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El Foco
Tribuna
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La maldición de Hybris

Carlos Reutemann, otrora destacado piloto automovilístico y hoy reconvertido en político justicialista y senador nacional en la República Argentina, se queja amargamente en los medios de que su presidenta, CFK, no escucha a nadie y, además, de que también se ha olvidado de dialogar. No es el único político que critica a la mandataria y a su renovado Gobierno; lo hacen todos, o casi, sean afines o no, y muy duramente los medios de comunicación no oficiales y los ciudadanos con los que uno tiene la oportunidad de hablar en una ciudad tan hermosa como Buenos Aires cuando el otoño austral se agota.

En determinados programas de televisión la crítica es acerada, brutal y también divertida, como en el espacio que conduce los domingos por la noche Jorge Lanata en el Canal 13, el espacio más visto por los argentinos en su franja horaria, hasta el punto de que la televisión pública –siguiendo instrucciones de la Casa Rosada– ha retrasado la hora del fútbol televisado para, sin éxito, restarle audiencia al popular periodista. Un camarero, mesero lo llaman acá, me contó “en confianza” y bajando el tono de voz que la presidenta solo bebe leche. Cuando confiadamente preguntas la razón, la simpática respuesta –marcando las sílabas– es obvia: “No le gusta nada La-nata...”.

Los problemas se multiplican: inseguridad ciudadana, corrupción, precariedad laboral, etc.

Mientras, los problemas se multiplican: inseguridad ciudadana creciente, corrupción galopante, precariedad en el empleo, informalidad laboral del 34% y una fuerte inflación cuyo dato real se desconoce; el riesgo país está alto y, a pesar de las protestas, siguen las trabas a las importaciones y persiste un estricto control cambiario; paradójicamente, se aprueba una ley que permitirá el blanqueo de fondos con la obsesión de traer dólares a las necesitadas arcas públicas. El paro se mantiene en torno al 8%, pero la economía está cada día más dirigida y sujeta a bandazos permanentes. Hay muchas protestas por los cambios que se preparan en las leyes que regulan la judicatura, y los ciudadanos, que ya no confían en casi nada, se quejan de los altos impuestos que pagan sin recibir demasiado a cambio.

La incertidumbre se cierne sobre las legislativas de octubre próximo y nadie sabe si el resultado electoral servirá para que CFK modifique la Constitución a su gusto (el poder por el poder, dicen que es su lema y el de sus seguidores oficialistas) y pueda aspirar en 2015 a un tercer y consecutivo mandato presidencial. Y, por si fuera poco, aunque algunos dicen que nace para enmascarar problemas mayores, aparece con virulencia un conflicto por el traslado de la estatua de Cristóbal Colón (un monumento donado por Italia hace 100 años) desde la capital federal a Mar de Plata, una decisión de la presidenta a la que se oponen la ciudad de Buenos Aires y, en general, los vecinos.

A pesar de todo, me dicen, y aunque hay mil razones para abdicar, los empresarios trabajan en silencio y procuran hacer país, igual que los ciudadanos decentes y algunos foros y universidades que han retomado su tarea de ser conciencia crítica y ética de la sociedad. Hay un creciente compromiso con los asuntos públicos porque los argentinos, más allá del desamor por sus dirigentes, llevan en sus genes el origen latino y son inquietos intelectualmente, y sabedores de que la vida –que atisban más amigable y mejor en el futuro– va pareja con el derecho al pluralismo cultural y con el derecho a las diferencias, que no otra cosa es la diversidad. Por eso, como en otros muchos lugares, el pueblo sigue tolerando a sus dirigentes y buscando la afirmación de las diferencias por sí mismas y como una forma de facilitar un necesario sentido de la solidaridad y de lo común.

Los empresarios trabajan en silencio y procuran hacer país, igual que los ciudadanos decentes

En la Argentina (y lo he sentido, visto y hablado en las universidades y en la calle) las gentes exigen ya a sus políticos que apuesten por la educación y luchen contra la desigualdad que impide un destino compartido. Son conscientes de que la educación no puede convertirse en un privilegio, como escribiera Sabato, ni puede ser un instrumento para que los ciudadanos encajen en una sociedad diseñada desde el poder, sino para que puedan ser libres en la sociedad en la que han decidido vivir. En general, y en todos los países, las personas buscan líderes que les ayuden a caminar hacia una sociedad abierta donde quepan también el desacuerdo o la disconformidad, y en la que la ciudadanía pueda avanzar hacia un horizonte ético de responsabilidad sin el cual la vida en común no tiene sentido. Tenemos los humanos, como decía Borges, la obligación de la esperanza.

Como en otras muchas naciones, y como es un mal contagioso (la soberbia siempre lo fue), es posible que en la Argentina el síndrome de Hybris se apodere –si no lo ha hecho ya– de alguno/s de los llamados servidores públicos. Ojala que no ocurra pero, si así fuere, hay que ser conscientes de que los dirigentes, sobre todo los políticos con altas responsabilidades de gobierno, pueden padecer borracheras de poder y, aunque el tiempo todo lo cura, las consecuencias inmediatas son inevitables: dejan de escuchar, evitan el diálogo porque creen que todo lo saben, toman decisiones por su cuenta y sin consultar a nadie, nunca reconocen sus equivocaciones, se vuelven narcisistas e iluminados, siempre dicen estar en posesión de la verdad y solo aceptan sus propias ideas, de forma tal que, cuando alguien no las asume, lo condenan al ostracismo.

Y, además, no son humildes ni empáticos, ni saben construir puentes que sirvan para unir y conducirnos a mundos mejores. Puentes como expresión de democracia, pujanza y modernidad; puentes símbolos de voluntad y esfuerzo, y nuevos puentes para trazar rutas inalcanzables... El puente une, vincula, comunica y desde él, como escribiera el Nobel Juan Ramón Jiménez, “despiertan todos los caminos...”.

Juan José Almagro es Doctor en Ciencias del Trabajo y abogado

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