado lo que llevamos meses pidiendo”.
Orbán se convirtió el año pasado en el estandarte de los países contrarios al plan de Merkel. Y se negó a participar en el reparto de refugiados, incluso si fuera de manera voluntaria.
En nombre de Merkel, Bruselas ha intentado doblegar al líder húngaro. Primero, ofreciéndole acogerse a una política de redistribución que permitiría a Budapest trasladar a otros países de la UE hasta 54.000 de los refugiados que llegasen a suelo húngaro. Y después, con la amenaza de recortar fondos estructurales a los países que se negasen a colaborar.
Orbán también ha sufrido presiones, aunque menores, en el seno del Partido Popular Europeo, donde Merkel y él conviven y sobreviven como dos de los últimos primeros ministros de una formación que hasta hace poco dominaba casi todas las capitales.
Orbán no se ha plegado. Al contrario. Ha denunciado ante el Tribunal de Justicia europeo la propuesta de la Comisión Europea para atajar la crisis de refugiados. Y cuenta con el apoyo del llamado grupo de Visegrado, en el que está acompañada por Polonia, República Checa y Eslovaquia y de la mayor parte de los países de Europa central y del este.
Por diversas razones políticas y sociales, esos países se niegan a participar en una política de asilo centralizada, muy en particular si los refugiados a repartir son de religión musulmana. La evolución demográfica también ha acentuado la sensación de invasión en una zona que desde hace 25 años sufre su propia despoblación, con una pérdida total de cinco millones de habitantes y caídas de hasta el 12% en los países bálticos, del 6% en Rumanía y Bulgaria o del 2% en Hungría, según datos del IFO alemán.
Ese bloque, con la ayuda tácita o expresa de Francia y España, ha derrotado el plan de Merkel para mutualizar la política de asilo.
Fuentes diplomáticas señalan, sin embargo, que la canciller tiene intención de volver a la carga y la batalla se reabrirá dentro de unas semanas, cuando la CE proponga la reforma del llamado Reglamento de Dublín para relajar la obligación de que las peticiones de asilo se tramiten en el país de entrada del refugiado e incorporar un sistema obligatorio de reparto desde los países de entrada a la zona Schengen.
Alemania mantiene su amenaza de que si esa reforma no sale adelante se recuperarán los controles fronterizos suprimidos en 1995 a raíz de los acuerdos de Schengen. Esos controles dañarían especialmente al transporte de los países periféricos cuyo comercio depende del centro de Europa, como Polonia, Hungría o España.
Más dolorosa para Merkel, si cabe, ha sido su derrota ante Turquía. La canciller es una enemiga declarada de la candidatura de ese país al ingreso en la UE y acusa a su predecesor, Gerhard Schröder, de haber jugado sucio al aceptar la apertura de negociaciones en octubre de 2005, con un Gobierno en funciones y sólo unas semanas antes de que ella asumiese el poder.
Merkel se encontró ante un hecho consumado. Pero con la ayuda de Francia o Chipre ha logrado que las negociaciones apenas avancen durante 10 años. Hasta la crisis de los refugiados sólo se habían abierto 14 de los 33 capítulos de la negociación. Ahora, en apenas cuatro meses se han abierto dos y Ankara ha logrado la promesa de que se acelerará el proceso.
Sin duda, Erdogan sabe que las negociaciones no llegarán a buen puerto, al menos a medio plazo. Pero ha aprovechado para vengarse de lo que considera un trato displicente a lo largo de los últimos años.
El presidente turco maltrató verbalmente en noviembre a los líderes de la UE (Donald Tusk y Jean-Claude Juncker) en un encuentro del que alguien se cuidó de filtrar la humillante transcripción. El mes pasado, la propia canciller tuvo que acudir a Ankara para rendir pleitesía, en el mismo momento en que el líder turco aceleraba su deriva autocrática y su alejamiento de los estándares democráticos europeos. La foto con Erdogan simbolizó la primera derrota de Merkel dentro de la UE.
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