Draghi deja la pelota en el alero de la banca
El presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, cumplió ayer con las expectativas que él mismo había creado cuando dijo hace un mes que tomaría importantes decisiones para movilizar el crédito, estimular el crecimiento y erradicar el fantasma de la deflación en Europa. El mercado esperaba como agua de mayo el maná, y Draghi lo concretó en la más vasta batería de medidas financieras para desatascar las tuberías de un sistema financiero fragmentado y perezoso en la concesión de crédito que se recuerda. El máximo responsable del BCE incluso fue más allá de lo que los más heterodoxos daban por bueno, aunque siga guardando alguna munición adicional en sus arsenales. De hecho, comentó que seguramente los tipos habían tocado suelo ya (los ha bajado al 0,15%), pero que no era su intención evitar medidas adicionales en el futuro si fueran necesarias. Las Bolsas subieron con relativa fortaleza (el Ibex marcó máximo anual y el índice alemán superó por vez primera los 10.000 puntos), la deuda relajó su rentabilidad en la periferia europea y la divisa, que ya se había depreciado en las últimas semanas, prosiguió con su particular pérdida de valor frente al dólar.
Ahora solo falta por ver, y no es cuestión de días ni de semanas, si el descomunal despliegue de fuerza ha servido o no para algo. Si ha agitado la actividad bancaria hasta el punto de que las entidades pierdan el miedo a prestar a las empresas y hogares para actividad real; si el sistema financiero se ha puesto al servicio de la economía productiva para flexibilizar las tensiones de los precios con más demanda y crecimiento; si el deflactor del PIB y del consumo se mueven en proporción suficiente como para hacer más soportable la deuda de los agentes privados; si la divisa ha perdido temperatura suficiente como para espolear más las exportaciones de una economía vendedora como la europea; si cada entidad bancaria de no importa qué zona del continente es capaz de prestar en el interbancario a sus competidores y el BCE puede dejar de ser el prestatario de último recurso que tiene que aguantar sobre las espaldas de su estrecho balance todo el sistema financiero de la zona más rica del planeta. Veremos, pero ciertamente, la banca tiene el terreno expedito para la concesión de créditos .
Mario Draghi ha entrado en territorio desconocido, solo explorado por algunos bancos centrales en pequeños países europeos en el pasado (cobrando a la banca por sus depósitos) y ahora por los bancos de Inglaterra, Japón o EE UU (con la compra de deuda pública y privada). Ha dado un volantazo brusco, aunque estuviese todo el mundo avisado, a su política monetaria. La institución radicada en Fráncfort ha puesto en marcha este programa de ayudas cuando el PIB crece más bien poco y los precios están planos, la situación más endemoniadamente complicada para gestionar la economía. Es una situación que justifica una nueva inyección brutal de dinero a la banca (hasta 400.000 millones) a cuatro años para dar crédito a empresas y familias (no a Administraciones públicas, no para comprar deuda soberana, no para crédito hipotecario) y a precio de saldo. Es mucho dinero y tiene contrapartidas claras para las entidades. Es un buen negocio, pero estará vigilado. Además de bajar los tipos y cobrar por los depósitos para hostigar la pasividad de la liquidez, el BCE dejará de esterilizar sus compras de títulos públicos, lo que en la práctica es una expansión monetaria que pondrá una cantidad nada despreciable de dinero en el mercado (hasta 165.000 millones). Y por último, palabras mayores, prepara un programa de compra de carteras de crédito financiero a empresas para aligerar balances bancarios y posibilitar más los préstamos.
Solo falta por cuantificar este programa; pero con él, Draghi ha puesto en práctica en Europa, con armas en parte diferentes, la política de la Fed, que ha dado resultados razonables. Al menos, los mercados financieros los han valorado, porque han tenido reflejo en el medio plazo en el crecimiento. Ojalá en Europa la interpretación sea la misma, aunque sería deseable que corrieran más las cifras de crédito, de demanda de consumo e inversión y de empleo, que las que marcan los precios de las acciones o de la deuda soberana, cuyo desempeño y repago podría estar solo sustentado por aquel viejo compromiso veraniego del presidente del BCE.