Estabilización en 2013 y en 2014, recuperación
Desde la Navidad de 2008, cuando la crisis económica y financiera más brava que hemos conocido era un hecho incontestable, todos los buenos deseos para el Año Nuevo van acompañados de un sincero comentario con el temor indisimulado de que cualquier tiempo pasado fue mejor, de que el año siguiente siempre tenía muy mala pinta y de que la crisis no había tocado el suelo. De hecho, en 2008 –recuerden– se decía “Feliz 2010”; en 2009, “Feliz 2011”; en 2010, “Feliz 2012”... Y cada uno de los años, y hasta un total de cinco, confirmaban los oscuros temores de que lo peor estaba aún por llegar, de que nunca estábamos en el principio del fin del valle de lágrimas, sino en el fin del principio. Cada cifra desconocidamente mala era superada por otra dramática, cada análisis decepcionante era considerado al poco tiempo como aceptable y benévolo, porque una nueva adversidad lo endulzaba; cada augurio de bonanza era desplazado en semanas por hechos tozudamente más perversos.
Pero por fin ahora, tras más de seis años de decepciones, tenemos elementos para construir otro discurso, otro relato más optimista del porvenir. Hemos tocado fondo. Ya 2013, inicialmente considerado tan sospechoso como los años anteriores, no puede considerarse en todas las variables peor ejercicio que 2012. De hecho, puede asegurarse que se trata del año de la estabilización, del año en el que España ha recuperado el crédito exterior, en el que ha vuelto –aunque poco y tarde– el crecimiento económico y el empleo, del año en el que hay menos parados que doce meses antes y en el que los mercados financieros han dado un respiro, con un abaratamiento notable en los tipos de interés de la deuda pública y privada y con un alza considerable de los precios de las acciones. Y todo ello con la consiguiente recomposición de la riqueza financiera de hogares y empresas. Este 2013 ha sido el punto de inflexión en la crisis. Por primera vez desde que arrancó el calvario económico, los buenos deseos para el año venidero están justificados.
Ese es el consenso que destila la opinión de los empresarios y gestores de compañías invitados por CincoDías a construir una previsión razonada sobre el comportamiento de la economía y de sus negocios en 2014. Todos coinciden, en mayor o menor medida, en que la demanda privada recuperará la verticalidad lentamente, que el PIB se acercará a crecimientos del 1% y que el empleo saldrá de su largo invierno, como un ejercicio de natural y simple prolongación en los próximos trimestres de lo acontecido en los pasados. Eso sí: pese a que los beneficios apuntan a una senda de crecimiento de en torno al 10%, nadie echa las campanas al vuelo, nadie augura cambios vertiginosos en el estado de ánimo, nadie apuesta por movilizar su inversión como si todos los obstáculos estuvieren superados. Y no todos lo están. El Gobierno ha administrado una buena dosis de reformas en los mercados de bienes, servicios y factores; pero no ha desatado todos los nudos que impiden a la economía mostrar todo su potencial de crecimiento, aunque cierto es que no todos están en sus manos, o en sus manos únicamente. Huelga reiterar lo bien hecho, pero nunca está de más recordar lo esquivado o mal resuelto, o lo que depende de otros agentes económicos que se resisten a los cambios.
Los empresarios identifican como la piedra angular sobre la que debe pivotar el crecimiento en 2014 la movilización del crédito bancario, puesto que la economía no puede crecer a tasas boyantes con el simple impulso del ahorro acumulado. Algunos banqueros se comprometen a activar la financiación de la economía privada, pero todos tienen un compromiso con una comunidad económica que ha puesto el sacrificio y los recursos necesarios para capitalizar, con dinero público, las entidades dañadas. Además, los maltrechos balances bancarios precisan crecer con nuevo y solvente crédito para mantener el resultado que registra ahora márgenes decrecientes.
El Gobierno sigue teniendo deberes ineludibles –y no valen excusas electorales– para lograr que la recuperación sea sólida, longeva y sobre todo eficiente en empleo: reforma energética real que alivie precios y Presupuesto público; aplicación del ajuste de los contratos para aprovechar el tirón de la demanda y reforma fiscal para ensanchar la renta disponible de los ciudadanos y activar la inversión productiva.