Mucho ruido en Japón
Shinzo Abe quiere presentar sus credenciales de reforma reduciendo el impuesto de sociedades de Japón, situado en el 36%. Pero el plan del primer ministro podría ser contraproducente y terminar perjudicando su campaña de lucha contra la deflación.
El gobierno nipón anunció el 24 de junio un plan para recortar la tasa a menos del 30% en los próximos años. No está claro aún el precio final, o cómo se financiará la generosidad.
La vaguedad del plan es desconcertante, pero su lógica es también dudosa. La relación entre impuestos y PIB en Japón se sitúa entre las bajas dentro de los países ricos. Menos de un tercio de las empresas pagan impuestos, y la tasa efectiva para los grandes conglomerados es solo del 13%.
Un recorte de impuestos podría estimular la inversión doméstica, según un reciente sondeo de Reuters entre los ejecutivos corporativos. Pero los beneficios serían limitados. Con poca o ninguna recuperación de la actividad económica, incluso las pequeñas cantidades en impuestos no percibidos podrían inflar la deuda del gobierno, ya situada en el 243% del PIB.
Para convencer a quienes han invertido en sus bonos de que el recorte de impuestos no es fiscalmente irresponsable, Abe tendrá que encontrar fuentes alternativas de ingresos. Subir los impuestos a una fuerza laboral que envejece y se reduce no es una opción, y cobrárselo a los consumidores sería duro, ya que podría empujar a la economía a otra espiral deflacionaria.
Realizar esta apuesta en plena estrategia de crecimiento huele a desesperación. Abe no está teniendo suerte con sus reformas significativas –el aumento salarial prometido a los trabajadores nipones no se ha materializado–. Un impuesto de sociedades menor podría hacer subir temporalmente las cotizaciones bursátiles. Pero si surgen problemas cuando el Banco de Japón deje de comprar deuda pública en grandes cantidades, la rentabilidad de los bonos podría caer. Lo anunciado como clave de las Abenomics podría acabar debilitándolas.