Una apuesta arriesgada
Grecia fue aislada de los mercados de capital hace apenas dos meses y tuvo que aprobar un plan de rescate de 110.000 millones de euros. Ahora quiere emitir bonos cuando el interés de la deuda se sitúa en niveles récord y la demanda de los inversores de la deuda de los periféricos del euro es débil. Si la venta fracasa, será otro revés para Atenas. Si sale bien, no será suficiente para demostrar el voto de confianza de los mercados.
Grecia tiene que emitir deuda porque el paquete de rescate otorgado por el FMI y los socios del euro sólo fue diseñado para cubrir el vencimiento en el medio y largo plazo. La idea era que el Gobierno heleno mantuviera la refinanciación de los 8.000 millones de euros pendientes en el corto plazo. De éstos, 4.600 millones vencen en julio. El hecho de que el FMI lo excluyera del plan de rescate supone que Grecia tiene suficiente efectivo para pagar los bonos vencidos. Pero como el país está falto de liquidez, prefiere rendirse.
El momento parece pésimo. El rendimiento del bono griego ha subido de nuevo tras caer ligeramente por el rescate de mayo. Sin embargo, las previsiones para la emisión no son del todo malas. Grecia cree que sus bancos locales pueden comprar la deuda si no lo hacen los inversores internacionales. El Banco Central Europeo va a echar una mano, ya que sus operaciones de financiación todavía aceptan la deuda como garantía. El BCE seguirá siendo un gran comprador de la deuda helena en el mercado secundario. El riesgo de impago parece, además, manejable dado que los nuevos bonos vencen en tres meses o en un año.
El temor de los inversores es que Grecia no lleve a cabo las reformas. No es que sea imposible, pero es poco probable en el corto plazo. Las posibilidades de un fallo son remotas. Pero la emisión prevista podría ser contraproducente en otros aspectos. Por ejemplo, si la venta está estrechamente cubierta o si Grecia tiene que pagar un interés alto.
Por Neil Unmack