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Tribuna
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El largo plazo, más cerca

Las proyecciones de población a largo plazo del Instituto Nacional de Estadística (INE), actualizadas el 28 de enero de este año, ratifican la necesaria preocupación sobre el impacto de las tendencias demográficas en las próximas décadas. Respecto a las vinculadas al mercado laboral, la población de 16 a 64 años descenderá en 5,7 millones de personas entre 2009 y 2049, lo que supondrá una reducción de casi una quinta parte del volumen actual de mano de obra potencial. La caída se acelerará a partir de 2025, alcanzando un flujo de salida superior a las 200.000 personas al año a partir de 2035. El descenso será mayor en la población masculina, 3,5 millones frente a los 2,2 millones de mujeres, en parte vinculado a los flujos migratorios negativos que se esperan en el primer caso hasta 2015.

Si se considera para todo el horizonte de previsión la tasa de actividad media de 2009 en el segmento de 16 a 64 años (un 74%), la población activa en esta franja de edad descendería en 4,2 millones de personas hasta mediados de siglo. Esta hipótesis sobre la tasa de actividad necesita, en cualquier caso, algunas matizaciones importantes. La primera es que el empleo de una referencia agregada está infraestimando la caída de la población activa. Por un lado, porque la tasa de actividad masculina es más alta (en 2009 un 82% frente a un 66% la femenina) y la caída esperada de población de 16 a 64 años es superior en los varones. Y por otro lado, porque el descenso de la población potencialmente activa se concentra en la franja de 25 a 49 años (5,2 millones), que es la que presenta también las tasa de actividad más elevadas (por encima del 90% los varones y del 70-80% las mujeres). Empleando tasas de actividad diferenciadas por sexo y grupos de edad, puede estimarse la caída de la población activa entre 2009 y 2049 en 5,1 millones, casi un millón más que aplicando la tasa de actividad agregada.

La segunda matización opera en sentido contrario y está relacionada con la convergencia de las tasas de actividad españolas con las de los países del entorno europeo. En este ámbito, la población masculina presenta menor margen de incremento, con ratios ya elevadas y en línea con la mayoría de economías europeas, quedando sólo rezagado en las franjas de edad más avanzadas respecto a los países nórdicos. Es en el segmento femenino donde, a pesar de los notables incrementos de los últimos veinte años, se mantiene un diferencial negativo respecto a una buena parte de Europa. Así, de acuerdo a las cifras de Eurostat para 2008, en los países nórdicos la tasa de actividad femenina entre los 25 y los 49 años se sitúa en valores en torno al 85% y en países centroeuropeos, como Alemania y Francia, ligeramente por encima del 80%, mientras en España y en otros países del sur de Europa los valores registran un promedio alrededor del 75%. Estas divergencias se amplían de forma notable en las franjas de edad más avanzada, de 50 a 64 años, con diferencias negativas de entre 10 y 20 puntos en el caso español. A modo de ejemplo sobre el impacto de una convergencia a estas referencias, si se aplicaran las mismas tasas de actividad femeninas de los países nórdicos por grupos de edad, la población activa así calculada sería superior en unos 2 millones de personas a la cifra actual, en torno a un 20% más.

Una parte de este proceso de convergencia a las tasas de actividad femeninas de otros países europeos se irá produciendo de forma natural, como consecuencia de la incorporación a las franjas de edad más avanzadas de las cohortes que aumentaron su participación en el mercado laboral desde finales de los 80. Sin embargo, una mayor parte del ajuste deberá pasar por la implementación de programas que favorezcan en mayor grado la conciliación de la vida familiar y laboral y que eliminen otras formas de discriminación en el mercado de trabajo.

Otras medidas en este sentido, que afectan tanto a hombres como mujeres, son la extensión de la edad de jubilación para determinadas actividades económicas, así como la puesta en valor del capital de los trabajadores de edad más avanzada. Lógicamente, los efectos de este proceso estarán condicionados por la recuperación de un mayor crecimiento potencial en el medio y largo plazo, que permita generar empleo suficiente para la población activa existente, sea la que sea. Este elemento es además clave a la hora de valorar el impacto del desequilibrio entre ocupados e inactivos. Por ello, a pesar de que las prioridades actuales se centran en la resolución de la crisis y la salida de la recesión, precisamente una de las principales lecturas de los últimos dos años es que es necesario pensar a largo plazo, ya que éste siempre termina llegando.

Xavier Segura. jefe del Servicio de Estudios de Caixa Catalunya

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