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Tribuna
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Sí al Gobierno económico, no a la reapertura de los tratados

El euro, la segunda reserva mundial, afortunadamente no va a desaparecer a medio plazo. Hay demasiado en juego. Pero si los líderes europeos no toman medidas urgentes en las próximos semanas, la eurozona, en su presente configuración, sí está amenazada. La disolución de la actual eurozona se ha convertido en una posibilidad aún bastante improbable pero que los mercados y multinacionales ya barajan. Algunos apuestan por una transformación de la eurozona en un núcleo duro constituido por Alemania, los Países Bajos, Austria, Finlandia, Luxemburgo y los otros miembros que puedan aceptar la disciplina presupuestaria germánica.

La crisis de la deuda soberana de la eurozona no tiene precedentes históricos. Muchos países han tenido que suspender pagos sobre su deuda en las últimas décadas y han conseguido recuperarse. Pero en este caso nos hallamos ante una Unión Monetaria integrada por 17 países cuyos miembros más débiles han incumplido (con la complacencia del resto por motivos políticos) los límites de déficit y deuda fijados por el pacto de estabilidad y crecimiento. A pesar de la complejidad de la situación, la lentitud de los líderes europeos es incuestionable. Han transcurrido 18 meses desde el primer rescate de Grecia, en mayo de 2008. Se han celebrado innumerables cumbres de jefes de Gobierno de la UE, eurozona y reuniones del Ecofin. El acuerdo alcanzado el 27 de octubre en Bruselas para recapitalizar los bancos de la eurozona, aplicar una quita del 50% a la deuda pública griega y aumentar la capacidad del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera debía enderezar la situación. La insostenibilidad de los Gobiernos griego e italiano dio al traste con dichos planes. Su sustitución por competentes ejecutivos es un progreso que ha requerido tiempo.

Y tiempo es precisamente lo que no tenemos. El comisario de Asuntos Económicos y Monetarios, Olli Rehn, sorprendió al declarar esta semana que los líderes europeos contaban con 10 días para salvar el euro. Han ido a la rezaga desde el inicio de la crisis. Ahora se autoimponen este insólito plazo. ¿Qué deben acordar en la cumbre del próximo viernes?

En primer lugar, el Banco Central Europeo debe proseguir con su compra moderada de bonos italianos, españoles y de otros países de la eurozona que están pagando tipos insostenibles a medio plazo. Hasta finales de octubre había adquirido bonos por valor de 173.500 millones de euros. El temor a formentar inflación y minar la independencia del BCE no es infundado. Tampoco que la actuación temporal del BCE desincentive la adopción de las duras pero necesarias reformas estructurales y de austeridad. Pero en una emergencia como la actual hay que utilizar todos los medios disponibles. El BCE debe actuar como un bombero mientras los líderes europeos diseñan una arquitectura institucional que impida un nuevo incendio en la eurozona. Todos los países de la eurozona -incluyendo los menos endeudados- deben asimismo presentar ante la Comisión Europea nuevos planes que concreten cómo reducirán sus niveles de déficit y deuda al 3% y 60% del PIB, respectivamente, a principios de 2013. Debe imitarse la actuación de Gobiernos como el británico, portugués, irlandés, español y griego y de comunidades autónomas como Cataluña o Madrid, que continúan adoptando impopulares pero imprescindibles recortes en salarios, pagas adicionales y pensiones de funcionarios, congelación de las pensiones más elevadas, retraso de la edad de jubilación y reestructuración -que no disminución de la calidad- de sus sistemas sanitarios y educativos. Una armonización fiscal en los impuestos de sociedades y de la renta es imprescindible para alcanzar la unión fiscal europea. Los líderes europeos deben encontrar en el actual Tratado de Lisboa los mecanismos para ejercer una supervisión de los presupuestos y finanzas de los miembros de la eurozona, aplicando sanciones a los incumplidores.

Merkel desea renegociar el Tratado de Lisboa. Es una idea impracticable que equivale a abrir una caja de Pandora. Las constituciones de algunos miembros (Irlanda) exigen someter cualquier revisión de tratado a un referéndum. En otros países se alzarían voces exigiendo consultas populares, especialmente teniendo en cuenta la impopularidad de las medidas que se están aplicando y que muchos socios de la UE ya recelan del excesivo protagonismo del dúo franco-alemán. Y los países euroescépticos, como Reino Unido o República Checa, no facilitarían tampoco las cosas. Asegurar el cumplimiento del Pacto de Estabilidad no es física cuántica. Exige sobre todo voluntad y valentía política.

El primer Gobierno socialista de Felipe González negoció con éxito la adhesión de España a la entonces Comunidad Europea en 1986. El primer Gobierno del PP presidido por José María Aznar -con el apoyo parlamentario de Convergència i Unió- consiguió transformar una economía sumida en un paro del 24% en uno de los socios fundadores de la eurozona en 1999. España cumplió, sin recurrir a las artimañas contables empleadas por los Gobiernos griego e italiano, los requisitos de Maastricht relativos a inflación, tipos de interés, déficit y deuda. En los próximos días todas las miradas estarán puestas en Berlín, París y Bruselas. Los líderes europeos deben encontrar la manera de crear un verdadero Gobierno económico europeo sin reabrir los tratados y asumiendo el desgaste electoral que comporte. De lo contrario, el Gobierno presidido por Mariano Rajoy tendrá la desagradecida tarea de reavivar y liberalizar una economía con un paro del 22% y mantenernos en el vagón delantero de una debilitada eurozona sin rumbo claro.

Alexandre Muns. Profesor de Integración Europea Escola Superior de Comerç Internacional, Universidad Pompeu Fabra

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