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Columna
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Al campo a trabajar

Heigh-ho, heigh-ho al campo a trabajar' rezaba el estribillo, que cantaban los enanitos de Blancanieves en la película de Walt Disney, a quien en mérito por el conjunto de su filmografía alguna vez llegó a tildar como el mayor corruptor de menores nuestro Rafael Sánchez Ferlosio. La escena de los enanitos cantores marchando por el bosque venía a confirmar el papel que desempeñan los cánticos para templar los ánimos. Porque siempre han servido de preparación y acompañamiento ritual para propiciarnos el favor de los dioses, enardecer a los soldados antes de la batalla -recordemos cómo en la de Salamina el canto del Pean invirtió las expectativas en favor de los griegos pese a encontrarse en grave inferioridad de condiciones frente a los persas- o soportar las penalidades del trabajo, como era el caso de los enanitos del cuento o el de los prisioneros británicos en El puente sobre el río Kwait con Alec Guiness de protagonista.

El soniquete de 'al campo a trabajar' nos llegaba impregnado de recuerdos ancestrales sobre la dureza de las faenas agropecuarias. De sol a sol, sin descansos ni vacaciones, porque cada jornada hay que aviar al ganado, proceder al ordeño si es el caso, sembrar justo en los días propicios y recoger sin demora las cosechas siempre en peligro por las adversidades de la meteorología y así sucesivamente. Las penosidades del trabajo, traían causa última de la maldición aquella de 'ganarás el pan con el sudor de tu frente', dictada por el Señor al expulsar de aquel parque temático jamás igualado que era el Paraíso a nuestro primer padre por desobediencia. Cabe imaginar la expresión atónita de Adán, a quien le hablaban del pan muchos siglos antes de que alguien empezara a amasarlo. A menos que debamos trascender de la literalidad de la palabra pan referida en la letra del Génesis para entenderla, según la recomendación de los exégetas autorizados, como figura literaria de otra dieta alimenticia disponible cuando entonces, a base por ejemplo de manzanas, cordero o trucha salvaje, sin crianzas en granjas o piscifactorías.

Luego surgió la sindicación de los proletarios como instrumento para mejorar las condiciones en que vendían su fuerza de trabajo. A partir de ahí se establecieron límites en la contratación, en los horarios laborales, se fijaron periodos de vacaciones, remuneraciones regladas, sistemas de protección social frente a la enfermedad y al paro y pensiones de jubilación. Todas estas normas fueron aceleradas en Europa como compensación ineludible a los trabajadores, a quienes se había apelado desde los Gobiernos para que antepusieran sus deberes con la Nación a los muy sentidos derivados de su posición en la escala social.

Los trabajadores acudieron a la defensa a la que se les convocaba, dieron o arriesgaron sus vidas y cuando llegó la desmovilización se sentían acreedores a unas compensaciones que era imposible negarles. Así que el modelo europeo de protección social es el resultado de un proceso histórico y no ha surgido como un invento en el vacío del laboratorio. Vinieron luego los liberal-nihilistas acompañados de los Chicago-boys y de los neocons con el intento de impugnar esos logros presentándolos como lastres para la competitividad y el progreso. Dijeron que se trataba de 'antiguallas' sin sentido y Europa empezó a dudar de si misma y a emular el sistema ultraliberal americano presentado como horizonte de todos los avances.

Nuestros libertadores, avanzaron entre otras propuestas la de elevar el límite del tiempo de trabajo semanal de las 48 horas actuales a las 65. La iniciativa venía impulsada por el Gobierno laborista del Reino Unido, siempre propenso a dar a los obreros su merecido, y fue secundada por los otros Gobiernos acomplejados de la Unión Europea, pero el miércoles resultó derrotada en el Parlamento Europeo en abierta rebelión democrática. Al eurodiputado socialista español Alejandro Cercas se le atribuye ser artífice de esa derrota que da la victoria a los trabajadores. El Europarlamento merece la pena y habrá que acudir a las elecciones de junio para su renovación.

Miguel Ángel Aguilar. Periodista

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