Autocrítica y diligencia
Recientemente leí una entrevista a Michel Camdessus, ex presidente del FMI, en la que negaba que la crisis mundial fuera una consecuencia lógica del capitalismo y recuerda a Adam Smith cuando afirmaba que la libre iniciativa y el libre comercio tienen como fin el bien común. A veces, las ideas puestas en práctica son utilizadas para la búsqueda exclusiva del beneficio propio, en perjuicio del otro. El capitalismo no implica ausencia de regulación. Camdessus recuerda que ya propuso a los Gobiernos establecer reglas, aunque entonces no tuvo éxito. Ha habido codicia en los directivos dedicados más a cobrar bonus y blindar sus contratos que a liderar proyectos empresariales con vocación de continuidad.
Camdessus cree que la economía española tendrá una recuperación más lenta, motivada por nuestra excesiva dependencia de la construcción y por la falta de diversificación de la economía productiva. Nos reprocha no haber invertido en innovación, investigación y economía del conocimiento desaprovechando el auge económico. Se ha descuidado el tejido industrial y se ha continuado esgrimiendo el unamuniano "que inventen ellos" para dar carpetazo a la investigación.
La autocomplacencia, la satisfacción acrítica por nuestros propios actos, está en la génesis del error. Pensábamos que la construcción nunca cesaría, que el consumismo no tenía fin, que el endeudamiento podía tender al infinito y que, en última instancia, el sol brillaría en nuestras playas repletas de turistas con los bolsillos llenos de euros. Pero el remedio a la autocomplacencia no es lamentarse en el plano teórico sino proponer soluciones.
Quizá ha llegado el momento de afirmar que el Estado no está para asegurar el bienestar a nadie, sino para ayudar a quienes lo necesitan y pagar prestaciones a quienes no pueden trabajar o ya lo han hecho toda su vida.
Es imprescindible abandonar el aluvión normativo incesante que encorseta los sistemas para establecer normas claras que simplifiquen la burocracia de la Administración. Si queremos estar arriba tenemos que promover actividades de valor añadido y para ello es imprescindible edificar un sistema educativo potente.
En las empresas es necesario que el desarrollo de competencias, la obtención de buenos desempeños y la consecución de objetivos sean el motor para el incremento de las remuneraciones y no los índices automáticos tanto en la práctica empresarial como en la negociación colectiva. El salario no económico también existe y es vital para mejorar la productividad y la innovación, toda vez que permite el desarrollo profesional, su formación, la mejora de su rendimiento y su capacidad para ser empleable en el futuro.
Hay que abaratar el trabajo con una reducción de las cuotas sociales para evitar una mayor destrucción del mismo. También habría que retrasar la jubilación hasta los 70 años y que las empresas se planteen el desafío de gestionar el empleo de mayores de 50 años, en lugar de tratar de desembarazarse de ellos en cuanto les sea posible.
Jordi Costa. Profesor de EADA (Escuela de Alta Dirección y Administración)