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Tribuna
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El empleo, en el punto de mira

Los datos de la encuesta de población activa (EPA) del primer trimestre han sido peores de lo que nos temíamos todos. Más allá del análisis de los nuevos niveles alcanzados o de la rápida dinámica de los mismos, la primera pregunta que surge es: ¿hasta donde vamos a llegar? La ministra de Economía, Elena Salgado, se ha apresurado a decir que esto es lo más lejos que hemos llegado, que en el segundo trimestre el número de parados se estabilizará y que dejará de caer el empleo. Ojalá acierte.

El segundo trimestre de un año laboral ordinario es proclive al empleo y a que descienda el paro, por razones estacionales. Pero éste no es un año cualquiera y está por ver si los factores estacionales son más poderosos que los poderosos factores recesivos que están operando en estos momentos en la economía española.

La EPA del primer trimestre ha mostrado un signo esperanzador: el escaso aumento de la población activa respecto al trimestre precedente. De darse esta tendencia en todo el año, la población activa aumentaría un 0,6% en 2009, apenas 125.000 personas. Ello quitaría presión al aumento del paro. Pero el grueso del ajuste para que el paro comenzase a descender dependería de la creación de empleo.

Puede, de nuevo, que el empleo descienda poco en este segundo trimestre. Combinados una escasa caída del empleo con un escaso aumento de la población activa, con mucha suerte, observaríamos que la tasa de paro del segundo trimestre se quedaría por debajo del 18%.

¿Y después qué? Es preciso que la economía crezca a tasas del 1,5% como mínimo para que se cree empleo duradero. Para que descienda el paro la economía debe crecer al 2,5% como mínimo también. No veremos esas tasas de crecimiento en 2009, ni en 2010, ni… ¿Qué sucederá con el paro entonces? Hay que mirar más allá del próximo trimestre, incluso si se cumplen los vaticinios del Gobierno.

Puesto que las cosas no pintan nada bien, más que confiar en que estamos ya ante el punto de inflexión, conviene que pensemos qué más se puede hacer para evitar que las cosas sigan torciéndose más todavía. Sabemos de sobra que ésta no es una recesión debida a las disfunciones del mercado de trabajo, sino a la letal combinación del colapso de la construcción residencial y la restricción crediticia, ambos estrechamente ligados. Ello ha provocado el cierre de las empresas, la caída de la renta y de la demanda y la hecatombe del empleo en una espiral a la que no vemos el final.

Lo primero es restaurar el crédito, y se está haciendo todo lo que se puede, pero lo cierto es que las pymes no están accediendo fácilmente al crédito y los avales y garantías fluyen lentamente en ausencia de estructuras finas y tupidas que los canalicen.

Lo segundo es estimular la demanda de bienes y servicios, y se puede hacer más de lo que se hace, hasta que la deuda aguante, y no tanto el déficit. Por ahí parecen ir los tiros con el nuevo Gobierno, pero convendrá tener muy en mente la naturaleza de las infraestructuras que se van a construir.

Lo tercero es reformar el mercado de trabajo revisando a fondo las figuras contractuales, los costes del despido y la intermediación entre la oferta y la demanda de servicios laborales. Entiéndaseme, no para crear empleo de la noche a la mañana. Eso nunca sucede con las reformas estructurales, sino para salir reforzados de la crisis. Creo que este objetivo es tan importante como la creación de empleo si queremos evitar un estancamiento a la japonesa. Además, habría que condicionar más las prestaciones por desempleo a las políticas activas y hacer ver al diálogo social que no sería tan grave congelar los sueldos si los precios no crecen, y menos aún si disminuyen.

Por último, convendría que los mercados de bienes y servicios fueran más competitivos y que la productividad aumentase por las buenas razones, no porque se destruye el empleo. Para lo primero habría que limitar el poder que las jurisdicciones locales y autonómicas tienen en exclusiva sobre muchas de las claves de la unidad del mercado. Aumentar la productividad se está revelando, sin embargo, tan difícil de lograr como que nuestros jóvenes aprendan inglés. Haciendo todo esto, a medio y largo plazo, nuestros empleos serían más numerosos, estarían mejor remunerados y durarían más de lo que duran ahora.

José Antonio Herce. Socio-Director de Economía de Analistas Financieros Internacionales (AFI)

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