Los Presupuestos: una tarta de verano
Los Presupuestos Generales del Estado que el Gobierno ha aprobado se unen a los mimbres generales aportados anteriormente de techos de gasto, supuestos macroeconómicos y distribución general entre tipos generales de partidas. Se han presentado mucho antes que otros años. Esta apresurada aprobación veraniega deja entrever, de hecho, algunas cuestiones de importancia. Esta estrategia de adelantar los presupuestos no es nueva ni exclusiva de un determinado partido. Sea cual sea el panorama político tras las próximas elecciones generales, será distinto del actual, puesto que no parece que vaya a haber mayorías absolutas. Tener unos presupuestos ya aprobados con criterios que cumplen las exigencias de consolidación fiscal puede, por lo tanto, contar con la ventaja de no ser usado como arma arrojadiza o como herramienta de bloqueo al próximo ejecutivo. Se corre, eso sí, el riesgo de aprobar un presupuesto hoy para una situación más complicada de lo previsto mañana. La principal razón es que las distintas opciones políticas –individuales o en coalición– tienen visiones muy distintas, no ya sobre en qué gastar las distintas partidas, sino en relación al propio armazón del presupuesto. Gastar –junto con las decisiones sobre impuestos– es, al fin y al cabo, la principal vía por la cual llegar al votante.
También hay que contar con que los supuestos macroeconómicos en los que se basan las públicas proyectadas siguen asumiendo un cierto escenario de calma que permitirá que el PIB crezca holgadamente el próximo año. Este sería un razonable supuesto central, pero en los próximos meses tal vez tuviera que modificarse en alguna medida. Esta aprobación veraniega ha obligado a realizar un cuadro de previsiones algo temprano. Así, por ejemplo, se espera que el PIB avance un 3% en 2016, tan solo tres décimas menos que este año. Es posible que así sea, pero todos los analistas –Gobierno incluido– asumen que en 2015 la economía española está contando con viento de cola (precios de la energía, inyecciones de liquidez del BCE, tipos de interés). Si ese empujón exógeno son solo tres décimas de PIB es difícil de determinar, pero es posible es que ese viento deje de soplar el próximo año y que otros puedan venir de cara: subida de tipos de interés en Estados Unidos y Reino Unido, situación de los emergentes (con especial atención a China), agotamiento del recorrido a la baja del precio del crudo, retirada de estímulos monetarios con el retorno de la inflación. Son, todas ellas, cuestiones que probablemente podrían haberse calibrado con mayor precisión hacia el otoño. Un menor viento de cola podría tener una incidencia notable si se recrudecen las tensiones políticas y territoriales en nuestro país en otoño, que podrían generar mayor inestabilidad política.
En todo caso, si los escenarios macroeconómicos de 2015 y 2016 se cumplen y la senda de consolidación fiscal se va completando, pueden realizarse dos reflexiones. A corto plazo, que la mejor forma de presupuestar es crecer. Con el avance de la economía se generan recursos que permiten relajar las apreturas de los duros años anteriores. Precisamente, hay consecuencias de la crisis que perduran (como el desempleo) y cuyo alivio y resolución deberían concentrar buena parte de las ganancias de crecimiento. A largo plazo, la reflexión es que se ha demonizado la consolidación fiscal en exceso. Hubo un momento, cierto es, en que los objetivos fijados desde Bruselas imponían un ritmo de contención del gasto tan exigente como absurdo. Cuando los horizontes temporales para reducir el déficit se ampliaron, su cumplimiento se hizo más realista y compatible con una recuperación económica. Con el paso del tiempo, sería injusto poner en duda que la sostenibilidad de la deuda en España es hoy más creíble y que eso atrae confianza inversora. De hecho, se espera que el próximo año, España vuelva a contar con un superávit primario, lo que implica que (dejando los intereses de la deuda al margen) podamos contar con más ingresos que gastos. Un objetivo que suena lógico y que, sin embargo, ha sido duramente criticado en los últimos años.
Ahora bien, sí que hay una austeridad mal entendida. La que supone que el recorte es la única opción. Sigo pensando, como con cada presupuesto aprobado en los últimos años, que habría sido posible realizar menos recortes en educación y en sanidad si se hubiera optado por mayor eficiencia gestora y de uso de los recursos en lugar de meter la tijera a trocho y mocho. Pensar que ahora un 1% de subida salarial para los funcionarios es una compensación por el esfuerzo no parece una valoración muy acertada. La mejor recompensa para las administraciones públicas sería una gestión más eficiente y un sistema de incentivos, con ejemplos de eficiencia de arriba hacia abajo. Porque el reseñable esfuerzo de los últimos años ha sido, claramente, de abajo hacia arriba.
El avance de la economía genera recursos que permiten relajar las apreturas de años anteriores
A la hora de hacer una tarta y decidir dónde se va a poner más o menos de cada ingrediente, sería bueno saber qué reformas pueden llevar a aprovechar mejor los recursos presupuestarios que genera el crecimiento económico. Conocer, por ejemplo, de una vez por todas, por qué temas como la investigación no cuentan con fondos comparables a otros países desarrollados. Saber también si la financiación destinada a políticas activas de empleo está dando sus frutos. Asumir, al fin y al cabo, que España precisa más reformas, en lugar ponernos a comer, sin más, la misma tarta de siempre.
Santiago Carbó Valverde. Bangor University,Funcas y CUNEF.