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Columna
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Los deberes sin hacer

Cuando estalló el mercado subprime en EE UU, pocos economistas se preocuparon por el impacto global de una crisis que parecía sólo financiera. Aquella calma fue insensata. Dos años después el mundo sigue inmerso en la peor recesión global desde la década de 1930.

La alegría ha vuelto a los mercados, pero el PIB de la mayoría de los países está, en los mejores casos, creciendo despacio y las tasas de desempleo siguen en aumento. Pero no es demasiado pronto para esbozar tres lecciones de la crisis.

Primero, los desequilibrios importan. Cuando la inflación era baja y el crecimiento del PIB regular, parecía que todo iba bien. Pero el crédito barato contribuyó a exponer a las economías a los trastornos financieros. Los crecientes desequilibrios entre los precios de activos y los ingresos fue igual de arriesgado.

Segundo, la deuda es peligrosa. Los bancos centrales, los bancos de inversión y los políticos se apuntaron al culto a la deuda. También las empresas y las familias. Resulta que es mucho más difícil desapalancar una economía que apalancarla.

Tercero, la globalización no funciona sola. Los movimientos libres de capital han beneficiado a las economías en momentos de agitación, pero el cambio en las condiciones comerciales puede convertir el crecimiento en declive.

En resumen: el exceso de estímulo financiero es perjudicial. Tristemente, los líderes del mundo parecen no haber aprendido. Grandes programas de estímulo se han puesto en marcha sin considerar sus consecuencias. La voluntad de establecer un nuevo orden financiero mundial, firme hace seis meses, parece haberse desvanecido. Esperemos que regrese antes de la próxima recesión de origen financiero.

Edward Hadas

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