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Tribuna
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Hacienda y el futuro

Al conjunto de impuestos de un país -sistema fiscal- se le pide el cumplimiento de diversos objetivos, que con frecuencia entran en conflicto. En efecto, los impuestos tienen que ser eficientes, es decir, distorsionar lo menos posible las decisiones de los agentes económicos. Pero también deben ser justos, concepto delicado por las connotaciones ideológicas que implica. Y sencillos, para que los costes de su aplicación y control sean reducidos. Además, el sistema fiscal tiene que permitir alcanzar una recaudación suficiente para financiar el nivel de gasto público que se desee, porque no debemos olvidar que los impuestos no son un fin en sí mismo.

¿Qué le pasa en la actualidad al sistema fiscal español que últimamente se vuelve a hablar de su reforma? Pues que las necesidades financieras de la economía española, en este caso de las Administraciones públicas, se han disparado como consecuencia de una virulenta crisis que ha provocado caídas espectaculares en la recaudación de los impuestos, combinadas con importantes aumentos en determinadas partidas de gasto público. En consecuencia, la crisis económica acentúa la necesidad de alcanzar el objetivo de la suficiencia, pero, ¿cómo lo podemos hacer? ¿Debemos aumentar el IRPF o el IVA? ¿Debe reintroducirse el impuesto sobre el patrimonio? ¿Hemos de crear nuevas figuras impositivas?

æpermil;stas son algunas de las preguntas que el ciudadano se puede plantear, pero acertar con la respuesta no es tarea fácil. Y es que los condicionantes son muy importantes. En primer lugar, si el principal problema es la falta de crecimiento económico, lógicamente las medidas fiscales que se adopten no pueden perjudicar a la economía. Y, el segundo condicionante que quisiera destacar es que en el ámbito de los impuestos, me da la impresión que a estas alturas ya está casi todo inventado y, por tanto, si el objetivo prioritario es la suficiencia, las medidas a adoptar deben centrarse principalmente en aquellas figuras impositivas con bases más amplias. Esto es, los impuestos que gravan la renta y el consumo. Sin duda que otros impuestos se pueden mejorar, pero en términos recaudatorios su impacto es mucho menor.

¿Qué medidas se podrían implantar? A continuación, plateo algunas reformas que en mi opinión representarían una mejora de nuestro sistema fiscal. Si el tipo general del IVA se aumenta al 18%, es por la cantidad de tratamientos especiales que su normativa prevé. Numerosas exenciones, cuya regulación es sumamente compleja, que generan distorsiones al perder las empresas el derecho a deducirse el IVA soportado. Pero además, tenemos los tipos reducidos y superreducidos y diversos regímenes especiales ¿Qué se persigue con todos estos tratamientos especiales cuando se sabe que en muchos casos no son el mejor instrumento para alcanzar los hipotéticos objetivos que justificaron su introducción? ¿Y se sabe realmente cuáles son estos objetivos? Dos botones de muestra: las televisiones digitales y los restaurantes tributan al tipo reducido. Todo sector económico encontrará argumentos para defender un tratamiento especial en su caso, pero debemos ser conscientes que con ello, además de complicar enormemente el impuesto, se pierde una recaudación importante que podría permitir sin duda un tipo general más reducido. Si bien la normativa del IVA se encuentra armonizada en toda la UE, existe un amplio camino para mejorar el impuesto.

En el IRPF el condicionante a introducir reformas es seguramente mayor por la dificultad que plantea la tributación de las rentas del capital. Esta dificultad es previa a la crisis, pero no parece que con la debacle la situación haya cambiado mucho. Al menos de momento. Por esta razón, los posibles aumentos en los tipos marginales más elevados tienen un alcance limitado, y es que difícilmente se puede defender que la progresividad del impuesto mejora cuando las rentas del capital tributan a un tipo sensiblemente inferior. La eliminación en muchos casos de la deducción por vivienda habitual o de los ocurrentes 400 euros parece que va en la línea oportuna, pero sigue siendo posible mejorar el impuesto. Por ejemplo, el sistema de estimación objetiva del rendimiento de no pocos empresarios -los famosos módulos- es, en mi opinión, un elemento más propio de un impuesto del siglo XIX que de un impuesto para el siglo XXI, además de generar distorsiones y fomentar el fraude. Y es que con los medios tecnológicos actuales y con el uso creciente de las tarjetas como medio de pago, ¿tan difícil sería establecer un sistema simple y controlable de determinación de la renta más cercano a la realidad?

En consecuencia, si nos centramos en el objetivo de la suficiencia, las principales reformas deben producirse en los dos impuestos con bases más amplias, renta y consumo. Y para terminar, si el impuesto sobre el patrimonio ha sido eliminado en la práctica totalidad de países por ser un mal impuesto, ¿para qué lo vamos a reintroducir dos años después de su supresión? ¿Por el elevado poder recaudatorio, que era del 0,5% del total de ingresos tributarios en España?

José M.ª Durán Cabré. Profesor agregado de la Universidad de Barcelona

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