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Columna
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Debate productivo en el G8

Las cumbres del G8 no son conocidas como fuentes de nuevas ideas significativas. Pero la reunión de esta semana de los líderes políticos de los ocho principales economías en Irlanda del Norte tiene la oportunidad de ser diferente. En el modelo estándar, los banqueros centrales son técnicos políticamente independientes, cuya tarea principal es la de establecer un tipo de interés que produce una inflación en los precios de consumo estable y reducida. Desafortunadamente, esa descripción de trabajo ha sido casi irrelevante en los últimos cinco años.

Desde la crisis financiera de 2008, los bancos centrales no han tenido que preocuparse por la inflación, que se ha mantenido baja en las economías más desarrolladas. Las políticas sobre los tipos de interés de apenas han cambiado. En cambio, las autoridades monetarias han estado ocupadas con otras cosas: crecimiento insuficiente del PIB, los mercados de trabajo defectuosos, guerras de divisas, preocupaciones por la deuda soberana y sistemas financieros poco saludables.

La regla de Taylor provoca mucho rechazo. En abril, el Centro de Investigación de Política Económica, un think tank de Londres, publicó un documento titulado: ¿Ha muerto el objetivo de inflación?, en el que 20 expertos llegan a la conclusión de que los objetivos están vivos y bien, y que han sido revisados, no se rechazados.

La gestión del sistema financiero no puede reducirse a un proceso casi mecánico

Los autores en su mayoría coincidien en que las decisiones sobre el capital bancario, el apalancamiento sistémico, los tipos de interés reales negativos y el déficit fiscal, por no hablar de la presión del Banco Central Europeo para reformar las regulaciones del mercado de trabajo en la zona euro, de alguna manera están anclados en pensar en la inflación en un futuro lejano. Es difícil lanzar una afirmación tan tenue, pero por otro lado las mismas decisiones podrían plausiblemente basarse en cavilaciones sobre el futuro del crecimiento del PIB, las tasas de desempleo o la estabilidad del sistema financiero. El hecho es que los objetivos de inflación ha demostrado ser insuficientes.

El principio de independencia política es aún más absurdo. Las decisiones de los banqueros centrales tienen implicaciones en esta materia, y sus declaraciones y acciones han pasado a formar parte del debate. Además, los bancos centrales no son independientes.

Hacen falta nuevas ideas sobre cómo deben funcionar los bancos centrales. La gestión del sistema financiero no puede reducirse a un proceso semimecánico ya que están pasando demasiadas cosas en la economía.

La simplicidad también está descartada por los objetivos que los bancos centrales –en el mundo real– tienen que tener en cuenta, como el pleno empleo, el crecimiento del PIB, un aumento de los niveles de vida, unos ingresos y una distribución de la riqueza adecuados, un equilibrio financiero internacional sostenible, unas divisas estables, unas normas razonables para los préstamos bancarios y unos beneficios justos para los ahorradores.

También hay que considerar qué parte de la economía financiera no está bajo el control directo de los bancos centrales. No pueden dictar cualquier decisión sobre préstamos en el sector privado o sobre los hábitos de consumo. Tienen una influencia particularmente limitada sobre el gobierno, el principal actor económico en las sociedades modernas.

Hay motivos para el optimismo respecto al cambio de papel de estos organismos, aunque los que están involucrados son todavía reacios a dejar que la teoría se ponga al día con la realidad.

El nuevo marco será necesariamente ecléctico. Las recientes innovaciones financieras se deben tener en cuenta. Así como los últimos patrones económicos, desde los déficits fiscales persistentes al cambio global en el peso económico que se ha desplazado de los países desarrollados a los mercados en desarrollo.

El marco debe tener un espacio para las ideas que en el pasado han sido precipitadamente dejadas de lado. Las autoridades monetarias también tienen que dejar de tomar los índices de precios al por menor como única señal de estabilidad monetaria. Se podrían añadir, por ejemplo, los precios de las materias primas, en especial de aquellas que no están muy influidas por la oferta y la demanda industrial. En otras palabras, un debate a fondo en Irlanda del Norte esta semana podría incluir –entre muchos desafíos al pensamiento estándar– a pocos minutos a algo así como un patrón de oro.

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