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Tribuna
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Habas cuecen en Renania

El escándalo del software creado por Volkswagen para engañar deliberadamente en las mediciones de gases contaminantes ha salido a la luz por las investigaciones de una universidad norteamericana que han sido verificadas por las autoridades medioambientales de Washington. Sus efectos letales para la compañía siguen la estala de otros fraudes alemanes como el rescate público y nacionalización del Commerzbank en 2008 por importe análogo al de Bankia, pero beneficiado por las tinieblas igual que los manejos del Deutsche Bank diseccionados por el profesor Manuel Ballbé, sin que aquí se les prestara la atención proporcionada a su dimensión. En breve, habas cuecen también en Renania.

La conclusión es que en todas partes existe la tentación de tomar atajos para multiplicar los beneficios, rehuyendo el penoso camino del respeto a las normas de obligado cumplimiento. Así en la tierra de los periféricos como en el cielo de los germanos. Tanto en la Mancha, cuando se sembraban subvenciones de la Unión Europea con el lino ardiente de Loyola del Palacio, como en el centro fabril de Wolfsburg, epicentro de la Volkswagen. La corrupción es ubicua como la erosión ambiental. Recordemos la estricta selección de personal que hizo Nuestro Señor en Galilea para formar el colegio apostólico y, pese a ello, entre doce hubo un Judas que le vendió por treinta monedas y un Pedro que le negó tres veces cuando se vio delatado por su acento en el atrio del Sumo Sacerdote.

Más adelante, los latinos acertaron al sentenciar que corruptio optimi pessima. Porque cuando el engaño lo protagoniza Bokassa con su ofrenda de diamantes al presidente de Francia Varery Giscard d’Estaing y se residencia en Centroáfrica, o cuando es el griego Karamanlis quien truca las cuentas para ocultar el déficit de su país ayudado por la mano amiga de Goldman Sachs se impone un aire de naturalidad. Es el impasible el alemán, en la versión preferida por el vulgo del cara al sol falangista, era lo esperable de quienes están en las afueras por la geografía o por la degeneración de la siesta y otras prácticas ajenas a los arios, lejos del calvinismo echados a perder. La sorpresa que multiplica la noticiabilidad del hecho y le dota de la más alta resonancia hasta causar una deflagración descomunal ocurre si el fraude tiene lugar donde menos podía sospecharse, en nuestras propias filas. Recordemos al presidente Felipe González diciendo que “no estábamos preparados para que esto ocurriera en nuestras filas”. Bajo esa sorpresa inimaginable, aturdidos y desconcertados, pretenden comparecer, por ejemplo, los políticos cuando en su entorno más inmediato aparecen corruptos de primera división. Por eso exclaman sin cesar, con fingido asombro, que cómo iban a sospechar de gente tan distinguida e irreprochable hasta ese momento.

El engaño es muchas veces la distancia más corta para el enriquecimiento, pero cuando se descubre abre el abismo de las pérdidas económicas y, lo que es aún más grave, de las reputacionales, porque sin credibilidad nada queda por hacer en la esfera pública. En el estado de naturaleza caída en que nos dejaron nuestros primeros padres, Adán y Eva, esa tendencia al lucro irrefrenable sirviéndose del sudor de las frentes ajenas es universal. La diferencia que marca estriba en las consecuencias que derivan. Al sur se tiende a la indulgencia, al norte a la implacabilidad. Un leve plagio en la tesis doctoral acarreo la dimisión del ministro de Defensa de la canciller Angela Merkel, aquí haber elegido a Luis Bárcenas como Tesorero Nacional del Partido Popular con la doble contabilidad arrastras ha pasado sin consecuencias apreciables.

En el caso que consideramos, el presidente de Volkswagen Martin Winterkorn ha procedido conforme a los cánones germanos dimitiendo de modo súbito. Al hacerlo ha dejado patentes sus reflejos, estimulados activamente por el millonario viático que la casa le ha metido en el bolsillo. Ya que como siempre los duelos con pan son menos.

En cuanto a nosotros, acostumbrados como estábamos a los buenos ejemplos venidos del norte, necesitados de profesar admiración a los calvinistas que escogen la escondida senda por la que han ido los pocos honrados que en el mundo han sido, estamos traumatizados al darnos de bruces con el engaño premeditado procedente de donde menos lo esperábamos. ¿Si nos falla Volkswagen a quién iremos?

Miguel Ángel Aguilar es periodista.

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