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Tribuna
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Confusiones con las fusiones en las cajas

En el asunto de las fusiones de cajas de ahorros se está confundiendo a la opinión pública. Pues se presenta a directivos y miembros de los órganos de gobierno como unos egoístas que se oponen al fortalecimiento del sistema financiero. Una desinformación injuriosa y sin base técnica.

Lo primero que llama la atención es la identificación de las fusiones bancarias con las de cajas de ahorros; como si ambos tipos de operaciones fueran iguales. Porque los bancos no tienen los tres grandes obstáculos de las cajas. En primer lugar, la posición de los sindicatos en sus órganos de gobierno y el estatus cuasi funcionarial de la plantilla. Si unimos rigidez de número con inmovilismo geográfico, nos encontramos con el peor escenario posible a la hora de fusionar; porque la primera sinergia de toda fusión bancaria es la racionalización de la red.

Otro factor es la identificación territorial de muchas cajas. Para su cliente típico el factor obra social funciona mejor comercialmente cuando la clientela es del propio territorio de origen (el efecto tribu). Las fusionadas deben de gastar más en fichajes y localizaciones y ofrecer mejores precios para compensar.

En un tercer lugar está la politización, pues algunas autoridades autonómicas están empeñadas en convertirlas en sus bancos públicos. Propósito para el que sobran los profesionales independientes y el variado perfil de ciudadanos representados en los órganos de gobierno. Para éstos, la caja es el principal factor de vertebración económica, por lo que la pérdida del efecto sede implica quebrantos económicos -y sociológicos, de abandono y desesperanza- demoledores. Tampoco entienden por qué su entidad tiene que pagar los errores de otras. Los políticos no valoran el coste electoral de esas fusiones.

Un dato significativo es que las cajas que ahora están atravesando un peor momento fueron producto de unas fusiones que no han tenido los muchos años necesarios para reubicar fuertes excedentes de personal, deshacerse de directivos redundantes y desarrollar un modelo de negocio ajustado a su nueva presencia territorial. Además, al igual que ocurre en EE UU, las entidades menores y más ortodoxas son las que mantienen unas situaciones más saneadas; a mayor balance, más agujeros.

Desde una perspectiva técnica, los trabajos realizados en EE UU sobre el resultado de fusiones resultan clarificadores: la creación de valor para el accionista en empresas del mismo sector -fusionadas y no fusionadas- fue mayor en estas últimas. Unos resultados que deben de entenderse en un contexto mucho más favorable al español, pues allí existe el despido libre y la movilidad geográfica. Pregúnteles a los directivos del Santander y del BBVA acerca de las diferencias entre reestructurar en España y en EE UU.

Además, se está ignorando la amplia literatura académica sobre errores en fusiones: diferencias culturales y de retribución, sobrevaloración de sinergias, incentivos a la temeridad de unos directivos que poco arriesgan si las cosas salen mal, el ego de dichos directivos (salir en los periódicos), la manipulación de los estudios de los asesores para que salgan los números, los elevados costes de transacción y la suerte. Porque si la fusión se hace al comienzo de un largo ciclo de crecimiento, se puede revertir una mala decisión inicial; y ahora es el peor momento. Salvo excepciones, en las fusiones entre cajas 2+2=3. Repartir agujeros mediante fusiones de balances es muy arriesgado, lento y complejo. Por eso, las entidades con problemas deben ser intervenidas y recapitalizadas por las autoridades.

Ignacio Suárez-Zuloaga. Doctor en Ciencias Empresariales y socio de CLI Consultores Isuarez@clidea.org

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