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Tribuna
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Irán y China a los treinta

Algunos politólogos afirman que los años terminados en nueve, sinónimo de cambio de década y ciclo, suelen ser proclives a las revueltas populares. Siendo su mejor exponente la Revolución Francesa de 1789, dos países asiáticos han vivido sus particulares episodios de movimiento social al final de sendas décadas. Irán derrocó al Sha en marzo de 1979, mientras que los estudiantes chinos lucharon sin éxito por la democracia en junio de 1989. Diez años antes, Deng Xiaoping lanzaba también una auténtica "revolución económica" que cambiaría el país y lo catapultaría a la cima mundial. Hoy día, en otro año acabado en nueve, ambos países nos recuerdan su historia más reciente de forma bien distinta.

En contraste con el silencioso aniversario de Tiananmen, el malestar del pueblo iraní evoca los acontecimientos iniciados en Teherán en enero de 1978, con las primeras protestas callejeras. Aunque ahora el detonante es la manipulación electoral, ambos momentos históricos son muy semejantes. Entre 1970 y 1976, los ingresos petroleros de Irán se multiplicaron por veinte, pero esta riqueza se repartió de forma muy desigual en una economía fuertemente dominada por el Estado. La inflexión en los precios del crudo en 1977-78 provocó problemas en las cuentas del Gobierno, y por ende del país.

Entre 2002 y 2008 los precios internacionales del crudo se quintuplicaron por la mayor demanda mundial, en buena parte por China. Sin embargo, el súbito descenso del último año ha cogido por sorpresa a los gobernantes iraníes, como ocurrió en 1977-78. En treinta años, la economía del país apenas ha cambiado y el subsidio y el empleo público siguen siendo las bases de un sistema ineficaz, que podría llegar al colapso. La excelente formación del pueblo iraní sólo ha servido para alimentar una dolorosa "fuga de cerebros". En Dubai se cifran en 300.000 los iraníes residentes, con numerosas escuelas y asociaciones persas.

La agitación social en Irán tal vez no haya tocado a su fin, aunque el bloqueo de los móviles e internet ha apaciguado los ánimos. En 1979, el proceso duró prácticamente un año, pero las mezquitas jugaron entonces un papel más eficaz que los sofisticados medios de comunicación de hoy día. Precisamente los mulás fueron entonces el nexo de unión entre todas las capas de la población, desde los comerciantes de los bazares hasta los obreros de las refinerías. Tal vez este vínculo es lo que falta ahora para pasar del movimiento popular a la auténtica revolución. En muchos sentidos, las protestas callejeras de Teherán recuerdan a las de Pekín de 1989, protagonizadas por estudiantes ilustrados, ansiosos de mayor libertad pero incapaces de movilizar con su discurso a todas las capas de la sociedad.

Mientras China da respuesta a la crisis global para seguir creciendo y mantener así la legitimidad de su peculiar régimen, Irán afronta un reto de mayores proporciones. No sabemos si las protestas de Teherán acabarán como las de China en 1989, o bien culminarán en un cambio de régimen, en el plano económico e incluso político. Algo que ya parece improbable. Si además de la Sharia, Irán abrazase los principios del libre mercado, estaríamos ya ante una auténtica revolución y sólo faltaría ver si el progreso económico conduce eventualmente a la democracia, tal como ocurrió en España poco más de treinta años atrás y tal vez en China en un futuro no muy lejano.

Jacinto Soler. Profesor asociado, Estudios de Asia de la Universidad Pompeu Fabra.

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