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Tribuna
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¿Asistimos a otra tragedia griega?

Grecia se enfrenta a una de las peores crisis económicas desde los años 30 reflejada en un déficit público del 12,7% del PIB, una deuda que se espera supere el 121% del PIB, y un encarecimiento de la deuda con relación al bono alemán: ha aumentado hasta 2,3 puntos en las últimas semanas. Muchos observadores ya consdieran a Grecia como el país más susceptible de convertirse en el Dubái europeo.

Ante esta coyuntura, el primer ministro socialista griego, George Papandreu, elegido en las elecciones del pasado mes de octubre, ha hecho un llamamiento dramático a sus ciudadanos para que asuman la necesidad de llevar a cabo los importantes sacrificios que necesita el país, incluyendo la lucha contra la corrupción y el fraude fiscal, llegando al extremo de reconocer que o cambian o se hunden.

Con este fin el gobierno presentó un borrador de presupuesto a fines del mes pasado que se ha valorado como un paso en la buena dirección por las autoridades comunitarias, pero que todavía es considerado insuficiente, ya que se centra en reducir la evasión fiscal para reducir el déficit al 9,1%, y no en reducir el gasto estructural. Es por ello que en las últimas semanas dos de las agencias de calificación de deuda, Fitch y S & P, han rebajado la calificación de la deuda hasta BBB+ desde A-, la más baja de la última década.

El problema se ha agravado por la falta de credibilidad de los gobiernos griegos. Según los datos que presentaron el pasado marzo, el déficit este año estaría un poco por encima del límite del 3% fijado por el Pacto de Estabilidad (PE). En ese contexto la crisis se presentaba como manejable. Sin embargo, nadie estaba preparado para el anuncio del nuevo gobierno de que el déficit seria en realidad de un 12,7% este año y un 12,2% en 2010.

La economía griega ya presentaba problemas estructurales importantes antes de la crisis: Los costes laborales unitarios han aumentado un 40% desde que Grecia entro en la UME y el tipo de cambio real ha aumentado un 17% desde 2006. Ahora es evidente que los griegos (como nosotros) han estado viviendo muy por encima de sus posibilidades: el déficit de la balanza de pagos llego al 15% del PIB, y la deuda externa representa el 149,2% al PIB.

Desde un punto de vista europeo la crisis griega puede llegar a suponer una amenaza para la Unión Monetaria Europea. Los ministros de finanzas ya han apercibido al gobierno griego y han iniciado en efecto el proceso que puede llevar a la imposición de sanciones. Sin embargo, pese a la complejidad de todos los tratados no hay directrices claras de cómo responder a una crisis como esta.

Grecia no puede contemplar la salida de la UME porque significaría un aumento prohibitivo en el coste de financiación de su deuda externa. Tampoco puede devaluar para recuperar competitividad. Si el coste de servicio de la deuda es muy alto, Grecia tendría que recurrir al FMI y las condiciones del préstamo podrían marcar los parámetros de las reformas (y convenientemente permitir al gobierno echar la culpa al Fondo), pero de momento parece que el gobierno socialista no quiere recurrir a esta opción.

Pero la UME tampoco tiene buenas opciones: no hay una clausula de salvaguarda que permita asumir colectivamente la deuda de un país miembro. Las declaraciones de los líderes europeos han sido contradictorias. Unos, como el antiguo ministro alemán de finanzas Steinbruck, han llegado a admitir (el pasado febrero) que en el peor caso "habría que hacer algo", y la canciller Merkel acaba de admitir que en ocasiones la UE tendrá que asumir las políticas fiscales de miembros muy endeudados.

Pero otros temen más el riesgo moral que el potencial riesgo de contagio y defienden la necesidad de mantener la credibilidad del Pacto de Estabilidad. Dado que Grecia sólo representa un 3% del PIB de la eurozona no es descabellado pensar que puedan querer sentar un ejemplo a otros países de la eurozona. La esperanza, sin embargo, es no tener que llegar a ese extremo y que los mercados impongan su disciplina y fuercen a Atenas a hacer los ajustes y reformas necesarios. Es de esperar que los griegos se den cuenta a tiempo y tomen las medidas necesarias antes de que sea demasiado tarde.

Sebastián Royo. catedrático y decano en la universidad de suffolk en boston

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