Entre la Gran Depresión y la Gran Recesión
Durante décadas los especialistas que han estudiado la Gran Depresión se han preguntado en algún momento si podría volver a pasar. Hay que poner, sin embargo, las cosas en perspectiva. La Gran Depresión fue el resultado de la confluencia de varias crisis que empezaron con la contracción de la economía alemana en 1928, y se agravó con el crash bursátil de Wall Street de 1929 y la crisis bancaria de EE UU de 1930, que llevó a la extensión del pánico por todos los países y a una crisis financiera global en 1931.
El resultado fue catastrófico. Durante un periodo de tres años el PIB real de las principales economías descendió un 25%, un cuarto de la población adulta masculina perdió su empleo, el precio de las materias primas cayó a la mitad, el índice de precios del consumo se redujo un 30%, los sistemas financieros colapsaron en muchos países (y el crédito cayó en EE UU un 40%), y casi todos los deudores soberanos se vieron obligados a suspender pagos. Por fortuna, la crisis actual no se puede comparar, al menos de momento, con la Gran Depresión.
Cada vez hay más consenso que gran parte de la responsabilidad por la Depresión fue de los políticos y gobernantes de esa época: su miopía en la Conferencia de Paz de París llevó a una situación insostenible porque agravó las deudas causadas por la I Guerra Mundial y generó unas fallas en el sistema financiero que facilitaron el cataclismo cuando se acentuaron los problemas. Los bancos centrales cometieron el error de retornar al patrón oro en un momento en que la distribución de las reservas era inadecuada y con unos tipos de cambio totalmente contraproducentes, creando unas disfuncionalidades que hicieron imposible su funcionamiento. El estrés causado por los repetidos intentos de mantener el patrón oro agravó esta situación porque se basaban en mantener los intereses bajos en EE UU y en aumentar la deuda en Alemania, una receta desastrosa.
En definitiva, la Gran Depresión fue causada en gran parte por un fracaso de voluntad intelectual. El gran problema fue que las decisiones económicas estaban en manos de personas que estaban ancladas en las recetas del pasado, convencidas de la capacidad de la mano invisible de resolver la situación, y que fracasaron en sus responsabilidades más elementales, como el actuar de prestamistas de último recurso o ayudar a los bancos en crisis en un momento de pánico.
Afortunadamente, en la crisis actual la activa reacción de los Gobiernos, la cooperación y el consenso bastante generalizado sobre las medidas a tomar para afrontar la crisis han evitado, de momento, lo peor.
Sin embargo la peor lección que podemos sacar de lo que ha sucedido es que no hay un riesgo moral y que nuestras acciones no tienen consecuencias. El deseo incontenido por volver a la situación previa a la crisis puede augurar que no nos hemos aprendido la lección y que no tenemos la necesaria voluntad para acometer las reformas necesarias. Es imprescindible cambiar el modelo, introducir mejor regulación en la arquitectura financiera, así como modificar el marco institucional a nivel global.
A diferencia de los años treinta, de momento hemos evitado que la crisis económica haya derivado en una crisis política. Para ello es esencial que sepamos distinguir entre lo urgente y lo importante. Nuestros líderes han entendido que tenían que tomar medidas inmediatas para sacar a las economías de la crisis, pero no están demostrando tanta capacidad en introducir las reformas necesarias para asegurar un mundo más próspero e inclusivo.
El reto, no debemos olvidarlo, no es sólo el de salir de la crisis actual, sino también sentar las bases para evitar crisis similares en el futuro y construir un mundo en el que no se deja a nadie atrás. Fue la Gran Depresión la que hizo posible el New Deal. En EE UU el presidente Obama se ha inspirado en ese modelo con sus planes de estímulo y de reconstrucción del sistema financiero y sanitario. En Europa vamos a remolque.
Roosevelt sostenía que esa generación de americanos "tenían una cita con el destino". Ojalá que nuestra generación y nuestros gobernantes estemos a la altura de las circunstancias y sepamos aprovechar la crisis actual para tomar las decisiones individuales y colectivas que nos lleven a construir un mundo mejor.
Sebastián Royo. Catedrático y Decano en la Universidad de Suffolk en Boston y Director de su campus en Madrid