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Tribuna
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¿Se puede salir del euro?

La pregunta ¿se puede salir del euro? solo tiene una respuesta posible: sí. Al final, un soberano –Grecia, pongamos por caso– lo es por eso, porque, en última instancia puede hacer lo que a su interés convenga. La pregunta es, más bien, si se puede salir del euro sin incurrir en responsabilidad internacional –lo que quiera que esto signifique– y, sobre todo, cuáles son las posibles consecuencias. Pero hay, además, otra interesante pregunta: ¿cómo?, ¿cuál es el procedimiento, entendido en un sentido puramente operativo?

En cuanto a la primera de las cuestiones –la jurídica–, si preguntamos a los expertos, nos dirán que el tema es complejo, y con razón. De acuerdo a los tratados, el euro no es una cooperación reforzada ni nada por el estilo. El euro es la moneda de la Unión Europea y, por tanto –siempre que no dispongan de un protocolo que permita su exclusión permanente (algo con lo que solo cuentan Reino Unido y Dinamarca)–, todos los Estados miembros están obligados a adoptarlo. Otra cosa es que esa obligación sea más o menos modulable y un Estado que no quiera incorporarse al euro pueda manejar sus condiciones de adopción de modo muy flexible. No existe, por tanto, una salida dentro de la letra del tratado. Sí se contempla, por el contrario, la salida misma de la Unión mediante un procedimiento negociado bilateral.

Así las cosas, un Estado que quisiera recuperar su soberanía monetaria no tendría más alternativa que negociar con sus contrapartes. Estos no serían los otros 18 países del euro, ni la propia Unión, sino los 28 signatarios del tratado. Una salida unilateral supondría una infracción del tratado.

Pero no es tan sencillo. El Tratado de la Unión Europea es un tratado de duración indefinida y la participación en el euro, si bien no es una cooperación reforzada, es conceptualmente separable del resto de obligaciones y derechos que conforman la pertenencia a la Unión (como acredita la propia existencia de los Estados miembros con opting out o los Estados que, si bien deberán incorporarse algún día, no tienen fecha para ello). Es posible, e incluso probable, que un Estado miembro en dificultades financieras –imposibilitado para cumplir sus deberes conforme al tratado por resultarle excesivamente onerosas– tuviera un título válido para desasirse de esas obligaciones, quedando los otros Estados obligados a reconocerlo.

No obstante, sin abandonar el plano puramente jurídico, incluso más interesante que la cuestión del si se puede es la de cómo se puede. La decisión de cambiar de régimen monetario no es el final de nada, sino el principio de un proceso que suele resultar penoso y, en ocasiones, caótico. Ciertamente, que las cosas se hagan en el plano internacional por las buenas o por las malas influye mucho. El Estado miembro saliente tendría que dictar legislación de carácter excepcional con efectos tanto ad intra como ad extra. La aquiescencia de los demás Estados miembros –su aceptación, en su caso, de ciertos hechos como inevitables– puede ayudar mucho a la eficacia de esas decisiones. Por norma general, al intentar imaginar cómo podría ser una posible salida, tendemos a pensar en el proceso de entrada. Pero enseguida la ilusión de simetría se desvanece, por una primera y elemental razón: mientras que la entrada fue un proceso planificado, con un desarrollo temporal extenso, la salida no puede serlo. Por razones económicas básicas, un Estado miembro puede anunciar que sale del euro, no que saldrá. E incluso antes de tratar ningún aspecto del tema con sus socios comunitarios, al tiempo que hace pública la salida, deberá estar dictando leyes urgentes y de excepción. En realidad, más que fijarnos en el proceso de creación del euro debemos tener presente la ruptura del currency board argentino –y el famoso corralito– y aun así no perder de vista que incluso en Argentina contaban, al menos, con circulación fiduciaria propia.

En realidad, el gran reto del abandono del euro, precisamente porque el euro es una moneda plena, no es, al menos en primera instancia, macroeconómico y mucho menos jurídico, sino operativo y logístico: hay que parar el mundo, siquiera durante un rato. Como ocurre con cualquier evento que no ha sucedido nunca, lo cierto es que saber, lo que se dice saber, cuáles serían las consecuencias de que un Estado miembro salga del euro no las sabe nadie. Pero que habría algún fin de semana de infarto, eso ténganlo por seguro.

Fernando Mínguez es socio de Cuatrecasas, Gonçalves Pereira.

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