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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Portugal se rinde a la evidencia

Portugal se rindió anoche a la dolorosa evidencia de que su supervivencia financiera a corto y medio plazo requiere la intervención de la Unión Europea. Se trata del tercer país de la zona euro que en menos de un año se ve obligado a pedir la ayuda de sus socios europeos. La casuística de los tres rescates ha sido muy diversa. Grecia, víctima de su propio desastre presupuestario y sus mentiras en las cuentas. Irlanda, aplastada por una elefantiasis financiera imposible de soportar en las condiciones actuales del mercado. Y un tercer país, Portugal, que no ha falseado las cuentas, no ha sufrido una burbuja inmobiliaria y cuyo sector financiero se encuentra en unas respetables condiciones de salud que deberían confirmar los test de estrés en julio.

¿Por qué ha caído entonces Portugal? El principal problema del país vecino ha sido su falta de perspectiva de crecimiento. Una anemia económica endémica que lo condenó a años de recesión durante la primera década del euro, a pesar del crédito abundante. Y que lo ha colocado a las puertas del fondo de rescate tan pronto como la Unión Monetaria ha sufrido el primer vendaval de su historia en los mercados de la deuda pública.

Para la zona euro y para España el caso portugués ofrece quizá las lecciones más útiles de esta crisis de la deuda. Por un lado, la caída de Portugal pone de manifiesto que la supervivencia económica en una unión monetaria requiere una transformación que garantice la competitividad. Por otro, revela también las limitaciones de los dogmas sobre la austeridad. Lisboa, a diferencia de Berlín o París en su día, siguió al pie de la letra las recomendaciones de Bruselas para cumplir el Pacto de Estabilidad y reducir su déficit por debajo del 3% del PIB. Pero la terrible medicina no solo no recuperó al paciente, sino que lo dejó en un estado de tal debilidad que no ha podido resistir el primer invierno de la crisis de la deuda.

Sin embargo, también hay una lectura positiva en la claudicación de la república ibérica. El año pasado por estas fechas, la zona euro no disponía ni de un solo instrumento financiero para ayudar a los socios en dificultades. Todo lo contrario. Berlín se negaba incluso a cualquier tipo de apoyo bilateral a un socio que pudiese interpretarse como un rescate. Tras el tardío rescate de Grecia en mayo de 2010, la Unión Monetaria se dotó de un mecanismo, la Facilidad Europea de Estabilidad Financiera (FEEF), que aunque precario, ha servido para rescatar Irlanda y demostrar al mercado que la zona euro no permitirá la salida de ningún miembro.

Portugal, por desgracia, será el segundo país en tener que utilizar ese recurso. Sus malos resultados económicos, la dudosa actitud de una oposición política que no dudó en hacer caer al Gobierno aun a riesgo de abocar al país al rescate, y la ineficacia de este último han hecho inevitable la intervención de Bruselas. Y queda una última razón, que para los lusos, siempre algo incómodos con sus vecinos de península, quizá sea la más dolorosa. El rescate se ha desencadenado porque la UE y los mercados han establecido una clara diferencia entre la situación de España y la de Portugal. La ausencia casi total de riesgo de contagio ha animado a Bruselas a propiciar un rescate que apenas debe tener repercusión en la moneda única.

Pese a esas buenas perspectivas, España no es un espectador cualquiera frente al rescate portugués. La proximidad geográfica ha forjado unos intercambios comerciales muy sólidos y estrechos entre ambos países. Solo en 2010, el montante de esos intercambios ascendió a los 25.000 millones de euros, situando al país luso como el tercer gran comprador de bienes y productos españoles, tan solo por detrás de Francia y Alemania. A ello hay que sumar los más de 75.000 millones en créditos financieros comprometidos por las entidades españolas y el relevante valor de deuda soberana lusa en manos de los principales bancos. Todo ello arroja un saldo de exposición global que supera los 100.000 millones, un 9% de nuestro PIB. Alejado, afortunadamente ya, el fantasma de un eventual contagio a España, este es ahora el núcleo de riesgo que el rescate portugués supone para la economía y el sistema financiero españoles.

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