La caza del empresario
No resulta fácil ser empresario en España. La afirmación resulta avalada por varios y variados motivos de diversa procedencia, históricos, sociales, culturales y políticos.
Hay que comenzar reconociendo que ni en nuestra historia ni en nuestra literatura, el empresario ocupa el lugar reservado a otras figuras como el funcionario, el militar, el terrateniente o el bandido. Y ya se sabe que historia y literatura constituyen testimonios veraces de cómo es y cómo se siente un pueblo. Recordemos el proceso de intensa estatalización de la economía española iniciado en 1940. Las condiciones históricas existentes y la dificilísima salida de una guerra civil que había devastado a España, a los españoles, a su economía, a sus empresas y sus empresarios, determinaron que la necesaria y costosa reconstrucción económica sólo pudiera ser abordada por la empresa pública.
Ocurrió que a aquellas décadas de preeminencia del Estado empresario fraguada en la dictadura franquista, le sucedió una transportación trasnochada de la anticultura del mayo del 68. Así, desde ambos lados del espectro ideológico se percibía al empresario como un bicho raro, una especie a no conservar, consolidándose una concepción contraria a la empresa privada y al empresario. Posteriormente, las extraordinariamente difíciles condiciones que acompañaron a nuestra transición política no contribuyeron a mejorar el escenario. En efecto, las incertidumbres políticas y sociales del momento, unidas a una aguda crisis económica, propiciaron que en los complejos equilibrios que debieron hacerse para integrar a todos en el barco de la reforma política, éste tuviera que escorarse en exceso a babor en las cuestiones socioeconómicas.
El resultado fue la construcción de un entorno poco favorable a la acción empresarial: una fiscalidad en demasía ideologizada, que prima la represión frente a la recaudación y lo punitivo frente a lo impositivo; una legislación laboral arcaicamente paternalista, heredera de un verticalismo pseudofalangista; una cultura estatista que venera al Estado tanto como teme al mercado; una brecha abierta en la concepción de España como nación que premia la resta y castiga la suma.
Nunca fue más cierto el aforismo según el cual "aquellos lodos trajeron estos polvos". Treinta y tantos años después nos encontramos con fuertes e injustificadas resistencias a la aplicación de políticas fiscales funcionales, como las implantadas en los países de nuestro entorno. Nos enfrentamos a una resistencia irracional e insolidaria a cualquier intento de modernizar nuestro marco de relaciones laborales. Tropezamos con una extendida e infantil mentalidad colectivista, reflejada por una ex ministra: "El dinero público no es de nadie". Y nos desangramos por 17 heridas abiertas -con diferente apertura-, que destruyen progresivamente, en lo político nuestra historia común, y en lo económico la unidad de mercado.
En el escenario citado, agravado por la feroz crisis económica actual, la subsistencia de las empresas resulta una tarea ciertamente compleja. Las noticias sobre su desaparición, liquidación, deslocalización, reducción de empleo o entrada en concurso copan a diario la información económica.
Ocurre que ante el panorama descrito los empresarios españoles, a través de sus organizaciones corporativas y de sus representantes, se han negado a suscribir a la trágala el pacto social que aspiraba a imponer el Gobierno a mayor gloria del poder sindical. Al negarse, han sido declarados de culpables de todo aquello en lo que culpa hubiere: la actual crisis económica, la Depresión del 29, los excesos del Tribunal del Santo Oficio o la invasión de los bárbaros En la cacería abierta, los diferentes papeles de ojeador, jauría, secretario y cazador se lo distribuyen alternativamente los representantes del Gobierno, los líderes sindicales, los corifeos de unos y otros y ahora también ¡los cómicos! La realidad es que nuestros artistas, enchufados permanentemente a la subvención, al subsidio, a las cuotas de pantalla, a los contratos hiperbólicos por participar en carnavales y pregones, se han lanzado con sus huestes y banderas a la cruzada contra el empresario español.
El espectáculo de ver a los especialistas en aprovechar en beneficio propio el proteccionismo intervencionista del Estado, como punta de lanza para el acoso y derribo de aquellos que arriesgando su patrimonio, son los auténticos creadores de riqueza y empleo, resulta no apto para menores. Ahí está la paradoja. Toda Europa pía por mantener y atraer a empresas y empresarios, mientras nosotros nos dedicamos a cabalgar, a cabalgar, hasta enterrarlos en el mar.
Ignacio Ruiz-Jarabo. Ex presidente de la SEPi y presidente de Consulting Empresarial