Límites a la corrección de desequilibrios
La economía española está afrontado un impacto más severo de la recesión por la insostenibilidad de los desequilibrios acumulados en la fase expansiva previa a la crisis. El escenario futuro es bien diferente hoy al que se consideraba en 2007, cuando la creencia era la de una elevada capacidad de nuevo endeudamiento, la de generar rentas para devolver la financiación obtenida y la de una revalorización continuada de activos reales y financieros. El shock de confianza que ha desbaratado esta visión ha generado un círculo vicioso, por el que, de momento, la elección se plantea sobre si crecer más en el corto plazo o ser penalizado en los mercados por no ajustarse a un teórico equilibrio. El que ambos resulten compatibles es una tarea difícil, pero no imposible.
Las necesidades de financiación de la economía ascendían a un 9% del PIB en el trienio 2006-2008, principalmente por el déficit de ahorro de empresas y de familias para financiar elevadas tasas de inversión. Cuando los productores se volvieron pesimistas ante los efectos recesivos de la crisis a finales de 2008, comenzó un proceso de drástica reducción de los recursos de capital y trabajo. En el primer caso, la inversión empresarial se redujo en una cuarta parte y la utilización de la capacidad instalada se situó en mínimos históricos, mientras que en el caso del factor trabajo, el resultado ha sido la destrucción de más de 2 millones de empleos, lo que ha impactado de forma muy negativa sobre las decisiones de consumo e inversión de las familias. La tasa de ahorro del sector privado no financiero prácticamente se ha duplicado, pasando del 12% del PIB en 2007 al 22% en 2009, mientras que la tasa de inversión se ha reducido del 27% al 18% del PIB en el periodo.
El ajuste de la demanda habría sido mayor de no haber mediado los estímulos económicos y la acción de los estabilizadores automáticos, ya que empresas y familias dejaron de pagar el año pasado 33.000 millones de euros en intereses de su deuda y 16.000 millones en impuestos corrientes, mientras que las prestaciones sociales aumentaron en 18.000 millones. La evolución favorable tuvo su contrapunto en una menor capacidad de financiación de las instituciones financieras y, sobre todo, en una ampliación de las necesidades de las Administraciones, que aumentaron su déficit del 4,1% del PIB en 2008 al 11,2% en 2009.
En todo este proceso, y como resultado de la compensación parcial entre el ajuste en el sector privado no financiero y el desajuste en el público, las necesidades de financiación de la economía se redujeron a la mitad en 2009, hasta el 4,7% del PIB. Todo ello con una contracción del PIB del 3,6% y un incremento de la tasa de paro hasta el 20%, a lo que hay que añadir una deuda externa neta de 957.000 millones, con mayor presión sobre su coste desde la irrupción de la crisis de deuda, el envío significativo de remesas de los inmigrados y la posición de contribuyente neto de fondos a la UE que pasará a tener España en 2014.
Estos factores hablan de las dificultades de la economía española para reducir su desequilibrio exterior, que parece encontrar un límite en torno al 4% del PIB, unos 40.000 millones de financiación neta que se necesitan anualmente. Las posibilidades en un horizonte de corto (e incluso medio) plazo se circunscriben a una sorpresa positiva en la demanda exterior. En el contexto actual, parece que este escenario benévolo provendría de las economías emergentes.
En el largo plazo, las opciones son más amplias, pero más inciertas. Si no se quiere sacrificar crecimiento en la próxima década, los agentes económicos deben aumentar su eficiencia y su productividad, lo que redundará en una mayor competitividad exterior. Estos objetivos no deben confundirse con decisiones cuantitativas generalizadas (reducción indiscriminada de los salarios), sino que deben canalizarse con medidas selectivas de familias, empresas, instituciones financieras y Administraciones. El fin último es no generar nuevos desequilibrios que expongan a la economía española de la misma forma que en la actual crisis. Hasta que las medidas necesarias tengan efecto, habrá que ser consciente de que el crecimiento será moderado y la creación de empleo escasa.
David M. Turégano. Economista del Servicio de estudios de Caixa de Catalunya, Tarragona i Manresa