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Columna
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¿Todo estaba 'atado y bien atado'?

La relativa facilidad con la que se produjo el desmantelamiento de la dictadura, a través de la reforma política, y el amplio consenso político y social que permitió una transición por tantos motivos ejemplar, hacían que muchos recordáramos con sorna la famosa admonición del dictador de que todo quedaba 'atado y bien atado'. Por fortuna, decíamos, ésta fue una previsión completamente fallida y el ímpetu de las nuevas instituciones democráticas barrió en muy poco tiempo los intentos de dar continuidad al régimen.

Pero, a estas alturas de la historia, transcurridos ya 30 años de la Constitución, hemos de plantearnos una inquietante interrogación: ¿realmente fue una previsión completamente fallida? ¿O algunas cosas estaban atadas y han permanecido atadas? Si atendemos a las relaciones laborales, hemos de llegar a la lamentable conclusión de que algo de razón tenía el dictador.

Muchas cosas han cambiado en estos 30 años en nuestras relaciones laborales, pero muchas también, demasiadas, se han mantenido, y siguen desprendiendo un tufo de corporativismo que no es ajeno a los males del mercado de trabajo.

Ha cambiado, fundamentalmente, el marco de las relaciones colectivas de trabajo, con el reconocimiento pleno de la libertad sindical y con la consagración constitucional del derecho de huelga (bien que, en este último caso, sin que el mandato constitucional de regulación del ejercicio del derecho haya sido respetado, manteniéndose la vigencia de una norma preconstitucional). Y también, con el reconocimiento del derecho de asociación empresarial y la consagración de la libertad de empresa en el seno de una economía de mercado.

Al mismo tiempo, no puede dejar de reseñarse un cambio significativo en la práctica de las relaciones laborales, que han evolucionado desde planteamientos preferentemente conflictivos, basados en el enfrentamiento y la confrontación, hacia otros en los que predominan la concertación, el entendimiento y la colaboración. Y ésta ha sido una aportación muy importante de los interlocutores sociales a nuestro desarrollo económico y a nuestro bienestar social.

Pero, junto a ello, el modelo de las relaciones laborales en la empresa sigue siendo, esencialmente, el mismo. Sus características fundamentales durante el franquismo, que son la impregnación administrativa con un intervencionismo castrante, la excesiva juridificación, que pretende regular a través del derecho todos los avatares de las relaciones laborales, y la rigidez como vía preferente de protección de los derechos de los trabajadores, siguen presentes en nuestras actuales relaciones de trabajo.

Es verdad que la reforma laboral de 1994 pretendió, y consiguió, una cierta reducción de rigideces y una disminución del intervencionismo administrativo, pero en lo esencial nada ha cambiado. No en balde el Estatuto de los Trabajadores de 1980 es un vergonzante heredero de la Ley de Contrato de Trabajo de 1944, y se mantiene ajeno a los drásticos cambios que en las últimas décadas han convulsionado el mundo de la economía, de la empresa y de las relaciones sociales.

El mayor elemento de continuidad, en este sentido, lo representa la negociación colectiva. Sin restar méritos al ingente esfuerzo negociador de los agentes sociales en estos años, ni a los significativos avances que en algunas negociaciones se han conseguido, lo cierto es que la negociación colectiva actual podría ser perfectamente la del franquismo o la de un régimen corporativo.

La propia concepción imperante del convenio colectivo, como norma jurídica, como fuente del derecho, es una concepción indudablemente corporativa. De ella deriva el pretendido carácter normativo del convenio colectivo (quién lo iba a decir: empresarios, sindicatos y comités elevados a la categoría de legislador), que limita, cuando no impide, su verdadero papel de gestor de las relaciones laborales en el sector o en la empresa, y también la famosa ultraactividad de los convenios que hace que pactos que, por definición, son temporales tiendan a convertirse no ya en indefinidos sino en eternos.

Con esos mimbres es muy difícil tener unas relaciones laborales adaptadas a las exigencias de la hora presente. Y por eso, nuestra permanente asignatura pendiente: más empleo y de mayor calidad.

Pasados 30 años, nuestras relaciones laborales precisan una inyección de libertad, que relegue al desván de la historia trasnochados corporativismos. Pero, para eso, hay que ser capaces de desatar lo que, al parecer, quedó bien atado.

Federico Durán López. Catedrático de Derecho del Trabajo y socio de Garrigues

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