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Por qué no baja el euro (y debería)

Imaginemos una divisa de un país amenazado de recesión y cuyo banco central está imprimiendo dinero para solventar una fuerte crisis de desconfianza de los mercados. Sus vecinos inmediatos, de hecho, han impuesto límites al tipo de cambio de su divisa no suba demasiado. Lo razonable sería pensar que la moneda del primer país, el de la recesión, está cayendo a plomo. Pero no es así. Aunque ha caído desde los 1,48 dólares de hace menos de un año, aún en el entorno de los 1,30 dólares, nivel históricamente bajo. De hecho, desde 1998 hasta 2007 solo en un breve periodo de 2004 el euro cotizó por encima de esta cota.

No sé de dónde viene la resistencia del euro a bajar. Podemos intuir que hasta el momento el mercado no ha temido tanto la explosión de la zona euro como la expulsión de alguno de sus países. En otras palabras, el mercado ve en el euro un marco alemán, y no una peseta. Por eso la famosa crisis del euro afecta a todos, salvo al propio euro. Y, además, aunque el BCE, a regañadientes y por la puerta de atrás, esté imprimiendo dinero, la Fed ha sido infinitamente más activa (y transparente) en sus operaciones.

La propia fortaleza del euro supone un problema para Europa. En un contexto de desplome de la demanda interna en el Sur de Europa y probable recesión (aunque no tan catastrófica) en el Norte, la exportación es la única vía de crecimiento, y el euro fuerte debilita la competitividad.

¿Cambiarán las tornas? Deberían. Principalmente, porque la actividad del BCE tendría que empezar a reflejarse en la divisa. Credit Suisse considera que la segunda subasta de liquidez a largo plazo (tres años) tendrá todavía más demanda que la primera, alcanzando hasta el billón de euros. La lógica del banco es convincente: pedir dinero al BCE ya no es el estigma que era antes (las crisis financieras acaban con las exquisiteces) y el descuento máximo que exige el BCE al depositar deuda pública como garantía es del 10%, incluso para la deuda griega. El mercado optará por "aparcar" toda la deuda que pueda y, de paso, conseguir liquidez.  

En segundo lugar, y esto ya es cosecha propia, la dinámica interna del BCE puede alterar las percepciones del de nuestro amigo el mercado. A medida que la institución de Fráncfort se vuelve más sensible al colapso financiero y se aleja de los metalúrgicos dictados de Angela Merkel, el mercado verá al euro como una divisa también menos metalúrgica. En 2011, no olvidemos, han salido del BCE el economista jefe (Stark) y el casi seguro sucesor de Trichet (Weber). El nuevo presidente es italiano y el economista jefe, belga. Francia, como Bélgica, está en el disparadero de los mercados. En otras palabras, el BCE cada día es más periférico, lo que explica que Holanda, Eslovenia y Luxemburgo traten de mover la silla española en el comité ejecutivo. 

En este contexto, el euro sería menos marco alemán y más "francopesetalira". Y costaría menos, lo que sería una gran noticia. Credit Suisse calcula que cada 10% que baja el euro, el PIB de la zona euro mejora el 1%. Solo con que el euro se deprecie hasta 1,10 dólares, el bloque europeo esquivaría la recesión. 

Además, la mejora económica se concentraría en países como Alemania, que exportan mucho fuera del euro, lo que alivia los desequilibrios intraeuropeos. Cuanto más suban los salarios en Alemania, menos tienen que bajar en España para equilibrar la competitividad. En resumen, animemos todos a que el euro se desplome, por la cuenta que nos trae.

Música contra la crisis. Alemania no tendrá a Weber, Issing o Stark en el BCE, pero siempre les quedará Einstürzende Neubaten. Stella Maris.

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