El G-20 se conjura para sentar las bases de salida de la crisis mundial
Pittsburgh, la ciudad que renació de una dura reconversión industrial siderúrgica, da la bienvenida a partir de hoy a los líderes del G-20 en la que será su tercera cumbre tras la caída de Lehman y la entrada en barrena en la Gran Recesión. EE UU cita hasta mañana a los miembros de este club para hablar de reformas y reequilibrio económico mundial.
Antes de llegar a Pittsburgh, los presidentes de EE UU y China, Barack Obama y Hu Jintao respectivamente, ya rompieron el hielo el Nueva York en la ONU. Allí hablaron del cambio climático ante la Asamblea y luego, en una reunión bilateral, dialogaron del último escollo en las relaciones entre los dos países: la imposición de tarifas a las exportaciones de neumáticos chinos por parte de EE UU hace apenas unas semana. Por anecdótica que sea en términos económicos esta medida estadounidense, y por mucho que esté contemplada en las cláusulas de salvaguardia aceptadas por China al ingresar en la OMC, no es la mejor bienvenida que podría dar Obama a su homólogo asiático, y menos cuando tiene pensado pedirle un cambio sustancial en su modelo económico.
Ese es uno de los platos fuertes de la agenda de trabajo que tiene preparada EE UU para esta cumbre de dos días en el seno del nuevo foro de decisión mundial nacido de esta crisis, el G-20 más España. La Administración estadounidense quiere aprovechar la crisis para hacer lo que no ha conseguido hacer el FMI en los últimos años. Según el secretario del Tesoro, Tim Geithner, si en otras reuniones se han tomado medidas para evitar el colapso, en esta se tienen que poner en marcha una serie de mecanismos para evitar que se repita la crisis.
En este sentido, EE UU quiere que se empiece a trabajar en un marco para el nuevo crecimiento global con políticas fiscales, monetarias y estructurales que permitan lograr un equilibrio en las demandas internas, las reservas, la balanza de pagos y las deudas de las principales economías.
Conscientes de que la crisis ya ha cambiado algunos de los patrones económicos de algunos países y por ejemplo ha retraído el consumo americano, lo que Washington desea es que en noviembre, los ministros de finanzas del G-20 lancen un proceso de comunicación y acuerdos en los que se revisen y verifiquen las políticas económicas nacionales y cómo esto va a permitir un desarrollo menos desequilibrado que hasta ahora. No se habla de sanciones para los incumplidores.
La propuesta no es fácilmente asumible y Obama va a necesitar mucha mano izquierda si quiere convencer a China porque lo que busca es, en esencia, que países con escasa demanda interna como es el caso de esta potencia asiática emergente o Alemania la dinamicen y rebajen su dependencia de las exportaciones. En el caso de EE UU, el compromiso sería de rebajar el peso del consumo y elevar las tasas de ahorro además de reducir su ingente déficit mientras que China reduce su superávit.
Washington, no hace más que mirar a los mercados asiáticos y emergentes ahora que empiezan a registrarse señales de crecimiento en la economía estadounidense. Y la razón no es solo porque se desea un reequilibrio sino porque el consumidor americano no volverá a recobrar la voracidad en su gasto dado que no se espera una dramática caída de la tasa de paro ni del nivel de endeudamiento de las familias tras el estallido de la burbuja inmobiliaria.
Para potencias exportadoras como China, apenas hay margen de maniobra puesto que EE UU es uno de los destinos de sus exportaciones y por otro lado hay límites a lo que este país puede crecer con una economía muy dependiente de las exportaciones. Para Europa, la traducción puede pasar por una obligación de adoptar un medidas para hacer el crecimiento más dinámico y ganar competitividad de la mano de reformas estructurales (más ayudas a las empresas y normas laborales menos estrictas).
Estas propuestas se debatirán en la misma cumbre en la que se tiene que empezar a hablar de la estrategia global y coordinada de retirada de las medidas de estímulo fiscal, monetario y financiero públicas con las que se ha intentado, con éxito, que la crisis no pasara a ser una segunda Gran Depresión. No hay calendario, ni acciones concretas aún porque tanto los miembros del G-20 como el FMI son conscientes de que no ha llegado el momento de retirarlas y tampoco quieren anticipar medidas que puedan asustar a los mercados y provocar una recaída. El FMI ha verificado que aún no es el momento pero tanto este organismo como los ministros de finanzas creen que es el momento de poner los cimientos de una cuestión que será el debate de la próxima cumbre en seis meses.
