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Columna
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El coste de hacer las cosas bien

Islandia está haciendo cómputo del coste de hacer las cosas bien. El Estado, asolado, podría haberse asido a un default al estilo de Argentina con sus 60.000 millones de dólares de deuda externa. La recompensa de sus 320.000 habitantes por negociar un rescate de 10.000 millones de dólares con el FMI es una masiva alza de impuestos.

Las perspectivas para los islandeses, al menos en el corto plazo, son horrendas. El FMI espera que el PIB caiga un 9% en 2009. La corona ha perdido el 40% de su valor desde enero, lo que significa que las tasas de interés tendrán que permanecer en el 18% para tratar de mantener la inflación bajo cierto control. Y el rescate de préstamos conlleva un interés anual de alrededor de 500 millones de dólares. Lo que significa: impuestos más altos.

Financieramente, los islandeses podrían preguntarse por qué su Gobierno no optó por el default. Han convertido a Islandia en un paria del mercado internacional de capitales. Y la experiencia de Argentina, que creció rápidamente tras el colapso de 2002, sugiere que los defaults nacionales no son tan malos.

Sin embargo, el Estado sudamericano no es un modelo a seguir. Su crecimiento postdefault llega al final del boom del crédito, con las hipotecas subprime y países donde se olvidan rápidamente los fallos del pasado. En el nuevo mundo financiero, los deudores van a ser más penalizados por los prestamistas que los considerarán sospechosos.

El orgullo nacional puede respaldar la decisión de Islandia de colocarse la crisis bajo la barbilla. Una mejor solución, sin embargo, es el euro. Islandia se arruinó a falta de un prestamista que le diera acceso a moneda de reserva, como último recurso. Su aislamiento ha llevado a los empresarios a predecir -correctamente- que el Estado no puede sacar de apuros a los bancos. La mejor manera de que un país pequeño se mantenga seguro es aliarse con una gran moneda.

Con la actual situación de default de Islandia, es difícil imaginar que Alemania viera con buenos ojos una solicitud de asociación a la zona euros. Sin embargo, la voluntad de asumir su pesada carga debe ser aceptada como una buena señal del carácter nacional islandés. Si ayuda a dotarse rápidamente de una nueva y segura moneda, se verá recompensado. Por George Hay

Extraordinaria desilusión

El crac bursátil ha sido grande. El índice estadounidense S&P ha descontado un 50% en lo que va de año, el mayor porcentaje desde 1937. Lo que fue una poderosísima gran burbuja. El mercado ha perdido todos los beneficios derivados del estímulo monetario de Alan Greenspan.Pensando en febrero de 1995, ese mes, el industrial Dow Jones -el índice de los blue chips que ha acaparado tantos titulares- perforó los 4.000. Greenspan dijo entonces que quería frenar ese tórrido crecimiento de la economía, pero lo que en realidad hizo la Reserva Federal fue dejar crecer la oferta monetaria demasiado rápido. Desde entonces, el dinero a vencimiento cero de la Reserva Federal de San Louis ha aumentado a un ritmo un 65% más rápido que el PIB nominal. La idea de que el mercado de valores debería reflejar la economía parece casi un absurdo desde fechas tan recientes como el 9 de junio, cuando el Dow Jones cerró en 12.280 puntos y Breakingviews señaló que un nivel correcto, fuera de la burbuja, estaría en los 7.800. Ahora está en los 7.900.Sin embargo, después de que el Dow Jones cerrara el jueves en 7.552, lo que realmente parece absurdo fue el rendimiento del mercado de valores los 14 días anteriores.La última caída del mercado no va a poner el punto final a esta historia. El brutal viraje desde el exceso financiero a la restricción del crédito ha diezmado las capitalizaciones bursátiles de un buen número de compañías. Este tipo de ayudas provocan el hundimiento de los valores más baratos y también quita las ganas de comprar. Por Edward Hadas

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