La contención de los déficits seca la actividad
La recuperación económica ha registrado un sorprendente parón en los últimos trimestres, que puede degenerar en recaída en los próximos si los Gobiernos y los bancos centrales no reconsideran su estrategia declarada de retirar los estímulos monetarios y fiscales. El primero en apuntarse a una prórroga por un largo periodo de tiempo a los tipos de interés en torno al cero ha sido la Reserva Federal de Estados Unidos, como consecuencia de que el crecimiento de la actividad está siendo absorbido por los avances de la productividad y de que las tasas de desempleo persisten en valores desconocidamente elevados. Las autoridades monetarias de Japón y Europa seguramente seguirán la misma estrategia que la norteamericana, a juzgar por el estancamiento de la recuperación en las economías más grandes, con la excepción de las emergentes, que ni siquiera han entrado en recesión.
Japón y Francia han amplificado sus programas de ayuda pública en los últimos meses porque, al igual que el resto de las economías maduras, no terminan de generar la confianza necesaria en los agentes económicos como para dar por consolidada la reactivación de la producción. El primer gran impulso presupuestario, que en algunos países superó el 2% del PIB, ha sido absorbido por la recesión sin lograr ni siquiera superar los números rojos de la economía, como el caso de España. Pero ahora, cuando la crisis financiera está en vías de solución y superación, aparece el segundo gran fantasma que amenaza a las economías, cual es la fuerte acumulación de déficits fiscales y el papel contractivo que puede generar sobre la actividad inversora privada.
Este año, los Gobiernos de los países ricos tendrán que emitir no menos de dos billones largos de euros de deuda neta nueva (amén de los vencimientos de la antigua), y el dinero y el ahorro mundial han empezado ya a comportarse de forma selectiva, imponiendo rigurosas primas de riesgo a los países sobre los que la sospecha remota de impago ha reaparecido. El acoso a Grecia, y por pasiva a España, Irlanda o Portugal, es sólo el primer episodio de un endurecimiento progresivo de las condiciones de financiación de las deudas, públicas y corporativas, que forzarán subidas de tipos de interés y pueden aplanar las curvas de crecimiento de las economías, dificultando doblemente la recomposición de los niveles de empleo previos a la crisis.
Los gestos tendentes a controlar los déficits cuando aún no se ha superado la recesión, cuando las economías se mueven aún en crecimiento cercano a cero, es el mayor riesgo de la recuperación. Pero los Gobiernos son quienes tienen que hacer compatibles ambas cosas con políticas imaginativas, fundamentalmente de liberalización de los mercados de bienes, servicios y factores para esquivar la acumulación de hipotecas para el crecimiento futuro.