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Bruselas teme que la deriva electoral a los extremos deje sin apoyos a la integración europea

La crisis se lleva por delante el apoyo a populares y socialistas

Las elecciones celebradas ayer en Polonia parecen confirmar el castigo electoral en Europa a los principales partidos políticos, una tendencia que inquieta cada vez más en Bruselas. La crisis ha diezmado el apoyo electoral de las formaciones adscritas a las corrientes de la democracia cristiana (representada por el Partido Popular Europeo) y los socialdemócratas (Partido Socialista Europeo), que han sido los dos pilares del proceso de integración europea desde su puesta en marcha en 1958.

La primera parte de la crisis financiera europea (2008-2012) arrasó con los Gobiernos progresistas en la Unión Europea (Grecia, España, Reino Unido, Portugal...). Los conservadores parecían entonces a salvo de una refriega que solo se cobró entre sus filas la víctima más inesperada: Nicolas Sarkozy perdió la presidencia en Francia.

Pero la segunda fase de la crisis, en la que algunos países atisban ya una débil recuperación, ha mostrado que casi nadie saldrá indemne del hartazgo del electorado. Y ahora son los Gobiernos conservadores los que caen uno tras otro (Italia, Finlandia, tal vez Portugal y, probablemente, Polonia), hasta el punto de que en las cumbres europeas ya solo hay un puñado de primeros ministros del Partido Popular Europeo.

La periódica caída de unos y otros no tiene nada de excepcional. “La tensión política es propia de la democracia”, repiten desde la Comisión Europea hasta el Banco Central Europeo para aparentar cierta tranquilidad. Pero la novedad tras la crisis es que se ha roto la alternancia entre los dos principales partidos, en un juego al que solo se incorporaban ocasionalmente liberales y verdes.

Ahora la extrema izquierda ha llegado al poder en Atenas y podría incorporarse a un Gobierno de coalición en Lisboa. La extrema derecha, con variados perfiles entre xenófobos y euroescépticos, participa ya en las coaliciones gubernamentales de Bélgica, Finlandia o Dinamarca. Cada vez con más frecuencia, populares y socialistas se ven obligados a contar con la ayuda de sus respectivos extremos. O a radicalizar su discurso para no dejarse comer el terreno, como está haciendo el Partido Popular en Hungría y en Francia.

Hasta ahora, los partidos emergentes han proclamado su vocación europeísta (caso de Syriza en Grecia) o han renunciado a su programa de ruptura con la UE (como los Auténticos Finlandeses) mientras se encuentren en el Gobierno.

Pero cada vez parece más cercana la victoria de algún partido con intención de romper definitivamente con Bruselas, lo que podría llevar como mínimo, a la reedición de la llamada crisis de la silla vacía (cuando Francia abandonó su puesto en el Consejo de la UE durante seis meses, hasta enero de 1966). O en el peor de los casos, a la ruptura del club, que ya estuvo a punto de producirse el pasado mes de julio cuando Alemania intentó sin éxito expulsar a Grecia de la zona euro.

Francia se perfila como el país donde la UE podría jugarse pronto su supervivencia. Un sondeo realizado este mismo mes ya indica que el 31% de los franceses considera aceptable votar por Marine Le Pen, cuyo Frente Nacional defiende abiertamente la salida del euro y el restablecimiento de las fronteras interiores en la UE.

Le Pen ya ganó en Francia las elecciones al Parlamento Europeo en 2014. Y cuenta con grupo propio en el hemiciclo de Estrasburgo, con 39 escaños. En el mismo Parlamento hay además otro grupo eurofóbico, liderado por el británico Nigel Farage, que cuenta con 45 escaños. Y los euroescépticos de David Cameron, primer ministro británico, y Jarolaw Kaczynski (líder del partido favorito en las elecciones celebradas ayer en Polonia) cuentan con otros 74 eurodiputados.

En total, más del 20% del Parlamento es partidario de desmantelar la UE o de reducir drásticamente sus competencias. Populares y socialistas todavía copan algo más del 50% de los escaños. Pero el resto quiere otro modelo de integración europea, con la esperanza de que sea mejor.

Alemania y Francia pelean por los despojos económicos de Grecia

El presidente francés, Françoise Hollande, desembarcó la semana pasada en Atenas para una visita oficial interpretada dentro y fuera de Grecia como señal de respaldo al Gobierno de Alexis Tsipras, el líder de Syriza reelegido primer ministro tras las elecciones adelantadas del 20 de septiembre. Pero Hollande también llegó acompañado de las principales empresas francesas (Alstom, Suez, Vinci...), deseosas de participar en el programa de privatización que Atenas pondrá en marcha para cumplir con las demandas de la troika (CE, BCE y FMI). París reacciona así a la ofensiva de las empresas alemanas, que ya se han cobrado la primera pieza al obtener (Fraport) la gestión de 14 aeropuertos regionales en territorio griego.

Francia ha sido tradicionalmente uno de los principales socios comerciales y financieros de Atenas, con una inversión directa de 2.100 millones de euros o el 11% de la inversión extranjera total en Grecia. Pero en los últimos ejercicios ha perdido pie frente a países como Rusia, China, Holanda e, incluso, Alemania, a pesar de la grave tensión política entre Berlín y Atenas durante la crisis del euro.

París espera recuperar terreno y cobrarse su apoyo al Gobierno de Tsipras. Francia fue uno de los escasos aliados de Grecia durante la larga batalla con la troika que acabó provocando la caída del primer Gobierno de Tsipras. En el punto culminante del conflicto solo Francia, Italia y Chipre se negaron a secundar la propuesta de Berlín para que Atenas abandonara la zona euro a cambio de una importante quita en su deuda. Tsipras tampoco aceptó la oferta y se resignó a un tercer rescate que prevé un plan de privatización para ingresar hasta 50.000 millones de euros (la mitad, para pagar el propio rescate). “Hollande fue uno de los que me convenció”, señaló Tsipras el viernes en Atenas.

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