La reunión tendrá, además, que prestar una especial atención a uno de los asuntos que más desatendido se ha quedado por unas autoridades cuya prioridad ha sido achicar el agua no arreglar los agujeros del barco: la regulación financiera. John Hardy, estratega de mercado de Saxo Bank, afirma en un informe que el problema en este punto es que "la vuelta de la confianza y los indicadores económicos es lo que va a prevenir más acción con sustancia". El razonamiento, compartido por muchos analistas es que "en la medida en que ha retrocedido el estado de emergencia, también lo ha hecho el ímpetu por un cambio significativo".
Eswar Prasad, del think tank Brookings Institution, señala que hasta la mejor regulación tiene límites y que el objetivo a fijarse "es que la disciplina de mercado funcione mejor". El cómo es lo que convierte a la situación en una cuestión compleja. Además de regular el mercado de derivados, una de las zonas cero de la crisis, Europa ha estado presionando por poner límite a los sueldos de los banqueros, cosa de la que no es partidaria EE UU.
La Reserva Federal ha avanzado unilateralmente en este punto cundo los europeos han desestimado ya estos límites y estudia una regulación que le permita tener opinión sobre si en los mayores bancos se está asumiendo un elevado riesgo para aumentar los salarios y los bonus. Por el carácter poco transparente de la norma y la discreccionalidad de la Fed para decidir qué es demasiado y riesgo, se prevé que no haya una acción tan decisiva como por la que han abogado, sin éxito, los europeos. Las espadas se mantienen en alto mientras todo el mundo económico y financiero espera respuestas, más o menos de calado, en Pittsburgh.
Refuerzo de los foros internacionales
La virulencia de la crisis ha forzado un cambio notable en la dinámica de los foros internacionales. El primero y más obvio es la preeminencia del G-20 más países invitados como España, lo que ha dejado en la cuneta para cuestiones de relevancia al más selecto club del G-7.Por otro lado, según los expertos, de esta cumbre tiene que salir un compromiso para devolver al FMI al centro de la escena económica internacional. Es algo que el Fondo ya está haciendo puesto que ha actuado con celeridad y ha puesto en marcha medidas de ayuda extraordinaria (préstamos sin demasiadas condiciones) a países cuyas cuentas se han venido abajo con la crisis.Pero el FMI tiene pendientes otros asuntos. Uno de ellos es que las economías emergentes, especialmente los llamados Bric (Brasil, Rusia, India y China) cuenten con una mayor representación y voto en el organismo. EE UU quiere repartir un 5% de la cuota que tienen las grandes potencias con los países emergentes cuando estos demandaban un 7%. Europa aún se tiene que pronunciar pero pasados compromisos para aumentar las cuotas no han sido ratificados.También de Pittsburgh tendrá que salir un nuevo compromiso para dar prioridad a la ronda de Doha de liberalización de comercio mundial.
A vueltas con los balances de la banca
Es difícil coordinar globalmente una serie de políticas, medidas o regulaciones pero tampoco es fácil hacer esa tarea sólo en Estados Unidos. Un año después de la caída de Lehman Brothers, este país no ha dado pasos para avanzar en la reforma financiera y en buena medida el presidente Barack Obama se ve con poco margen de maniobra porque tiene al Congreso, paso necesario para toda legislación, ocupado y obsesionado con la reforma sanitaria. La reforma financiera ha dejado de ser prioridad una vez que se ha contenido la crisis aunque los sueldos de los banqueros siguen levantando ampollas.No obstante, y en relación al G-20, EE UU se ha mantenido muy activo a la hora de proponer que los bancos aumenten el capital mínimo que se les requiere para restringir así el nivel de riesgo que toman.En Europa, se considera que esta medida no es tan necesaria y que lo que hay que hacer es poner en marcha el tratado de Basilea II y con eso basta.Sin embargo, la administración norteamericana quiere poner límites extrictos al apalancamiento con respecto a los activos. Con todo no se ha discutido de muento cuál es el ratio de crédito ni cuáles los activos que se van a considerar en esta medida. En ese sentido el debate sigue abierto a las propuestas del resto de países.