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Tribuna
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Más empleo, pero ¿con mayor calidad?

Aunque todavía estamos muy lejos de la creación sostenible de empleo de calidad, lo cierto es que durante los últimos meses los resultados en los mercados de trabajo abren la puerta a la esperanza. Ahora que empiezan a llegar algunas buenas noticias es muy importante aprender de los errores, situar el problema en su justo contexto y preguntarnos por las políticas públicas de calidad del empleo. Allá vamos.

Primero: es posible definir la calidad del empleo como un estado general de satisfacción de los trabajadores que incluye aspectos objetivos de bienestar material, relaciones con el entorno, percepción de salud y seguridad, y aspectos subjetivos de bienestar físico, psicológico y social. La calidad del empleo es multidimensional y se puede captar a través de las percepciones de los trabajadores sobre diez dimensiones: la calidad intrínseca (satisfacción general, motivación y promoción); la organización del trabajo; las condiciones del empleo; las relaciones sociales; la igualdad de género y la conciliación, vida laboral versus vida familiar; la formación y el aprendizaje a lo largo de la vida laboral; la intensidad del empleo; la salud y la seguridad en el trabajo; la retribución del empleo; y las condiciones de inclusión y acceso a los mercados de trabajo.

Segundo: ya hace tiempo que los resultados de la investigación y las políticas públicas de empleo insisten en la necesidad de generar mayores niveles de calidad del empleo. Esto es así porque se ha demostrado que los empleos de mayor calidad tienen beneficios económicos para la empresa (innovación, productividad y competitividad), para el trabajador (compromiso, proactividad e identificación con el empleo) y para la sociedad en general (sinergias hacia el resto de actividades económicas y de estructuración social). Sin embargo, el advenimiento de la crisis económica puso de relieve nuevamente las tensiones entre calidad y cantidad de empleo, priorizando este segundo elemento por encima del primero.

Tercera: los resultados de una investigación que acabamos de realizar para una amplia muestra de trabajadores en España durante los años 2008 y 2010 sugieren claramente la necesidad de retomar como prioridad esencial las políticas de calidad del empleo. Esto es así porque durante el período analizado la calidad del empleo en España ha mejorado (los desempleados no forman parte de la investigación) y, más especialmente, porque los determinantes de la calidad del empleo se han transformado radicalmente. Mientras que al principio de la crisis la calidad del empleo venía explicada por la calidad intrínseca, la organización y las condiciones de inclusión y acceso en los mercados de trabajo, en 2010 su explicación se había transformado radicalmente. Concluimos que las relaciones sociales, la salud y la seguridad del trabajo, las condiciones laborales, y la igualdad de género y la conciliación son las cuatro principales dimensiones que explicaban la calidad del empleo a mediados de la crisis.

Cuarta: aunque es cierto que algunas dimensiones de la calidad del empleo han mejorado por el mero hecho de la crisis, como la reducción de la intensidad en el trabajo o la posibilidad de tener más tiempo para conciliar, también es cierto que las dimensiones sociales y de entorno son cada vez más importantes para explicarla. Por tanto, si de verdad queremos un mercado de trabajo de calidad deberíamos abandonar las tradicionales tensiones entre calidad y cantidad, y centrarnos en los nuevos aspectos sociales y de entorno que determinan la calidad.

Y, quinta: por sí solas las reformas laborales no crean empleos de calidad. Para ello necesitamos un tejido empresarial emprendedor, innovador, eficiente, competitivo y globalizado. Y, para conseguirlo, la calidad del empleo es clave. Debemos conectar las políticas de ocupación con las políticas de crecimiento. Y, más concretamente, debemos reenfocar las políticas de calidad del empleo ante las nuevas formas de competencia. El trabajo de calidad de hoy no tiene nada que ver con el de hace diez años. El trabajo estable evoluciona hacia el trabajo continuo y flexible, la jerarquía hacia la autonomía, la centralización hacia la descentralización, las relaciones laborales hacia la organización, y el contrato social tradicional de productividad por salarios fijos hacia el nuevo contrato de competitividad por gestión colaborativa. Nuevo trabajo, nueva calidad del empleo.

Joan Torrent-Sellens es profesor de la UOC.

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