Tiempos de cambio en la abogacía
La abogacía de hoy tiene poco que ver con la brillante abogacía que se hacía en nuestro país hace 50 años. Los abogados y abogadas desarrollan hoy su profesión en despachos y firmas basados en la especialización moderada de sus miembros, el uso de las nuevas tecnologías, la diversificación de los servicios jurídicos que prestan y la convicción de que sólo la práctica en equipo puede conseguir el resultado ansiado: un excelente producto jurídico y un excelente servicio al cliente.
Es cierto que subsisten, y subsistirán, los valores y principios tradicionales de la abogacía, glosados magistralmente por don Ángel Osorio en El alma de la toga: la persecución de la justicia, la independencia, la cordialidad entre compañeros y el compromiso inquebrantable con el sacrosanto derecho de defensa de nuestros clientes.
Sin embargo, como reitera mi primer maestro y socio director de la firma en la que sirvo, Lupicinio Rodríguez, la abogacía de hoy exige al abogado, y por tanto a su equipo, una triple tensión: la humana, cimentada en los valores morales y éticos; la científica, basada en el profundo conocimiento de la ley, la jurisprudencia y la doctrina de los autores, y la social, que consiste en albergar la habilidad necesaria para atraer y conservar en equipo la confianza de los clientes.
¿En qué se traduce todo lo anterior? En que los despachos de abogados son hoy auténticas empresas, dedicadas a prestar servicios jurídicos en un marco de libre competencia, con la estructura propia de las empresas a las que servimos, con divisiones financieras, de recursos humanos, comerciales y tecnológicas, y que sufren la crisis (evitemos eufemismos) al igual que sus clientes, y que como seres mercantiles vivos, lejos de lamerse las heridas o esperar a que escampe, están preparándose proactiva y adecuadamente para un futuro mejor.
Un día pregunté a mi segundo maestro y socio, León Barriola, brillante ingeniero industrial además de abogado, por qué no ejerció la ingeniería y se embarcó en el buque jurídico. León se paró, me miró con su recelo habitual y me dijo lacónicamente: "Porque me gusta discutir".
No pudo darme respuesta más lúcida en lo profesional: sólo sobrevivirán los despachos rebeldes, innovadores y "discutidores".
Es la única certeza que tengo, y a los responsables de los despachos nos corresponde el deber de provocar valiente y civilizadamente esas discusiones.
Kiko Carrión. Socio de Eversheds Lupicinio