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Tribuna
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Cotizaciones sociales y devaluación

La Comisión Europea ha recomendado al Gobierno español que reduzca las cotizaciones de las empresas a la Seguridad Social y que, en compensación, eleve el IVA y la fiscalidad que recae sobre los productos energéticos. La propuesta parece razonable porque ataca un impuesto que, distorsionando gravemente los precios y costes relativos, ocasiona asignaciones ineficientes del trabajo. Además, facilita ganancias de competitividad en costes para las empresas españolas. Sin embargo, no veo tan justificado que los círculos empresariales enarbolen esa propuesta como resorte comparable a una devaluación externa. Y ello, por dos razones principales: una porque la disminución de las cotizaciones a la Seguridad Social dispone de poco margen en nuestro país y, otra, porque su conexión con la competitividad del precio de los productos españoles es más que dudosa.

La reducción de las cotizaciones sociales en España tiene un recorrido limitado, tanto por su impacto en la financiación del sistema de pensiones, como ha insistido la ministra española de Economía, como por los estándares que marcan los países más prósperos de la zona euro. Según Eurostat, las cotizaciones a la Seguridad Social de las empresas españolas representan el 24,97% de sus costes laborales totales, un valor intermedio de los que prevalecen en los países de la zona euro. Estamos algo por encima de Austria (23,48%), Alemania (22,9%), Grecia (21,71%), Portugal (21,20), u Holanda (21,0%), pero bastante por debajo de Bélgica (30,81%), Francia (28,43%) o Italia (29,51%). El acercamiento a las cifras de Alemania u Holanda, países con mercados laborales ejemplares en eficiencia y competitividad, requeriría una disminución de las cotizaciones sociales de entre 8% y 10%, lo cual, dado el peso que tienen en los costes laborales totales, generaría una ganancia de competitividad en costes laborales unitarios de entre el 2% y el 2,5%.

Suponiendo que esto fuera asimilable a una devaluación externa, su magnitud quedaría muy lejos de las depreciaciones o devaluaciones que han realizado algunos países que, sacudidos por la crisis en condiciones similares a la española, disponen de moneda propia. Por ejemplo, Reino Unido ha podido depreciar su moneda, en términos efectivos, en más del 25%, desde 2007 hasta hoy. Para que España alcanzara ese porcentaje con el sucedáneo de las cotizaciones a la Seguridad Social, sencillamente tendría que eliminarlas de raíz.

Pero hay un segundo inconveniente que impide que reducción de cotizaciones a la Seguridad Social y devaluación sean equiparables o buenos sustitutos. Una disminución de costes laborales unitarios no garantiza una ganancia similar de competitividad en precios, que es lo que realmente abarata los productos nuestros frente a los extranjeros. De hecho, entre 2008, año de consolidación de la crisis económica, y abril de 2011, la contención en el crecimiento de los salarios ha permitido que España recupere casi un 7% en costes laborales unitarios frente al conjunto de países desarrollados, mientras que la ganancia de competitividad en precios al consumo apenas ha llegado a 0,7%. Esto revela que el sacrificio que han hecho los trabajadores desde 2008 lo han aprovechado las empresas no para abaratar sus productos en el exterior, sino para recomponer sus márgenes de beneficio.

Termino con una consideración acerca de los factores que influyen en la balanza comercial española. Los estudios recientes sobre la cuota de exportación de los productos españoles a lo largo de la última década (véase por ejemplo el Boletín Económico del Banco de España de mayo de 2011) indican que los excelentes resultados, en un contexto de crisis mundial y fortísima competencia de países con costes laborales muy bajos -las economías emergentes- descansan no precisamente en recortes de las cotizaciones a la Seguridad Social, sino en la calidad de productos y procesos productivos de un grupo de empresas muy dinámicas e innovadoras. Son empresas radicadas tanto en sectores de tecnologías avanzadas (vehículos de motor, aeronaves, productos químicos y farmacéuticos), como en sectores con tecnologías bajas (textil, calzado, confección y alimentos). Su denominador común es el prestigio logrado con ingenio, dinamismo e imaginación.

La economía española necesita ampliar el grupo de empresas que funcionan con esas pautas. La patronal española tiene buenos espejos donde mirarse. Las autoridades deben ayudar acelerando las reformas estructurales pendientes y facilitando la movilidad de los recursos hacia las empresas más comprometidas con la internacionalización.

José García Solanes. Catedrático de Análisis Económico de la Universidad de Murcia

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