El castigo de mayo estimula las reformas
Decía con tino el ex ministro Borrell que los Gobiernos europeos han echado una larga partida de póquer con los mercados, y la han perdido. Ciertamente sólo existe posibilidad de ganarla si se entra en la dinámica misma de los inversores, y se diseña una política económica basada en la austeridad pública y la flexibilización de los mercados privados para incrementar la rentabilidad de los activos financieros. En España, los gobernantes han reaccionado demasiado tarde, cuando tanto las cotizaciones de los bonos como de la renta variable recogían ya un castigo que puede interpretarse como coherente con los problemas reales de la economía.
Aunque no hay un problema de deuda, ya que la ratio sobre PIB es de las más bajas de la Unión Monetaria, hay un problema de crecimiento que puede terminar deteriorando la financiación. Por ello, los mercados han marcado el itinerario ya en mayo, y podrían marcarlo también en junio y julio, a medida que el Gobierno vaya poniendo sobre papel normativo las reformas de los diferentes mercados de provisión de los bienes, los servicios y los factores. En mayo, el riesgo país se ha disparado hasta cerca de 170 puntos básicos, y los precios de las empresas, pese a tener la misma salud que el resto de las europeas, acumulan una pérdida de casi un 11%, mientras que las alemanas prácticamente están planas. En el año, la pérdida para las cotizadas españolas es de un 21%, cuando las alemanas mantienen una ligerísima ganancia. Si los mercados han hecho tales distingos, será porque aprecian un riesgo en la inversión en España, tanto en sus compañías cotizadas como en sus bonos, pese a tener poco endeudamiento.
El Gobierno ha encajado el mensaje y ha comenzado a corregir el tiro y a enterrar una política de gasto público irresponsable mantenido en los últimos años, con la excusa generalista de que hay que hacer frente a la mayor crisis de la historia. Ha comenzado a limar las aristas más agresivas de su política, como el recurso natural al déficit o la parsimoniosa concentración del sistema financiero. Ahora tiene entre manos una imperiosa reforma del mercado de trabajo, que no podrá dejar en manos de empresarios y sindicatos, puesto que de forma consensuada no son capaces de avances más allá de puras formalidades sobre el empleo juvenil y compromisos nunca reales acerca de mayor racionalidad en la determinación de los salarios.
Las señales de mayo son explícitas, y la decisión del Gobierno tiene que ser acorde con ellas, tanto en la cantidad como en la calidad de las reformas, mirando más para los intereses del país que para los de su clientela electoral. No habrá resultados inmediatos, pero mercados flexibles devolverán el crecimiento de la economía y del empleo, y los inversores absorberán, poco a poco, los diferenciales de deuda y Bolsa abiertos con Alemania.